La casa redonda

“Epsis adocnis” me decía al tiempo que hacía denodados esfuerzos por incorporarme. La cabeza hacía lo posible por seguir mi directriz de no partirse en dos. El hombro lo tenía cubierto de una pasta rojiza con olor dulzón, y la boca con un sabor agrio y desierta de saliva, reconocí el pie del lavatorio del baño y me percaté que había podido dejar la puerta abierta, me incorporé, pero dos pasos más adelante perdí pie y pisada y fui a dar contra la mesita de luz que estaba al salir del baño, tiré al suelo la taza de café los libros el despertador y el cenicero.

Me quedé un rato más allí hasta que se me pasaron las ganas de asirme al parquet. Dormí un poco y al despertar logré llegar a la puerta que no estaba tan  lejos como parecía, todo en esa mísera cueva excepto la salvación, estaba demasiado cerca.

Presioné fuertemente las sienes y luego las cavidades orbitales por encima de los párpados, bordeando los ojos, eso me hizo ver las estrellas en sus colores originales con resplandores plateados repletos de mil y un demonios, que no obstante aliviaron el descontrol de mi cabeza, recién entonces tomé asiento. Continuar leyendo