Por lo general, me cuesta disfrutar de la poesía. Lo reconozco, es una dificultad personal que no necesariamente tiene que ver con el género en sí. Sucede que, si no consigo dejarme seducir por el tono, el registro de esa voz que despliegan los poemas, a las pocas páginas abandono el volumen sin terminar su lectura. No me pasa, por ejemplo, con Vallejo, con Lorca, con Martí o con las traducciones de Baudelaire y Rimbaud. Entiendo que mi incapacidad lectora está más vinculada a cierta poesía, que a falta de un nombre mejor llamaré contemporánea, que en una búsqueda que poco tiene que ver con lo estético ha pretendido y pretende apropiarse de dicho estatuto en textos en los cuales no hay más que palabras apiladas e imágenes anoréxicas. Pero, por suerte, decidido a visitar los libros de poemas –todos contemporáneos- que había ido juntando, descubrí tres que me reconciliaron con el placer de leer poesía. Se trata de En contra dos, de Sandra Rehder y Alejandro Crimi; El resto no presenta alteraciones, de Fernando Marquinez y Poemas lumbares, de Lisandro González.
En contra dos, editado por el sello Gorbs Edicions de Barcelona, reúne en una suerte de diálogo temático las voces de dos poetas argentinos (y mendocinos) que hace más de una década residen en aquella Meca de los que partieron en lo peor de nuestra (última) crisis: Sandra Rehder y Alejandro Crimi. El prólogo nos anticipa una particularidad que el lector detecta ya antes de terminar la primera sección, Arte Poética, y es que “no se trata propiamente de una obra en colaboración, sino de una sucesión de complicidades” y que en esta “afinidad aflora la diferencia”. Diferencia que, es inevitable, obliga por esas afinidades subjetivas, a sentirse más inclinado o a gusto con una de las dos voces (miradas y registros) que instaura el libro. Si bien emociona el poema que al inicio Sandra Rehder dedica a Cesare Pavese “… solo sé mirar el cielo con tus ojos, ser la nube / el campesino tendido en la hierba, tu tabaco” y el ritmo de tango que respiran muchos de sus poemas, el placer y la incomodidad como lector los encontré en las composiciones de Crimi.
Los poemas que vienen marcados con el felino cuño de Crimi admiten ser organizados en dos grupos bien diferenciados. Por un lado, aquellos que en su brevedad atesoran una máxima o pensamiento expresado con contundencia y, por el otro, los textos un poco más extensos que invierten, subvierten o alteran desde una mirada humorística y corrosiva, casi pirandelliana, una situación cotidiana o una reflexión de encantador nihilismo o devastador pesimismo. Ante esta división, en el primer grupo podemos resaltar esa declaración estética que sostiene: “La poesía consiste / en tensar el lenguaje, / hasta que la retórica / huya despavorida.” Con el segundo grupo se hace complejo pretender una selección. Estimo que es porque el sentido demanda la lectura completa de cada poema y porque cada verso está al servicio del todo. Sin embargo, y que se me disculpe la mezquindad del recorte, no resisto las ganas de compartir algunos fragmentos: “La felicidad es una sensación / tan irracional como el miedo” (Post-amorismo), “Por favor, ¡cásate conmigo! / te imagino en el altar, / frente a un obispo inexpresivo, / y me tiemblan todos los sentidos / Es que no tengo la menor duda: / Eres la mujer de mi muerte.” (Romance del suicida) y “Lo único que está / más o menos claro / es la mala perfomance / que exponen los buenos / a la hora de competir” (Competición). Como sea, los motivos de las citas solo serán comprensibles si se abordan los textos completos. No hay más que pedirlos… como el libro no se distribuye en Argentina, puedo prestar la versión en pdf.
El segundo de los libros fue presentado en septiembre de este año y editado por Lamásmédula: El resto no presenta alteraciones, de Fernando Marquinez. Si el resto no presenta alteraciones, uno se ve tentado a inferir que un conjunto sí las presenta, a condición de que otra parte quede a salvo de ellas. Pero en el poemario de Marquinez, la alteración afecta desde al lenguaje, que en su artificiosidad se vuelve una piedra deliciosa, pasando por la sintaxis desbaratada y la versificación neurótica, hasta los temas que trepanan tanto la cotidianeidad como lo escatológico, disparando un arcano para develar, un enigma que contiene la misma condición humana y la constante alteración de la que ni el resto puede salvarse. Y el resto que no presenta alteraciones tampoco puede ser lo exterior al texto, al libro de Fernando Marquinez porque, en él, la realidad ya está impugnada desde el momento en que se prefigura como descalabrado referente de los poemas.
La voz de Marquinez guarda ecos, en el léxico y en la cadencia, de esa otra voz de Fabricio Simeoni o, mejor dicho, de la voz que entre ambos pergeñaron para el libro Cavidades de recreo, ganador del premio Felipe Aldana, allá por el 2007. Por eso, no es casual la dedicatoria a Fabricio, que responde tanto a la amistad y al afecto, como a la visión y el tono poético que recrea o resurge en algunos de los versos de este libro. Una mención especial, sin embargo, merece el conjunto de poemas de la sección Retratos sin terminar en los cuales encontramos trazados los perfiles de personajes alterados, desde Dorian Gray hasta el célebre odontólogo Barreda. Pero mis favoritos, sin dudas, son los pocos poemas narrativos donde un argumento se despliega, por ejemplo: Fuera del orden, El cotidiano betún de sus botas y El desafío del dorado, en el que un hombre lucha contra un dorado, ambos con anzuelos en sus lenguas, y tiran… Posiblemente, esta elección tenga que ver con mi predilección por la narración y en nada desmerece al resto de la obra que sí, toda, presenta alteraciones para descubrir.
Cerrando este trío selecto, este terceto en el que se vive la poesía de diferentes maneras, reservo los últimos renglones para los Poemas lumbares de Lisandro González, ganador del Premio Provincial de Poesía “José Pedroni” en el año 2013, y editado por Ediciones UNL en el 2014. Si Alejandro Crimi nos exponía a su mirada humorística y rebelde para empujarnos a la reflexión crítica, y Marquinez hacía estallar el lenguaje y la sintaxis en su reino alterado, González nos abraza con una poesía sencilla y precisa, descansada, en la cual el mundo que se crea reconcilia el dolor con la existencia y la mirada ingenua, pura, con la madurez de quien conoce el oscuro reverso de las cosas. Transitar estos poemas es viajar a través de una música leve, encontrar la belleza en el sentido clásico y dejarse llevar por el sosiego, por una mesura y un equilibrio que solo puede encontrarse en las voces que construyen la salvación hasta en el vacío. El mayor problema de los poemas de Lisandro González es que rechazan e invalidan todos los comentarios. Lo único que puede hacerse con ellos es leerlos, y sentirlos: “Media ciudad se recuesta / en un tango / y la otra / devuelve sal / a un mar inexistente / Allí descansan.”