Escocia: Los senderos se bifurcan

#DEF

A pocos días del referéndum que decidirá el futuro del Reino Unido, un análisis de las razones que pueden llevar a los escoceces a votar por su independencia el próximo 18 de septiembre. Nacionalismo, política e intereses económicos. Escribe Horacio Sánchez Mariño / Especial para DEF e INFOBAE

BRITAIN-SCOTLAND-INDEPENDENCE-VOTE

El nacionalismo es una fuerza poderosa. En muchos países produjo grandes beneficios, así como en otros ocasionó sufrimientos indecibles. La vigencia de esta inmensa fuente de energía social, comparable al marxismo o al liberalismo, puede verificarse en los rincones más lejanos de la Tierra. Más aún, su poder de inspiración se acerca más al de la religión que a las ideologías, y los líderes contemporáneos han descubierto su potencia para aunar voluntades políticas. En los Balcanes fue el combustible que avivó el fuego de la guerra, agitado por las facciones extremistas, que obtuvieron mayor apoyo que las moderadas, de modo que la población estuvo dispuesta a llevar el nivel de la violencia a su máxima expresión, especialmente en aquellos territorios donde las minorías étnicas eran regidas políticamente por etnias ajenas. Las técnicas utilizadas, la limpieza étnica, las violaciones y mutilaciones masivas, el desplazamiento obligado de cientos de miles de refugiados, entre otras, tan antiguas como la civilización, se emplearon para alcanzar el objetivo de que coincidieran una cultura homogénea bajo una conducción política común. Esta coincidencia de cultura y política es la definición de nacionalismo que propone Ernest Gellner. Sin embargo, hay ejemplos en los que facciones nacionalistas condujeron procesos políticamente racionales que permitieron el nacimiento de nuevas naciones de manera pacífica. ¿Por qué si en Yugoslavia estalló una guerra que produjo más de cien mil muertos y cientos de miles de refugiados, la violencia no estalló en otros países donde hubo movimientos nacionalistas como en Lituania (1992) en Hungría (1994) en Bielorrusia (1994) en Rumania (1996) y en la propia Rusia, donde el Congreso de las Comunidades Rusas (KOR) ni siquiera sobrepasó el cinco por ciento en las elecciones parlamentarias de 1995? La tumultuosa situación en Ucrania preocupa (un fenómeno de tal trascendencia geopolítica merece ser tratado extensamente) y está en marcha un referéndum para determinar la independencia en Escocia, donde focalizaremos el análisis partiendo de la interesante perspectiva de la teoría del nacionalismo europeo “modernista”.

Teoría del nacionalismo

Los primeros teóricos del nacionalismo, los llamados primordialistas, consideran que las naciones son eternas, provienen del principio de los tiempos y proyectan su influencia sobre nosotros. La nación es considerada un sujeto metafísico que atraviesa la historia desde los tiempos originarios, manteniendo un estado de pureza que debe ser defendido. Recordamos a Thierry Maulnier, para quien la Patria era “la tierra y los muertos” y en la actualidad a Conor Cruise O’Brien, quien sostiene que el nacionalismo está presente en el Viejo Testamento. A esta visión se opone la de los modernistas, quienes sostienen que el nacionalismo y el Estado Nación son frutos de la Modernidad, del capitalismo y de la Revolución francesa. Según ellos, las naciones no son algo “natural”, no son eternas, son creadas. En esta última perspectiva se destacan autores como Eric Hobsbawm, Ernest Gellner, Anthony Smith y Benedict Anderson, y a partir de ellos se discute sobre sus características y su empleo por parte de los gobiernos que agitan el nacionalismo para galvanizar a la opinión pública detrás de objetivos políticos. Los valores que se proponen, según estos autores, son presentados por una élite intelectual, básicamente apoyada en una interpretación del pasado que sirve para comprender el presente. La inteligentsia que sirve a los gobiernos nacionalistas estructura una cosmovisión que se impone a la sociedad, generalmente a través de la educación pública y los medios masivos de comunicación.

Estos autores sostienen que el proceso de modernización y el desarrollo capitalista facilitaron la emergencia de los nacionalismos. El proteccionismo en los países centrales, el libre cambio, por ejemplo, necesitaban de una nación y un territorio donde el Estado asegurara la vigencia de los contratos y la seguridad jurídica. Esto garantizaba la racionalidad para el intercambio comercial que requiere el capitalismo. Al respecto, Hobsbawm sostiene que entre 1918 y 1950 se produce el apogeo del nacionalismo (Naciones y nacionalismo desde 1870). El nacionalismo se transforma en una fuerza cultural, política y social muy poderosa, de carácter universal.

Ernest Gellner, de origen judío, nacido y criado en Praga en la cultura alemana, quien vivió la desintegración de Europa Central, nos recuerda a Franz Kafka. A tal punto fue construido el relato bajo el comunismo que un coronel checo educado en Checoslovaquia bajo el Pacto de Varsovia me sorprendió al admitir que nunca había oído hablar de Kafka, uno de los escritores más importantes del siglo XX. Uno de los aportes de Gellner es su sociología del nacionalismo, a partir de su definición de la historia europea como una transición de la sociedad agraria a la sociedad industrializada. Su tesis es original: el nacionalismo es producto de la difusión desigual de la industrialización (Naciones y nacionalismo); es una fuerza subversiva y revolucionaria que se apoya en la frustración que provoca la desigual distribución económica, más que en ninguna otra cosa. La humillación explica más que los intereses materiales y Gellner es directo: el nacionalismo deriva de la acción de un grupo social que está en desventaja dentro de un espacio cultural unificado. El autor cree que el nacionalismo es una ideología y su carácter no es natural. Descarta su presentación como una fuerza antigua y cree que es la consecuencia de una nueva forma de organización social, derivada de la industrialización y la división del trabajo. Esta idea política acepta y aprovecha la herencia cultural y étnica, pero su esencia es la búsqueda de la riqueza económica y el avance tecnológico. Los nacionalismos no solo adjudican un valor sentimental, un sentimiento de nostalgia, por un territorio “perdido” y pretendido, sino que además tienen un interés económico que no se manifiesta abiertamente. El nacionalismo no es la cultura popular sino la “alta cultura” definida como la cultura alfabetizada, que toma un idioma, lo difunde y busca la homogeneidad de la sociedad. La definición de Gellner del nacionalismo es clara: “Es el principio político que sostiene que la unidad política y nacional deben ser congruentes”.

Otro autor es Anthony Smith, antropólogo de la escuela marxista que pone el acento en la importancia de los mitos, valores y símbolos para la conformación del Estado Nación (The Ethnic Origins of Nations). En su descripción del fenómeno sostiene que la mayoría de los pueblos donde germina el nacionalismo apelan a la importancia de las raíces étnicas y culturales. La dirigencia política resalta los elementos comunes y los diferenciadores, refuerzan las características que les convienen, dando a la coyuntura una forma, una dirección y un razonamiento que dirige a la sociedad a sus metas. Tanto Gellner como Smith sostienen que el nacionalismo es anterior a la nación y que la nación es creada por el nacionalismo. Es decir, una élite crea el Estado moderno y desde el Estado se crea la Nación. Además, la élite nacionalista normalmente proviene de la burguesía y se encarga de la construcción de lo nacional, incorporando luego a los sectores populares.

Benedict Anderson, un antropólogo experto en el sudeste asiatico, decidió estudiar el nacionalismo luego de la invasión de Camboya por parte de Vietnam. Como resultado de su investigación, su libro Comunidades imaginadas ha trascendido. Se pregunta por qué los seres humanos llegan a amar tanto a su nación que son capaces de morir por ella y rastrea el origen del nacionalismo. Elabora una teoría para describir estos procesos de creación de comunidades, sus creencias religiosas y tradiciones culturales, destacando la influencia de la aparición de la imprenta y la ampliación de la difusión de las ideas en el nacimiento del capitalismo. También expone la importancia de la adopción de lenguas regionales como idioma oficial en el nacimiento de las nuevas nacionalidades. El fenómeno de guerras al interior del espacio del socialismo real lo sorprendió, pero lo ocurrido posteriormente en la ex Yugoslavia pone de manifiesto la capacidad predictiva de sus hipótesis.

Escocia

El nacionalismo continúa vigente en el siglo XXI; es invocado en todas partes, aún en países aparentemente homogéneos como España y Gran Bretaña. En esta última, en mayo de 2011 el Partido Nacional Escocés (SNP por sus siglas en inglés) ganó las elecciones del Parlamento escocés y su líder Alex Salmond, afirmó que impulsaría un referéndum para determinar si el país debía independizarse del Reino Unido. Este reino se había conformado en 1707, cuando la aristocracia escocesa firmó un acuerdo con el rey de Inglaterra por el que se unieron los parlamentos y nació la bandera común, la conocida “Union Jack”. Esto fue producto de las negociaciones de los nobles escoceses, que cedieron la soberanía a cambio de beneficios y prebendas que aún hoy se ven reflejados en la propiedad de la tierra, concentrados en unos pocos terratenientes. Actualmente, estos hechos explican algunos matices del carácter feudal del Reino Unido, donde las clases plebeyas aceptan la existencia de la monarquía, de los nobles y sus beneficios, lo celebran y se solazan en sus fastos.

Escocia es un país especial. Sus más de cinco millones de habitantes descienden de celtas, anglos y normandos, y hablan gaélico escocés, escocés (adaptación local del inglés), además del inglés oficial. Como dijimos, en 1707 se firmó la “Union Act” que provocó dos grandes rebeliones reprimidas violentamente. Luego de la Batalla de Culloden, en abril de 1746, donde fueron derrotadas definitivamente las fuerzas rebeldes, la resistencia cedió. Todos los heridos y prisioneros escoceses fueron ejecutados por el comandante inglés, Cumberland “el Carnicero”, y se suprimió la cultura escocesa, prohibiendo el uso de espadas, escudos, kilts y aun el uso de gaitas en celebraciones públicas. La fusión de los reinos fue violenta y Escocia quedaría sojuzgada, manteniendo vestigios de soberanía en el sistema educativo y jurídico. Entre 1760 y 1855 se desarrolló otro capítulo obscuro de esta historia, conocido como los “Clearances” (despejamiento) de los campos. Los jefes de los clanes despejaron el campo de campesinos, expulsando a miles de highlanders hacia las ciudades. El motivo fue concentrar la explotación de las ovejas laneras y produjo también la emigración al Nuevo Mundo. La Iglesia de Escocia apoyó la iniciativa, afirmando que esa era la voluntad de Dios. Los descendientes de esos aristócratas, que aun conservan gran prestigio, defienden a sus ancestros diciendo que algo debía hacerse porque la región estaba superpoblada y la gente se moría de hambre.

En los siglos XIX y XX, los escoceses participaron en todas las guerras del Imperio, junto a galeses e ingleses. Desde el punto de vista económico, no fueron ajenos a los avatares de las islas británicas. En 1970 las cosas cambiaron con el descubrimiento del petróleo en el mar del Norte; sugestivamente, el nacionalismo emergió políticamente obteniendo del Parlamento Británico la llamada “Devolution Act” en 1977, cuyos efectos no se materializaron al perder el referéndum de 1979. Escocia fue también un laboratorio de las políticas de Thatcher, aplicándose las privatizaciones que afectaron especialmente a los trabajadores. Al mismo tiempo, las regalías del petróleo fueron siempre directamente al tesoro británico, por lo que el país debió reciclarse como una economía postindustrial, apostando al turismo. Muchos atribuyen la ola nacionalista actual a los efectos de aquellos años de salvaje flexibilización y a que los gobiernos laboristas posteriores no cumplieron su promesa de reparar los daños sociales y culturales. En el llamado corredor Edimburgo-Glasgow, conocido como el Silicom Glen, compañías multinacionales de computación establecieron plantas de ensamblaje, pero la tecnología de punta no echó raíces. Aquí también se observa la tendencia del Reino Unido a concentrar los negocios en cerca de Londres, “cerca del trono”, espacio donde circula la élite económica y financiera británica.

Pero los escoceses han venido resistiendo y en 1997, mediante un referéndum, obtuvieron la creación de un Parlamento propio, que fue convocado por primera vez en 1999. Así, en 2011 el SNP ganó las elecciones y Salmond anunció el referéndum. Este se realizará el 18 de septiembre de este año y el año pasado fue presentado el libro Scotland’s Future, donde los nacionalistas expusieron sus objetivos. Allí prometen crecimiento económico, mejoras al sistema de cuidado infantil, menos impuestos y facilidades para la “inmigración tecnológica”. También proponen continuar utilizando la libra esterlina como moneda, cuestión que el gobierno de Cameron halla dificultoso, así como garantizan la permanencia en la Unión Europea, puesta en duda por su presidente, Durao Barroso.

Esta guía de más de seiscientas páginas, que puede bajarse de Internet, fue lanzada en Glasgow, no causalmente la ciudad donde habita la clase trabajadora. El documento expone cómo Escocia negociará su salida del Reino Unido al que pertenece hace trescientos seis años. Entre las respuestas a las preguntas de la gente común propone remover las armas nucleares británicas que están en la base naval de Falsane, así como nacionalizar el sistema de correos, el venerable Royal Mail, cuya importancia no se alcanza a comprender cabalmente en países ajenos a las islas británicas (el correo es casi un símbolo del Imperio). Frente a estas propuestas, Alistair Darling, líder de la facción prounión agrupada en “Better Together” (Mejor juntos) agita el fantasma del default de la deuda escocesa al Banco de Inglaterra, si se produce la secesión. Las encuestas sugieren que los nacionalistas aún no alcanzaron los votos necesarios, cuestión que revela el carácter democrático del país. El partido nacionalista podía, al acceder al gobierno, declarar la independencia directamente, pero no lo hizo manifestando que debía consultarse a los ciudadanos. Los partidos tradicionales, laborista, conservador y liberal democrático se oponen a la independencia y los nacionalistas solo tienen el apoyo del partido verde. Las campañas se desarrollan pacíficamente y nos remiten a la relación entre nacionalismo y democracia.

Nacionalismo y democracia

El reconocido investigador de la llamada teoría trancisionista, Alfred Stepan, politólogo que produjo aportes valiosos para América Latina, reconoce una ausencia de diálogo entre la teoría democrática y la teoría del nacionalismo. Sus reflexiones apuntan a reconciliarlos, con el objetivo de mejorar la calidad de las democracias (Hall, John. Estado y Nación, 2002). En el caso de Escocia, resultan atinentes. Stepan recuerda que en los Estados multinacionales –el Reino Unido lo es–, los líderes de la sociedad civil y política deben explorar instituciones que promuevan la integración política y la lealtad al régimen democrático. Refiere a un conocido comparativista, Arend Lijphart, quien advirtió que los países multinacionales deben buscar prácticas institucionales de mutua asociación, “consociativas”, que permitan la convivencia pacífica. El caso de Bélgica es interesante: sus ciudadanos pertenecen a culturas diferentes, no se interesan demasiado unas por otras y el sistema político está siempre en tensión. Hace poco el Estado estuvo más de quinientos días sin gobierno central (incidentalmente, esto debe llamar la atención de los politólogos aficionados que proponen el parlamentarismo para nuestro país). El nacionalismo está latente, pero los lazos institucionales son firmes y Bélgica sigue funcionando pacíficamente.

Stepan recuerda que las identidades políticas no son permanentes y los hombres pueden profesar lealtades cruzadas. También, que los ciudadanos pueden someterse a diferentes soberanías, como en el caso de Cataluña, que alcanzó cierta autonomía como territorio, pero sigue unida a España y a la Unión Europea. El especialista dice que el problema consiste en superar la tensión entre los derechos individuales y los derechos como grupo de escoceses, vascos o catalanes. Al respecto, Charles Taylor (Nacionalismo y modernidad) remarca las diferencias entre las sociedades medievales, jerárquicas, donde el campesino se vinculaba a un Señor y este al rey, mientras que en las sociedades modernas la ciudadanía es directa. Existe una esfera pública donde los ciudadanos participan del debate y de un mercado donde los agentes económicos participan en pie de igualdad. En Escocia estos espacios contienen vestigios jerárquicos,  pero los ciudadanos participan de movimientos sociales, políticos o religiosos que los vinculan horizontalmente respetando su individualidad. El orden jerárquico del reino estaba basado en una legitimidad originaria que fue quebrada por la modernidad: otro orden de pensamiento, el contractualismo devino en los modernos constitucionalismos. El nacionalismo se apoya en la premisa del derecho de los pueblos a crear su propia constitución, pero vinculando el tiempo originario con el tiempo de hoy. Como dice Taylor: “La fiesta mayor es en cierto modo contemporánea con mi vida y la de mis compañeros de peregrinación, pero por otro lado está estrechamente unida a la eternidad o al momento de los orígenes o de sucesos que prefigura”.

El nacionalismo es producto de una rivalidad y esto puede desestabilizar a la democracia. Esta es vulnerable a cualquier movimiento que amenace sus bases, que no son fáciles de consolidar. Sin embargo, en Escocia, el nacionalismo apela a la dignidad, pero no intenta minar la legitimidad democrática. La élite nacionalista busca la “adaptación creativa” que menciona Taylor, teniendo como modelo las instituciones nórdicas, especialmente Noruega y su estado de bienestar. Apelan a la diferencia, pero sin poner en riesgo el régimen de derechos e igualdad ciudadana; apuntan a impulsar el desarrollo integral, pero sin dañar todo lo bueno que han logrado hasta ahora, aun aceptando el riesgo de desaparecer como fuerza política si pierden el referéndum. Se acercan a la premisa de Stepan, un Estado donde los derechos del grupo no violan los derechos individuales y donde la ciudadanía democrática se expande. El resultado de referéndum nos intriga menos que el modo en que esa sociedad encauza un proceso tan complejo.