La escritura y sus mitos

#AsíSeEscribe

La práctica de la escritura está llena de mitos que, muchas veces, provocan un bloqueo a la hora de enfrentarse con la hoja en blanco. Daniel Cassany en su libro Describir el escribir se propone terminar con esos “fantasmas” que sobrevuelan al autor y le impiden disfrutar de una práctica a la que nadie debería negarse.

Existe un gran número de ideas erróneas acerca de lo que implica redactar un texto correctamente. Es importante desterrar esos prejuicios que están muy arraigados entre nosotros. Cassany menciona los siguientes:

1. La sobrevaloración de la gramática. Valorar la normativa por encima de otras propiedades textuales como la coherencia, la cohesión o la adecuación, implica producir textos correctos, pero pobres de significado.

2. La creencia de que la escritura solo proviene de la inspiración. Además de la dificultad para definir un concepto tan subjetivo como es el de la inspiración, la verdad es que las ideas para escribir parten de nuestra memoria, de nuestras experiencias o de lo que leemos. Entonces, más que inspiración, hace falta organizar y planificar el texto.

3. La idea de que un texto se escribe bien de una vez. Todos nos equivocamos, todos necesitamos corregir nuestros textos y es absolutamente necesario escribir borradores hasta llegar a una versión lo más perfecta posible. Incluso los grandes escritores revisan sus producciones reiteradamente para pulir errores

¿Qué hacer frente a estos prejuicios?

-Buscar modelos de los textos que vamos a producir.

-Dedicar un tiempo a planificar el texto antes de comenzar.

-Dejar para el final la corrección de la normativa.

-Siempre pensar lo escrito como una totalidad.

-No tener pereza de corregir el texto las veces que sea necesario.

Solo teniendo en cuenta todas y cada una de las propiedades textuales, sin quedarnos simplemente en la superficie, tendremos más posibilidades de escapar del fascismo del lenguaje del que hablaba Roland Barthes y quizás podamos evitar decir aquello que no queríamos, pero que dijimos sin pensarlo demasiado.

En última instancia, todo se trata de asignarle a la palabra su verdadero valor:

“¿Qué las palabras no tienen importancia? Yo no me atrevería a afirmarlo con tanta seguridad. A veces creo que muchas cosas, que todo depende de las palabras. De las palabras que uno dice a su debido tiempo, o de las que se calla, o de las que escribe”. Sándor Márai, en El último encuentro.