79. Los adictos al amor

#AmoresTóxicos

Pero escuchame una cosa, ¿no podés parar dos minutos? ¿Quién te dijo que el amor es buen negocio? Para personas como vos no lo es. Para que el amor garpe tenés que tener resto, o vos te crees que con el solo movimiento de tu fibrilación ventricular el otro cae rendido a tus pies.

Seguramente sos de los que piensan que con el carisma o el simple revoloteo de esos ojitos está el camino asegurado. Anotá. Al amor hay que ganárselo. El azar es el verso que nos vendieron para exceptuarnos de la responsabilidad de conseguir la tintura azul para el príncipe y la rosa para la princesa.

¿Qué es eso de que tu corazón no tiene feriados? Que tu cabeza siempre está ocupada con alguien. El amor en demasía empobrece al amor. Hay que dejarlo respirar, dejarlo ir… vivir sin.

“Vivir sin” es liberarse de la ilusión devastadora del optimismo lastimoso. A los vínculos incipientes hay que cambiarle los pañales. “Vivir sin” es dejar la mochila en la cucha, andar sin riñonera. Pero no, vos no querés saber nada de eso y te llevás al amor a cococho por el Parque Centenario. Para vos el amor es una serialidad y, como la serie relativiza la relación entre la mirada y el objeto, lo que te duele es que ese objeto nunca deviene sujeto… a lo sumo lo convertís en sujetado. Y volvemos al azar ¿fue tu abuela quien te habló sobre el amor y las coincidencias? Las coincidencias esclavizan al enamorado impidiéndole conocer el otro lado de la vida.

Paul Kammerer (1881,1926) era un biólogo austriaco que a finales de siglo XIX registró cientos de coincidencias. Desde muy temprana edad y supongo porque las minas no le daban bola, sino no te ponés a investigar esas cosas, empezó a escribir un “diario” de coincidencias. La mayoría eran las odiadas por la Tana Ferro (¿Qué espera la gente de Pol-Ka para hacer la película de la Tana Ferro?): nombres de personas que surgían inesperadamente en conversaciones separadas, entradas para recitales, una frase de un libro que se repetía en la vida real. Durante horas, Kammerer permanecía sentado en los bancos de los parques tomando nota de la gente que pasaba, anotando su sexo, edad aparente, modo de vestir. Después de un tiempo de investigar cómo los azares pasaban por delante de su nariz, descubrió que los resultados se clasificaban en grupos de números muy similares a los que usan los estadísticos, los jugadores, las compañías de seguros y los organizadores de encuestas. Kammerer llamó a este fenómeno serialidad, y en 1919 publicó sus conclusiones en un libro titulado Das Gesetz der Serie (La ley de la serialidad). Afirmaba que las coincidencias iban en serie -es decir, “se producía una repetición o agrupación en el tiempo o en el espacio por la cual los números individuales en la secuencia no estaban conectados por la misma causa activa.” Kammerer sugirió que la coincidencia era meramente la punta de un iceberg dentro de un principio cósmico más grande, que la humanidad todavía apenas reconoce. Aunque en el siglo XXI ya podemos afirmar que eso se llama subjetividad y que si no te preparás para saber amar te va a pasar la del viejo Paul. Te vas a quedar sentado en una plaza viendo como revolotean los corazones y vas a salir a cazarlos convencido que a la calidad se llega por la cantidad. Acumulando diminuís el oxigeno, te quedás sin entretiempo.

bicicletaLos adictos al amor no pueden parar de buscar, buscan afuera lo que no encuentran adentro, creen que el otro tiene la combinación de esa cerradura y lo que es peor, le otorgan el saber. Suponen que el otro sabrá como girar la manivela. Es contradictorio pretender llenar un vacío con más vacío. La compulsión de tener que andar amando gente por ahí habla de que no sabés que hacer con vos mismo y encima tenés la pretensión que el otro tenga esa respuesta. Por eso se las toman. Ya bastante uno tiene con uno mismo como para que encima tenga que andar llevando al otro en la propia bicicleta sabiendo que, si se lo propone, podría andar perfectamente solo y sin rueditas.

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