Drones en Sudamérica: Una realidad en ciernes

#DEF

El avance de la utilización de aviones no tripulados en diferentes actividades humanas despierta resquemores en algunos sectores. Lejos de reaccionar con miedo o sobreactuar debartes importados desde otras latitudes, se debería pensar qué función necesitamos que estos aviones cumplan. Escribe Juan Battaleme / Especial para DEF e INFOBAE

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Recientemente, tomó estado público el envío por parte de un conjunto de académicos argentinos (La Nación, 02/07/2014) de una nota al Consejo Sudamericano de Defensa (CDS), a los efectos de expresar cierta preocupación por la posibilidad de que se incorporen a los arsenales o se produzcan aviones no tripulados en el país, solicitando que se tratara el tema en dicho organismo con carácter de urgente.

A partir de los usos que se les da en escenarios abiertamente de guerra como sucede en Afganistán, Medio Oriente, Pakistán o África, las consecuencias para la soberanía y las industrias que los producen son los argumentos de “peso” para pedir dicha inclusión en la agenda, marcando un debate atrasado por lo menos diez años en relación a las discusiones actuales.

La carta contiene –en el mejor de los casos– verdades parciales, pero demuestra un conocimiento muy básico acerca de los cambios que genera la robotización creciente de la seguridad internacional y en especial del campo de batalla. Los robots militares son una realidad, de la cual América Latina no queda afuera, aunque su impacto por ahora es sensiblemente menor.

Para hablar de aviones no tripulados para uso militar, tenemos que remontarnos a la Segunda Guerra Mundial y a la evolución de la tecnología de control remoto. El general Henry Arnold, del Ejército norteamericano, tuvo la idea de utilizar una serie de aviones B-17 y B-24 para bombardear posiciones fortificadas alemanas y japonesas, la cual, en la práctica, resultó un fracaso debido a los límites tecnológicos existentes, aunque sentó las bases para desarrollar programas militares en ese campo para que fueran evolucionando de la mano de la tecnología.

Los drones son la consecuencia de la robotización del campo económico en el sistema internacional. Ya desde mediados de los años 50, y perfeccionada la técnica del control remoto, se comenzaron a utilizar aviones para probar misiles aire-aire o aire-tierra sin arriesgar pilotos. La evolución de las computadoras, las mejoras en los sistemas de conectividad, en el procesamiento de datos, y la irrupción de la inteligencia artificial llevaron a la evolución de estos ingenios en versiones cada vez más autónomas. Uno de los primeros campos de pruebas fue la industria aeroespacial, donde más rápidamente se vio la aplicación de estos sistemas.

El debate actual en los países centrales presenta las siguientes aristas. En primer lugar, se están analizando las consecuencias que tiene la proliferación de dicha tecnología a países periféricos, ya que no presenta los mismos limitantes que otras, aun cuando es parte de aquello que se considera tecnologías sensibles. Segundo, existe un interés de las potencias por limitar estas tecnologías, ya que una vez desplegadas igualan capacidades, por ejemplo en el campo de la obtención de inteligencia, dificultando operaciones tácticas. En tercer lugar, la evolución de la inteligencia artificial está haciendo que sea factible remover al ser humano de la cadena de decisión de eliminar a un posible blanco trasladándola a algún algoritmo que controla a los drones. Actualmente, hemos optado por mantener al hombre en el centro de la cadena de decisión; sin embargo, esto puede cambiar con el paso del tiempo.

Los temores infundados y cierto desconocimiento del tema llevan a confundir y a generalizar acerca del uso de los drones. Si hablamos del gran público, o de observadores no especializados, es posible que se confundan las tareas que desempeñan estos ingenios militares. Para quien no conoce en profundidad, un MQ-9 Reaper, un MQ-1 Predator o un RQ- Global Hawk pueden  parecer similares, pero en realidad sus funciones son bien distintas.

En este sentido, los aviones no tripulados pueden hacer inteligencia, reconocimiento, vigilancia, observación, marcación de blancos y funciones de ataque. De todas ellas, las acciones que capturan la atención de la prensa, las ONG de Derechos Humanos y el público en general son las de ataque, debido al grado de precisión involucrada y al énfasis que se pone en ellas. Sin embargo, dicha tarea representa menos del diez por ciento del total de las tareas y funciones que se realizan en los distintos teatros de operaciones en que se utilizan los drones. El crecimiento de las tareas de esas aeronaves ha sido vertiginoso, pero en materia de uso para ataques siguen siendo marginales, controladas y bajo estrictas reglas de empeñamiento, incluso cuando se aplican extraterritorialmente.

¿Por qué las potencias se vuelcan a esta tecnología? En primer lugar, porque reflejan el estado del arte en el campo de la robotización: pueden permanecer un mayor tiempo en operaciones, no se distraen, no se cansan y son altamente efectivos en relación con la misión asignada.  Son más baratos que los aviones de reconocimiento y de vigilancia tripulados, presentan mayores dificultades de detección, si los capturan no hay que pedir rescate y si son derribados no hay que escribir una carta de condolencias. Nadie llora por un robot.

En la región, ya hay en servicio distintos tipos de vehículos aéreos no tripulados de última generación. Sus tareas se relacionan con el patrullaje fronterizo, el combate al narcotráfico, la vigilancia marítima, el control del espacio aéreo y la recolección de información. Hasta la fecha, no hay evidencia alguna de que en Sudamérica se hayan incorporado o desplegado aviones no tripulados artillados, y si bien no estamos exentos de que aparezcan, las condiciones existentes en la región hacen prever que al menos durante un lustro dicha capacidad no será incorporada, independientemente de que se encuentre disponible en el mercado.

En este sentido, Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, México, Perú y Venezuela han adquirido y desplegado este tipo de sistema. Israel, mediante su UAV conocido como Hermes 900, ha sido el principal proveedor, seguido por los EE. UU. Por su parte, Rusia y China han colaborado con algunos desarrollos autóctonos como sucede con Venezuela. Según el reporte del 12 de enero de este año del Council on Hemispheric Affaires, Corea del Sur y Suecia están intentando ingresar en el mercado creciente de drones latinoamericanos.

Una característica –que se suma a la existencia de proveedores externos– es el esfuerzo de producir drones en la región, no para exportación sino para consumo interno, ya que los niveles de tecnología involucrados son sustancialmente menores a los de quienes detentan cierto grado de primacía en el mercado. Hasta el momento, Argentina, Perú, Ecuador y Brasil con su empresa Embraer están trabajando en desarrollos autónomos a los efectos de poder ser parte del grupo de naciones que dominan dicha tecnología.

Esta clase de desarrollo cuenta además con un apoyo de múltiples sectores que perciben en esta capacidad una forma de desarrollar y hacer avanzar campos tecnológicos donde América Latina se ha demostrado competente, como es la industria del software.

Los gobiernos de la región planean expandir los roles de los drones en sus fuerzas tanto de seguridad como militares a los fines de mejorar las condiciones de seguridad del país que los emplea y de la región en general. Los Estados que ya los están utilizando los han incorporado para realizar operaciones de monitoreo del crimen en conglomerados urbanos, operaciones de contrainsurgencia y protección de infraestructura vital, como lo es la petrolera para Colombia. Asimismo, los drones se están utilizando para obtener un mejor conocimiento de zonas que son inaccesibles para las fuerzas del orden a fin de conocer mejor qué es lo que sucede en ellas. Los drones crean capacidades y otorgan ventajas a los Estados latinoamericanos. Mejor conocimiento a un costo sensiblemente menor.

Cabe destacar que ningún país –haciendo uso de sus prerrogativas soberanas– ha realizado consultas a sus vecinos o al CSD acerca de qué tipo de drones y con qué objeto incorporarlos a sus arsenales. En este ítem, al igual que en otros de los tantos que hacen a la seguridad regional, no hay voluntad de que sean tratados en las estructuras institucionales regionales, porque los principales actores de la región perciben que dicha situación no lo amerita y que no afectan la seguridad del vecino. En este sentido, no existe necesidad de que Argentina sea un caso testigo al respecto.

Más que discutir acerca de si es bueno o malo poseer drones, algo bastante más positivo es hacerlo en función de qué tipo de artefactos robóticos necesitamos, dónde desplegarlos y qué esperamos obtener de ellos. En este sentido, los drones pueden ser una vía económica alternativa para tener un control efectivo de aquello que sucede en el Atlántico Sur que sea contrario a nuestros intereses económicos y políticos, así como en tareas contra el narcotráfico. Y en combinación con los radares que conforman el llamado Escudo Norte, los drones serían una plataforma central para controlar las porosas fronteras existentes, monitoreando los distintos tráficos allí existentes.

Frente a este cambio, no hay que reaccionar con miedo o sobreactuar debates exportados desde otras latitudes. Pensemos que actualmente la AFIP emplea drones para analizar los terrenos y detectar posibles evasores, con lo cual los robots ya están entre nosotros. Conocer da la chance de entender qué sucede y de esta manera evitar realizar una declamación de intención que puede generar más daño que beneficio al interés nacional en términos de seguridad.

El autor de esta columna es director de la Carrera de Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE).