El estornino y el Pichón

#ADNGuevara

Primer día.

Martín y Alejandro encontraron en el jardín un pichón de un tipo de pájaro que no sabemos cual es, hemos visto un nido con pichones en el tejado bajo, pero estos eran de otra especie, así que pensamos que se habría caído del tejado de la última planta, no podíamos devolverlo a su madre, entonces Martintxo, tras suspirar profundamente los sollozos que le habían provocado la idea de que inevitable e inmediatamente el pichón iría a tener un desenlace fatal, se informó en internet y ahora lo tiene en una caja con una bolsa térmica cervical, un foco de luz para dar a la bolsa calor y un nido vacío que teníamos en una conífera del jardín. Lo alimenta con comida para peces embebida en agua y a la vez soluciona el tema de la hidratación.
No está como con su madre, y no hay que hacerse ilusiones que pase de un par de días, pero al menos ha caído en las mejores manos que podía caer.
Cosas así son de las que me siento orgulloso. Como algunos padres se sienten cuando su hijo les trae calificaciones notables del colegio.
Lo encontró un hijo mío y el otro está rasguñando entre el límite de la fantasía y eso tan procaz llamado realidad, en busca de alguna posibilidad de dotarlo de vida, o de hacerle lo menos espantoso el tiempo que le quede, permitiendo al alma de ese bichito conocer a través de una decidida protección, el amor de otra alma con quien se hermanará para siempre pase lo que pase. Me conmueve y me educa
Nunca había imaginado lo tan cercano a mi atormentado espíritu de otrora que podría anidar el bien.

 

Tercer día.

Alejandro se acaba de ir a las Canarias donde reside, y el pajarito que resultó ser un estornino como el que tuvo Mozart domesticado durante tres años, muestra  una vitalidad increíble.
En día y medio Martín se doctoró en estorninos, y le da de comer y lo cuida, el bicho ya es como su chancho amigo de toda la vida.
En fin, una delicia

 

Sexto día.

El estornino que había comenzado a responder al nombre de Platón y mi hijo Martintxo, trabaron una particular amistad regida por un intenso y genuino cariño.
Durante seis días y cinco noches aprendieron a comunicarse con caricias, con sonidos, con comida, con esa magia propia del tiempo compartido.
Después del mediodía de hoy Platón se mostraba débil. Le suministré agua con una jeringa, -¡ sólo tenía sed!- dijimos- pero a las pocas horas nos mostró que ya se iba, le pidió con ese gesto del pico a Martintxo que lo tuviese una vez más, mullido en sus manos y ahí se quedaron juntos los dos pichones, haciéndose compañía en un momento triste y bello a la vez.
El pajarito abrió el pequeño pico lentamente dos o tres veces más acurrucado en las manos de Martintxo, le insinuó que había sido feliz y le dejó amor y vacío en generosas porciones y en partes iguales.
En el instante en que Platón murió mi hijo estaba casi dentro suyo y pudo despedirse.
Le escribió una carta, lo enterramos, le pusimos tres rosas rojas y yo no intenté consolarlo, sino darle a entender que  lo más apropiado sería que sintiese la pérdida y a la vez presencia de todo aquello que sólo les pertenecía a ellos dos.
Platón el estornino, era un divino bebé.
Hoy hace una noche calurosa y la vida sigue, y acaso más tristeza que la propia muerte del ser querido, de el percatarnos de que estamos dispuestos a continuar sin ellos, a olvidarlos, a enterrarlos en el pasado, junto a la inocencia y al amor, para seguir con no se sabe bien que tipo de vida, que tipo de proyecto, ni que tipo de recuerdos.