92. Sentirse abandonado

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El abandono es uno de los miedos más ancestrales que una persona puede tener y, a la hora de evitarlo, solemos cometer los actos más indignos. Sentirse abandonado es quedar a mitad de camino de una esperanza, es creer que la ruta no tiene desvíos y recorrerla como quien recorre una certeza. Se ubica en la delgada línea de esa espesura entre la angustia y la impotencia, algo así como un grito mudo o un silencio en pleno barullo.

La angustia como profundidad

La angustia remite al desamparo, esa creencia de sentirte solo en el mundo sin la capacidad de percibir a la gente que realmente te quiere. El sentimiento de angustia es hondo, una profundidad que está siempre en caída libre y sin puntos de apoyo.

Hay varios modos de transitar por la angustia, el más saludable exige un acto de valentía con uno mismo sabiendo que es un estado de transición y no un estado de permanencia. Pero hay otros que son nocivos pasa sí y mucho más para los que se quedaron cerca tuyo después del terremoto: son los obscenos y los simuladores. Los primeros son los que se regodean en la angustia y hacen, de ese sentimiento íntimo, una mostración obscena y obsecuente paseándola en cada publicación de muro y en cada mensaje de texto. Son los que antes de una oración anteponen el monosílabo “no”. Gozan del despliegue del relato pero en definitiva nada los calma; y por otro, los simuladores, que se la guardan y actúan como si la angustia no existiese, caretean emocionalmente su estado de ánimo y simulan sus dolores como quien va a una fiesta a bailar y divertirse. Ambas personas son peligrosas, una por la densidad demandante e infantil y la otra porque es una bomba de tiempo.

 Casa_abandonada_en_Guísamo,_Bergondo,_GalizaLa impotencia como dialecto

Pero también el abandono puede generar impotencia, algo parecido a esos sueños donde querés correr y no podés llegar, donde le ponés toda la fuerza al impulso pero te quedás en el mismo lugar. La impotencia te llena el pecho de bronca, porque sentirse impotente es no llegar al picaporte, morir de frio una noche helada y hablar en otro idioma. Sentirse impotente activa tus partes más oscuras sacando lo peor de vos, de repente te convertís en un miserable, dejás de ser generoso para transformarte en un especulador, medís; medís podo el tiempo cada gesto y cada acto del otro y lo único que querés, es destruir todo lo que para vos representa una amenaza. A la impotencia se la combate con la verdad, aceptando la cruel realidad que las finales también pueden perderse aun jugando de manera impecable.

El abandono como desamparo

El abandono remite a todas las perdidas naturales que vas sufriendo en la medida que crecés. ¿Y qué perdés? La mayoría de las cosas son simbólicas y ni siquiera te das cuenta, aunque no lo registra tu memoria pero si tu inconsciente. El abandono te desampara y el desamparo te desprotege; la desprotección te debilita y la debilidad te mata, por eso muchas veces la sensación de abandono se vive como si fuera una muerte que te acosa por las noches disfrazada de fantasma.

La sensación de abandono dura lo que tarda tu neurosis es resolverla. No es eterna pero, si no tomás el camino correcto de la resolución de aquello que te daña, podés pasar años lamentando lo que se fue, sin la agudeza visual suficiente para percibir lo que está por venir.

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