132. La figurita difícil

#AmoresTóxicos

A mi amigo le gustan las colecciones. Encuentra adrenalina en la ambición de completar una falta. Mientras que a otros, eso los pone nerviosos, a él le encanta ir por lo que no hay; como quien quiere frutillas en la época de manzanas. Sabe buscar, sabe encontrar, sabe perder. ¿Acaso no le dedicará cada perdida a alguien? Mi amigo no titubea a la hora de vacilar, pero se tropieza pisándose los cordones imaginarios de un mocasín. Es un arqueólogo del amor, un alquimista de la palabra y un especialista en clavarla en un ángulo. Es buen discutidor pero falla en las hechuras. Crece andando, decrece ante el mínimo semáforo.

Vive en un departamento de dos ambientes sobre una avenida céntrica. Está bien decorado y huele afrodisiacamente. Tiene Play, Tablet y Netflix. Le gusta Damon Albarn, la bossa-nova y El Club de Tobi. No cocina bien pero hace buenos tragos. Le digo que con esa casa tiene el cincuenta por ciento asegurado.

Los amigos son los peces que pasan debajo tuyo mientras hacés la plancha, te sacan a flote, te hacen cosquillas y te advierten si estás cerca de algún depredador. Mi amigo le falta el respeto al tiempo, logra vencer esa solemnidad y eso le da ventaja sobre el resto. Tiene una anguila en la lengua, su pluma vuela como un gorrión y su mano soporta el peso de su novela familiar.

figuritasMe dice que le gusta una chica, le digo que no es ninguna novedad. Me dice que esta vez es diferente, que cuando es diferente se da cuenta al toque. ¿Cómo te das cuenta? Le pregunto. Porque dudo, me contesta. Yo le digo que la duda se registra en el latido del corazón, él me dice que el tema es menos romántico; que ante la misma situación con otra mujer, antes de llegar ya eligió el palo donde va a poner el balón, pero con ella… todo es diferente. Le pido que me explique qué es diferente. Y arranca: se ríe de otra forma, se ríe porque a ella le gusta reírse, no lo hace para agradar, lo hace porque tiene la felicidad en la cara. Cuando una mujer tiene la felicidad en la cara es difícil entrarle. Vos sabés, yo me especializo en las minas más bien carentes, tengo una adecuada percepción de lo que les falta y por ahí me mando. Ellas creen que las amo porque las descubro, pero justamente porque las descubro no puedo amarlas. Pero con esta es otra cosa. No le encuentro la grieta, me dice. Yo le digo que no hace falta ir por la vida agrietando a la gente, que hay personas que pueden llegar a amarte sin que te hagas necesario. Él me dice que ahí se complica, que no sabe entrar por ese camino. Me cuenta que su especialidad es detectar la grieta y entrar por ahí, que eso nunca le falla. Yo le digo que eso siempre le falla, porque aprovecharse de la carencia no es otra cosa que una técnica narcisista para que no se le note su Clark Kent. Ja ja ja, se ríe. De qué te reís, le digo. Es que justamente me muestro vulnerable para que no se note mi rigidez, yo a las minas les entro por la ternura, el desamparo y la delicadeza, me dice. Si, le digo, me queda claro por dónde le entrás, pero más claro me queda por dónde le salís. Me pregunta por donde les salgo y yo le digo que por la misma puerta. Sos de las pocas personas que con la misma dulzura que entra, se las toma. Sí, pero con ella es diferente. Ella me mira y me detengo, me levanta las cejas cuando le habló y me detengo, me convida una papa frita y me detengo. Y ¿sabés qué? Creo que cuando me detengo me enamoro. Ella no me necesita, y entonces me vuelvo loco. No sé por dónde entrarle. Le digo que no siempre se trata de entrar o salir, que a veces hay que seguir caminando y encontrarse en algún desvío.

Me dice que las figuritas difíciles lo súper motivan, pero que, cuando logra atraparlas, ya no le interesa. Ahora me río yo y le pregunto por qué piensa el amor en términos de atrapar, cazar o poseer. Me dice que la vida es así. Yo le digo que una parte de la vida es así, pero no toda. Pienso una cosa que antes de pensarla ya sé que no se la voy a decir. Pienso que mi amigo tiene un problema con la naturalidad, que mientras siga mostrando una naturalidad artificial todas morirán de amor por él, pero ninguna quedará viva para poder disfrutarlo. Las mujeres que mi amigo mata de amor, en general, no resucitan. Tenés que aprender a estar con las que viven de amor por vos, le digo.

Me dice que su figurita difícil hace todo lo contrario a lo que él espera. Se va cuando se tiene que quedar y lo llama cuando él se va a jugar al tenis. Le digo que tal vez lo que la defina como figurita difícil es que su contorno no admite ningún pegamento que la deje clavada en ningún álbum.

Mi amigo me dice que tiene miedo. De qué le pregunto. De poner toda la carne al asador para atraparla y que después ya no me interese, me dice. Yo le digo que el amor no es una parrilla. Que deje de lado las estrategias, que se olvide de fabricar simulacros que terminan perjudicándolo. Es que me gusta mucho, me dice. Yo le quiero decir que cualquier demasía es perjudicial para el amor, pero no encuentro las palabras para decirlo exactamente como lo pienso. Termino diciéndole que siempre que alguien te gusta mucho es para quilombo.

Yo a mi amigo lo quiero, pero no puedo hacer nada para ayudarlo. Los dos sabemos que la figurita difícil tiene sentido fuera del álbum, que cuando queda pegada a la colección, se pierde entre otras figuritas que en otros momentos, también fueron difíciles y que hoy están convertidas en bellos recuerdos decoradas con el gusto inoportuno de la frustración. Tal vez, la figurita más difícil y la más inalcanzable seas vos mismo, esa que aparece cada vez que te parás frente al espejo, le digo.

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