Mi vecino Philippe Donofrio, el filósofo

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Philippe Donofrio no tiene segundo nombre. La manera, el porte que ya le brindan su nombre de pila y su apellido, haría del uso de un nombre adicional una pura excentricidad. Philippe Donofrio es filósofo, una especie de filósofo barrial que diserta sobre diversos temas de actualidad. Además, como si esto fuera poco, es mi vecino.

Debo reconocer que en el pasado me sentí amenazado por la inteligencia innata de Philippe. Siempre supe que a nivel físico, yo no era el macho alfa del condominio. Tal vez por mis pechos caidos, o simplemente por mis brazos con consistencia de flan, no creí apropiado buscar ese lugar. Eso no me impidió forjar una falsa seguridad masculina a partir de ciertas capacidades que no todos en este PH tienen. Por ejemplo, leer y escribir, contar hasta cincuenta, etc.

Cuando Philippe Donofrio llegó al vecindario toda mi autoestima se desmoronó, y no tuve más remedio que matarlo.

Lo maté a preguntas a ese pseudo filósofo en la conferencia que dió la semana pasada a la vuelta de casa. Llevé mi listado de preguntas, punzantes algunas, con trampa otras, preguntas capaces de ridiculizar a cualquier orador. No lo conseguí.

“Con motivo de la presentación de su nuevo libro, Philippe Donofrio disertará el sábado 6 de abril en Castro Barros al 600″, pude leer en un cartel en la vía pública. Castro Barros al 600, mis queridos amigos, no es otra cosa que el boliche swinger al cual amenacé hace poco.

Nota del autor: Si fuera ud. no seguiría leyendo este relato sin interiorizarme primero sobre este boliche swinger y su modus operandi. Click aquí

Se lo vendí a Sharon como una oportunidad única de conocer este local bailable, digamos, desde lo cultural, desde el intelecto y sin que nos garchen. No quiso saber nada.

Llegamos puntualmente con el Pipi y Pablo Tetilla. Un patovica nos detiene en la puerta para informarnos que es un evento de traje y corbata.

—¿Vos me estás diciendo que en este lugar, al cual la gente viene a coger desenfrenadamente en forma grupal, hay un protocolo que nos impide entrar sin corbata? —dijo Pablo Tetilla sacado.

Pocos segundos después aparece Donofrio y soluciona este inconveniente, diciendo que eramos sus amigos.

—Yo vine por los canapés —dijo el Pipi en voz baja— me va a tener que servir más de cien canapés para que sea su amigo —dijo indignado cerca de mi oido, incomodándome con su aliento caliente cerca de mi oreja.

Entramos nomás. Había una tarima montada entre un caño para bailar y unos sillones de terciopelo, posiblemente recuperados de algún cabaret de los sesenta. Sobre la tarima se encontraba, bien visible y a todo color, con tapa plastificada, el libro escrito por Donofrio: “Entrevistas con Philippe Donofrio”. Así se llama.

—Deforestaron un bosque para imprimir esto —dijo el Pipi, agitando una copia del libro de Donofrio, al tiempo que masticaba un bocado de queso y pepinillo que servían en la recepción—. Estamos condenados —añadió.

Le dije al Pipi que deberíamos ser más cautos, darle una chance a Donofrio de sorprendernos con su material, aunque luego me solté y le reconocí que estaba ahi con el único fin de desenmascarar a ese cerdo.

El evento estaba retrasado. La verdad es que muy poca gente se acercó a escuchar a Donofrio. Yo lo sentí como una victoria personal. Ni siquiera juntándolo con un evento de sexo grupal el tipo logra una audiencia respetable, pensé.

Tetilla se acercó con una copa de champagne en la mano, frotándose de forma extraña los brazos y el torso, estiró su brazo y me ofreció la copa. Pensé que, después de todo, Tetilla no era un mal tipo, aunque luego de terminar de rascarse todo el cuerpo me exigió que le devolviera la copa.

—Cinco segundos me apoyé en esos sillones —dijo Tetilla mostrando una especie de urticaria en sus brazos— cinco segundos ¿podés creerlo?

—¿No serás alérgico al terciopelo? —preguntó el Pipi, mostrando un falso interés mientras buscaba con la mirada al mozo que repartía unos calentitos— ¡muy completa la recepción eh! —agregó luego.

—No Pipi —respondió Pablo Tetilla—, lo que pasa es que acá la gente viene llena de preservativos, pero lo que fluye es la sarna ¿me entendés lo que te digo? Acá no hay enfermedades venéreas, son tipos muy preparados, pero sarnosos.

Los minutos pasaban y Donofrio estaba desconsolado, realmente apenado. Ya era prácticamente de noche, había que ir levantando campamento para darle lugar a la gente que venía a hacer un uso real de las instalaciones, gente que efectivamente ya estaba haciendo cola en la puerta. No nos olvidemos, después de todo, que era sábado, ¡noche si las hay para realizar el coito grupal!

Improvisamos rápidamente una ronda de preguntas y respuestas para que Philippe Donofrio no se sintiera tan fracasado, y convenimos en seguir la noche en la parrilla de la esquina, lo de Rosendo.

En la puerta, saliendo, nos encontramos con la hija de Pablo Tetilla (19), quien estaba ingresando al boliche swinger junto con una amiga y tres amigos.

Se hizo un silencio muy grande. Una eternidad. Yo estaba de espectador preferencial. Me faltaba el pochoclo. Realmente hubiera deseado comer un poco de pochoclo en ese momento. El Pipi me miraba, yo lo miraba. Ambos sonreíamos discretamente. La hija de Pablo me mira, yo la miro. Todos nos miramos en silencio.

De pronto, inesperado, como un caballero templario al rescate, Donofrio dice “¿qué pasó chicos? Les dije que la presentación del libro era a las 19hs”

Entendí que Donofrio era un caballero, un tipo inigualable. Miré su libro nuevamente y me prometí empezarlo ese mismo día, cosa que finalmente no hice, pero lo empecé al día siguiente.

Llegamos a la parrillita, pedimos bondiola, tira, vacío, morcillas y provoletas.

—Mirá como me quedaron los brazos con ese sillón de mierda —dice Tetilla nuevamente, mostrando su desagradable urticaria.

—¿¡Viste lo que pica!? —gritó su hija.

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