“La imagen que profana y destruye”

#BorgesDelFuturo

Autor #10

Nombre: Federico Fahsbender

Edad: 29

Libro: La imagen que profana y destruye (Nulú Bonsai, 2012)

Temas: Poesía mística, esoterismo, hipersensibilidades góticas.

Por qué hay que leerlo: Los poemas de La imagen que profana y destruye pueden leerse como un desprendimiento en tonos góticos del aura holística que encontraría durante los años noventa receptores entusiasmados por el candor del new age. Si la categoría del espíritu, concebida expresamente para abarcar los problemas sin contenido, atravesó en aquel momento un nuevo declive marcado por múltiples tentativas para devolverle un simulacro de existencia, escrita veinte años después, la poesía aspiracional de Fahsbender deambula algo perdida, entre la sensibilidad romántica y un proyecto de individuación trágica, una amplia zona en deshielo.

Aunque el tono de los versos libres de La imagen que profana y destruye aspira a lo épico, es durante los raptos de hipersensibilidad gótica donde la diatriba constante de Fahsbender alcanza un sopor que lo hunde en el mero lamento del emo. En ese punto, entonces, comienza a transitar una cuerda todavía más endeble: algo que oscila entre la interrogación metafísica con ecos nietzscheanos a medio digerir, el manifiesto estético anacrónico, la autobiografía pueril y el salmo panteísta. La altura del desafío, por supuesto, es valorable. Y la turbulencia durante el trayecto resulta inevitable. Los lectores adolescentes, siempre y cuando no tengan demasiadas lecturas previas, podrán apreciarlo.


¿Por qué leer La imagen que profana y destruye en el futuro?
Ni siquiera. No creo en el futuro, que es un determinismo sin elección, o una incógnita de la cual no puedo participar excepto siendo su víctima. El libro, precisamente, habla del futuro: de desprotegerlo, de destruirlo, de marchar contra él, como un tiempo ficticio que solo busca envejecerme. Prefiero escribir desde el presente, que es algo mucho más intranquilo, irresuelto, más temible, de monstruos mucho más concretos. No me preocupa la posmodernidad, la intertextualidad, escribir sobre vivir en estos tiempos, no son cosas que me acomplejan. Es más, me aburren mucho. De nuevo, prefiero escribir sobre cómo viví mi tiempo en la Tierra. Y el libro es eso: mi tiempo en la Tierra, o mis últimos dos años, o de vivirlos de forma desafiante. Detrás de todo el tono de tragedia, de humillación, de desidia, del clasismo roto y el deseo inabordable, hay una búsqueda de un yo fortalecido, de un yo superhumano en el sentido de trascender mi propia humanidad. Es, si se quiere, una experiencia ceremonial, porque la única respuesta que encuentro a todo esto es negar a la muerte y salir a buscar al espíritu, o a su punto más alto, no importa si la oscuridad es el punto de partida. También noto mucho rechazo en mi generación de autores a la oscuridad, a la tragedia, como que nadie quiere pudrirla, el cinismo y el kitsch —que es el rico ilustrado riéndose del pobre y burro— son lugares quizá demasiado seguros para salir a jugar. A mí, pudrirla me interesa.

¿Papel o bytes?
Ambos. No hay prejuicio. Pero prefiero papel, me implica el canchereo de edición escasa, el atesoramiento, la compañía que es un libro físico. Yo amo a mis libros viejos mucho más de lo que amo a mis e-books y PDFs. Y Nulú Bonsai, la editorial que se encarga del libro, como esfuerzo colectivo, tiene su razón de existir en poner feria, en imprimir y distribuir con las manos, en viajar a donde sea y armar nexos duraderos entre autores y lectores para ser parte de una misma experiencia, de una cotidianeidad, una idea que es muy punk rock, muy do it yourself. La independencia no es un cliché de vagancia o un hecho de presupuesto, sino de proximidad. Pero también la necesidad y la oportunidad te dictan el curso, no es algo tan tajante.