Un viaje en Los teleféricos

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Desconozco si es exactamente así, pero puede que la lucidez consista en descubrir las propias limitaciones. “Los teleféricos hacen que las cuestas cuesten menos. Debería haber un teleférico entre mi cama y el baño, entre la olla y los tomates”, escribió Francisco Sanguineti (1981) en su libro, publicado por Erizo editora, Los teleféricos. El hallazgo de la imposibilidad, o de lo que se vuelve dificultoso, requieren de un elemento que los subsane, que colabore en su reparación. La baranda de la escalera para papá, el “bastón de cuatro patas” para el abuelo Pepe.

La imagen del teleférico operaría como el medio para reemplazar lo perdido, o para cumplir con aquello que no puede emprenderse sin una ayuda externa, ya sea porque la vejez o la abulia, a través de cualquiera de sus habituales manifestaciones, han quitado la posibilidad de autonomía y ya nada puede hacerse fácilmente. Los abuelos, el papá y el narrador, así como todo el entorno que se sugiere, precisa del teleférico para concretar las acciones cotidianas más sencillas, en apariencia. O para conectarse con el mundo, o para sobrevivir. La metáfora es acertada y puede aplicarse con soltura: alcanza con pensar cuántos teleféricos necesitaríamos en el día para que “las cuestas (nos) cuesten menos” a cada uno de nosotros.

Francisco Sanguineti, autor de Los teleféricos

Francisco Sanguineti, autor de Los teleféricos

Sin embargo, de golpe se corta el hilo que los sostiene. A los teleféricos de Sanguineti, a su relato. Los textos que se suceden remiten a las pérdidas, a la salud y a la juventud perdidas, a las hormigas que devoran un ciruelo y lo matan. La brevedad y la dispersión no contribuyen a consolidar un relato que encontró una voz convincente y atractiva, pero que prefirió, antes que concretar su potencia narrativa, disfrutar del vuelo de un lenguaje que busca volverse poesía. En su reseña del libro, José Sainz destaca la “espesura aparente” de Los teleféricos, “la sensación de que uno acaba de leer una historia más larga”. Coincido con él, experimenté con extrañeza la necesidad de seguir las pistas, los caminos que la lectura del texto sugiere. Y me quedé pensando, mirando a través de las ventanillas de los teleféricos ese paisaje que habla de la vida común, de cuestiones que nos alcanzan a todos los humanos.

Esto, junto con la voz narrativa, son los pilares que sostienen a Los teleféricos, que invitan a subirse y recorrer en él, en ellos, el corto pero profundo abismo que atraviesan.