Recoleta, desde otro ángulo

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Muchas veces caminé por el barrio de Recoleta. Me deleité con las antiguas mansiones y contemplé sus plazas y monumentos. Visité el más lindo de los cementerios argentinos y tomé un café en paquetes bares. Entré a algunos museos y a los centro de exposiciones. Recorrí la Biblioteca Nacional, y algunas de sus antiguas iglesias y facultades.

Sin embargo, recién días atrás tuve la oportunidad de ver este barrio desde otro ángulo: el Etoile Hotel, emprendimiento familiar que no tiene sucursales, posee los mejores miradores para tener las mejores vistas de gran parte de Recoleta desde considerable altura.

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Edificado sobre la calle Presidente Ortiz, para llegar a él se debe transitar sobre esta coqueta peatonal que, a cincuenta metros del establecimiento, recibe a La Biela, el mítico café donde concurrían tantos escritores, automovilistas y bont vivants de la capital. Es una cuadra inolvidable, junto con su continuación por Junín entre Guido y Vicente López, por los restaurantes y bares que se encuentran de la única mano edificada, donde puede comerse en los salones o al aire libre gracias a las amplias veredas.

Una vez en el hotel tenés tres posibles panorámicas para grabar, fotografiar o simplemente guardar en la retina: los balcones de las habitaciones, con sus grandes ventanales para iluminar a pleno el cálido dormitorio; el balcón-terraza del piso catorce, donde se puede tomar un café u observar desde el bar por las puertas vidriadas en épocas frías; o la terraza del piso quince, donde la vista es aún más majestuosa.

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Con días despejados se puede apreciar hasta el Delta del Paraná y los barcos que circulan por el canal Emilio Mitre. Más cerca, el aeroparque Jorge Newbery, la autopista Illia y la colosal central termoeléctrica del puerto. Pero, lo más nítido, lo mejor, está bien cerca: la más espectacular vista aérea del cementerio con su pórtico, la Iglesia Nuestra Señora del Pilar, el gomero histórico, plaza Francia, el bello monumento al primer intendente de Buenos Aires, Torcuato de Alvear (erigido en 1900), la avenida que lleva su ilustre apellido y la Facultad de Derecho (de clásico perfil griego, levantada en 1949).

Todo se apreciará mucho mejor si conocemos, al menos, una pequeña parte de su historia. En 1871 una epidemia de fiebre amarilla causó miles de muertos en Buenos Aires. Las familias adineradas de la zona sur se mudaron lo más lejos posible, sin irse de la ciudad, a las quintas más allá de Retiro. Desde 1822 funcionaba en esta zona el Cementerio del Norte, primero en su género en el país. Saturado por tantos cadáveres frente al grave mal, obligó a la construcción del Cementerio del Oeste, más conocido en nuestros días como Cementerio de la Chacarita.

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El citado intendente Alvear remodeló la necrópolis norteña y el barrio que la rodeaba: trazó la avenida que aún lleva el nombre de su padre, rellenó los terrenos bajos y encargó al arquitecto Juan Buschiazzo la construcción del pórtico actual del campo santo.

A la derecha del pórtico del cementerio se encuentra la Iglesia Nuestra Señora del Pilar, de curiosa historia: construida por el arquitecto jesuita Andrés Blanqui durante la época virreinal, fue secularizada como escuela pública durante más de un siglo hasta que volvió a su función eclesiástica con las reformas edilicias de 1930.

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Bajando hacia la avenida del Libertador puede conocerse otra obra del arquitecto Blanqui, el convento de la Recoleta, remodelado a mitad del siglo XIX, destinado a asilo de ancianos y mendigos, y convertido luego en Centro Cultural Recoleta. Una amplia cartelera de exposiciones y espectáculos permite gozar de los mejores artistas argentinos en diferentes disciplinas.

El enorme gomero fue plantado en 1826 por Martín de Altolaguirre en el solar del cementerio, pero ocho años después lo trasplantaron a su actual ubicación. La copa mide unos cincuenta metros de diámetro y la altura sobrepasa los 25 metros.

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Como si con mostrar este paisaje no alcanzara, el hotel ofrece algunas ventajas: posee sala de masajes, sauna seco, ducha escocesa, solario y piscina climatizada con techo corredizo, todos incluidos dentro del accesible precio de la estadía. Además, las habitaciones son ideales para trabajar, pues cuentan con una sala de ingreso con escritorio, excelente iluminación y hasta un sofá para descansar. Además, puede observarse el paisaje de la Recoleta, mientras se goza del jacuzzi en el amplio y cuidado baño.

Para organizar reuniones, congresos, conferencias o actividades similares, el hotel posee tres salones con capacidad de hasta 350 personas y una sala de reunión, para 15 a 20 individuos, todas con luz natural y equipamiento audiovisual de primer nivel.

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Otra de las ventajas es su cercanía con el aeroparque metropolitano, al que se llega en diez minutos, algo de gran valor con los muy frecuentes embotellamientos en la ciudad. El auto, además, queda bien guardado en las cocheras cubiertas.

A la noche, la vista desde los balcones es impresionante. Me resultó muy grato contemplar los diferentes medios de transporte que propone la urbe: esas pequeñas luces de los aviones, que se transforman en faros que se posan a relativamente corta distancia; los navíos de todo tamaño circulando entre los flashes verdes y rojos de las boyas; los trenes, que pasan raudamente en esta zona sin estaciones; el transporte automotor con sus colectivos y autos, algunos muy lujosos.

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A la mañana tomé el desayuno continental, variado y abundante, y me costó mucho despedirme del hotel. Es una opción genial tanto para los que visitan la capital argentina como para los que viviendo en ella pueden trazar un sano paréntesis entre sus actividades y, aunque más no sea, alojarse entre la tarde y el mediodía siguiente descansando, disfrutando y contemplando. Para más datos sobre el Etoile Hotel: Roberto Ortiz 1835, 011-4805-2626.

Néstor Saavedra
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