Por: Cecilia Acuña
“Si vos no sos gorda, podés usar bikini”, así inauguré la temporada de pileta hace unos días cuando de milagro me invitaron a pasar una tarde adentro del agua y abajo del sol, un acontecimiento que sucede cada año bisiesto. Fue la amiga de una amiga la que me hizo el comentario mientras acomodábamos todos los objetos inútiles que las mujeres solemos llevar cuando tomamos sol. Como era un día de pileta cool, con tragos de frutilla y ananá y reposeras que parecían camas, había que conservar la imagen, no daba para andar como en la terraza de mi casa, que termino metiendo los pies adentro de un balde para sentirme refrescada. “Uso traje de baño entero porque me gusta”, le contesté mirando mi modelito strapless rojo con lunares blancos y estuve a punto de iniciar un debate peligroso en el que claramente iba a perder por cantidad: yo era la única con un entero puesto.
No me sorprende. La gente se siente con derecho a cuestionarlo todo, a veces me dan ganas de contestar que no puedo usar bikini porque tengo una cicatriz gigante que me atraviesa toda la cintura para que se sientan mal, pero me gana la fiaca de tener que discutir. Uso traje de baño entero porque me gusta y ya, no es complejo ni vergüenza (además la pregunta de mi interlocutora deja expreso un prejuicio implícito, es decir, ella cree que el entero es una condena para quienes no cumplen con sus criterios estéticos, para ella las que no entran en un small no tienen derecho a usar bikini, deben taparse los supuestos rollos. Un prejuicio horrible).
Hace poco tuvimos un debate con mi amiga expertísima en moda @NRedVelvet, que no surgió por un cuestionamiento bobo sino porque, como ella sabe todo, le pregunté dónde podía comprarme un lindo entero que no me saliera un ojo de la cara. Si quieren leer su argumentación a favor de la bikini los invito a hacer click acá, pero recuerden que la que está en la vereda del sol soy yo, ojo. Y lo bueno es que, además de datos útiles, a partir del intercambio de opiniones logré esquematizar tres razones claras y distintas –¡como las ideas de Descartes!- para mi defensa del entero:
1-LA COMODIDAD. No es que nunca haya usado bikini en la vida, me acuerdo muy bien de la primera vez que me metí al mar para hacerme la loca con las olas. Dios mío, quedé haciendo topless con el corpiño subido hasta el cuello. Y mamita, no les cuento cuando quise hacer un largo en la pileta y sentí que la bombacha se me iba escapando, la perdía, mientras intentaba avanzar. No hay nada como la seguridad y la LIBERTAD de una prenda que se sujeta completamente al cuerpo, que no se corre a menos que sea por la voluntad de una. Y no me refiero sólo a los modelos de competición, hasta los strapless son más seguros que los corpiños de triangulitos.
2-LA ELEGANCIA. Es mentira que la bikini queda mejor. El entero estiliza, contornea las formas, pone todo en su lugar y, además, nos permite disfrutar de almuerzos generosos sin temor a que se nos note la panza. El entero tiene ese aire retro, encantador y hasta misterioso que nos hace ver más seductoras y refinadas. Los estampados se lucen mucho más y las posibilidades de detalles y diseños se multiplican. Y no me vengan a decir que la bikini es más fresca, ¡es la panza nada más! Si tienen tanto calor, vayan a una playa nudista y listo.
3-LA INTIMIDAD. En un seminario de antropología, el profesor no se cansaba de repetir esto: “el hombre es cuerpo”. Parece una bobada a primera vista, pero no. Somos cuerpo, nuestro valor no sólo está en lo interior, digamos en el alma, en el espíritu, en el pensamiento, en la personalidad, en la mente, como quieran llamar a eso que nos configura en parte, sino también en el cuerpo. La intimidad es material, está en el corazón y en aquello que no mostramos públicamente, de hecho, si no fuera así andaríamos desnudos por la vida. Para mí, la bikini no deja de ser ropa interior y yo en ropa interior sólo estoy adentro de mi casa. No digo que la intimidad esté en la panza, sino que se trata del cuidado del cuerpo de una que, en definitiva, es el templo de nosotras mismas.