50. ¿Vale la pena casarse?

#AmoresTóxicos
“Las etapas más felices en la pareja son
antes de conocerse y después de separarse”.
Osvaldo Acedo
 

Dicen que el matrimonio es una institución, a una institución se la relaciona con un establecimiento, un establecimiento remite a lo establecido, lo rígido. Las cosas rígidas cumplen la función de no dejarse vencer, es decir, no admiten ningún tipo de transformación. Lo establecido marca pautas de funcionamiento y comparte protocolos de adecuación a la vida cotidiana. La iglesia y el Rotary Club aportan la tinta del papel prensa de lo legal, desconociendo lo legítimo.

El matrimonio, que supo ser una celebración, con los años se fue tornando un suplicio y es posible que la culpa de eso la tenga el amor y sus múltiples manifestaciones. En el siglo pasado la consecuencia lógica de un noviazgo desembocaba en el matrimonio, el galpón del fondo acumulaba electrodomésticos y juegos de cacerolas a la espera del regreso de la luna de miel, cuyo destino más solicitado era Bariloche. El primer paso de ese camino no era el deseo mutuo de querer compartir una vida en común sino una cena de presentación de futuros consuegros. Ellos, pantalones pinzados de colores sufridos, ellas, mucho spray manteniendo en alto la toca. Era el día donde tu mamá sacaba del aparador la vajilla que nunca se usaba y que vos desconocías su existencia.

Cuando cambia el siglo cambia el paradigma y cuando cambia el paradigma los conservadores se sienten amenazados, los rígidos se vuelven agresivos y los laxos celebran el tiro para el lado de la justicia.

Yo quiero saber de qué lado estás vos y por eso voy a presentar dos argumentos opuestos. Los dos me seducen, ambos tienen razón, pero la sociedad insiste que el medio es el lugar de los tibios.

muñecos de torta

A favor

No hay nada más emocionante que casarse. En el acto mismo de sellar una unión para toda la vida se concretiza un sueño, un deseo que latía desde tu pieza de adolescente cuando escuchabas esos discos en soledad o veías las películas que te enseñaban por dónde era el camino.

El casamiento emociona; ves a tu nonna llorar de alegría porque siente que se cierra un círculo; tu abuelo que viene de zafar de un concierto de arpa vuelve a ponerse el mismo traje que uso para tu comunión. Es la oportunidad que tus tíos, que nunca salen a ningún lado, vuelvan a demostrar su fama de excelentes bailarines de rock and roll. La prima atorranta muestras sus nuevas lolas que asoman por el escote del vestido de seda azul marino y tu primo el rockero se lleva un fasito para fumárselo en el baño.

Casarse es sellar con un papel el amor que te lleva a trabajar en un proyecto común, es habilitar la llegada de los hijos para que agranden la familia, encubre muertes recientes y sobre todo, mantiene el apellido del suegro del novio.

Para muchos el matrimonio es un modo de resistencia y el resultado de una lucha, también es la oportunidad para que los derechos humanos tengan legitimidad y reconocimiento legal y popular. El matrimonio igualitario por un lado es un mimo a la diferencia y por el otro es un eliminador de excusas.

Una convivencia sin papeles es cualquier cosa, los convivientes que no se casan, se abrazan a una causa cobarde para no dar el próximo paso. Desconfían ciegamente de la continuidad del vínculo y son personas mezquinas y especuladoras que desconocen la tradición de nuestra sociedad. Se pierden esa maravillosa sensación de cumplir con el mandato social, de ver feliz a toda la familia celebrando la nueva unión de esos corazones que a partir de ese momento serán parte de ellos para toda la vida. La libreta colorada no solo engrosa el contenido del cajón de la cómoda, también le da un marco legal al amor y afirma que uno, cuando toma una decisión, se juega con alma y vida.

Casarse es entrar al mundo por la puerta grande y un modo de garantizar que tus hijos vivan una infancia de buenaventura dentro del armonioso clima de la familia tipo. No hay felicidad más grande que usar la tostadora de la tía Cármen y la cafetera de tío Mingo.

En contra

No hay nada más triste que un casamiento y esa tristeza se confirma cuando te das cuenta que no hacen falta papeles para sellar un amor. El casamiento es un acto para el otro, es la concreción de un sueño que no soñamos.

El dinero que usarías para la fiesta puede hacerte conocer Florencia, Barcelona y al Papa Francisco. Si es por ver llorar a tu abuelo, te aconsejo que consultes a su cardiólogo antes, no vaya a ser cosa que el stent haya sido puesto a las apuradas.

No hay nada más estresante que casarse y encima festejarlo: salón, vestido, catering, mesa dulce, fotos, videos, suvenires, video emotivo, luna de miel, lista de regalos, disputas salvajes por la lista de invitados y lo que se afanan los mozos.

No es el casamiento lo que emociona, lo que emociona es mirar a tu pareja a los ojos y saber con el corazón que no te equivocaste, que amanecer que cada día es una celebración porque ya no estás más solo y no hace falta la presencia permanente de ese otro para sentirte acompañado.

Sin papeles quiere decir sentir la libertad de no atarse a una condición para que tus hijos crezcan sin sobresaltos. Algunos papeles para lo único que sirven es para envolver las pasiones.

Para muchos, no pasar por el registro civil es un modo de resistencia, es creer en la libertad individual y no someterse a la expectativa cultural que espera todo el tiempo cosas de tu deber ser.

Probar está bueno: te vas a vivir con tu pareja y probás un semestre, ¿funciona? Otro; ¿funciona? Otro más. Equipo que gana no se toca. La lengua popular hizo una estadística a mano alzada que dice que las parejas que llevan mucho tiempo de conviviencia cuando se casan la cagan. La potencia de un papel está cargada de intenciones.

La obligaciones civiles no garantizan un buen funcionamiento vincular porque en nombre de la lluvia de arroz se han cometido miles de disparates.

Y vos, ¿de qué lado estás?

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