Pensar en el lector

#AsíSeEscribe

¿Tenemos en cuenta a nuestros receptores cuando escribimos? ¿Adecuamos nuestro mensaje a los destinatarios? ¿Nos planteamos un lector modelo? A menos que escribamos un diario íntimo cerrado con llave y oculto en el último cajón de la cómoda, tendremos lectores y deberíamos considerarlos en el momento de redactar. Algunas estrategias que pertenecen a la dimensión retórica de los textos nos ayudan a comunicar mejor, primer objetivo a la hora de escribir.

Los textos implican elecciones relacionadas con la situación retórica o situación comunicativa. Como vimos en otras entradas, la Pragmática es la que se ocupa del lenguaje en uso, es decir, de cómo nos adecuamos al registro. Desde la Gramática textual, además, lingüistas como Michael Halliday (El lenguaje como semiótica social, 1978) caracterizan el registro a partir de sus tres componentes: campo, tenor y modo. Básicamente, el campo es la adecuación al tema, el tenor traduce la relación entre los participantes del acto comunicativo, y el modo está conformado por aquellos recursos que hacen que nuestro texto sea coherente y cohesivo.

Atendiendo al tenor, entonces, Daniel Cassany (1995) diferencia escribir de comunicar porque lo importante es que el lector pueda compartir nuestras ideas, nuestras opiniones, nuestras experiencias. Para esto, es esencial ponerse en el lugar del otro y tener en cuenta que la comunicación supone competencias en común. De Cassany reelaboramos las siguientes estrategias para que realmente se vea que hay un escritor pensando en un lector:

1. Buscar la concreción. Los hechos concretos siempre son más comprensibles que las formulaciones abstractas. Incluir ejemplos, anécdotas, imágenes visuales, esquemas, comparaciones, etc., hace que nuestra prosa gane claridad

2. Tener en cuenta el grado de objetividad o subjetividad que requiere el tipo textual que estamos elaborando. Ya tratamos las formas de lograr objetividad, pero también es importante que, si el lector espera que nos involucremos –porque estamos argumentando–, deberemos usar los recursos que la retórica ofrece para esto.

3. Evitar una prosa monótona, repetitiva. Lograr variación en la sintaxis. Cuando hablamos, usamos diferentes tonos de voz que hacen que nuestros oyentes no se aburran. El tono de voz en la escritura equivale a lograr textos ricos en recursos, con un aprovechamiento de las posibilidades que nos da el español en cuanto al orden sintáctico.

4. Utilizar adecuadamente la narración (decir) y la descripción (mostrar). Narrar y describir equivalen a selecciones diferentes, tienen ritmos y finalidades distintas. La narración tiende a acelerar el ritmo, mientras que la descripción lo retarda. Tengamos esto en cuenta.

5. Aprovechar la variación tipográfica y cuidar la presentación de nuestros escritos (márgenes, tipo de letra, tamaño, espaciado, etcétera).

6. Lograr el tono adecuado, elegir cuidadosamente el vocabulario, evitar los lugares comunes.

Finalmente, todo lo anterior debe estar enmarcado en una adecuación al género elegido, lo que ya presupone conocer el estilo y la superestructura que caracterizan a cada uno. Así, tendremos lectores agradecidos que sentirán placer al saber que los tuvimos en cuenta a la hora de redactar.