La especulación en la vida cotidiana

#EscritosDeLaVida

Habría que reconocer que las palabras corren su propia suerte luego de que se les dé legitimidad en la Real Academia Española (RAE), reconociéndolas para que ingresen con dignidad a todos los diccionarios del mundo. Cobran vida propia y construyen un significado colectivo que concuerda más o menos con la definición inicial que resolvió el ámbito que procura resguardar el buen uso del lenguaje.

Lo que ocurre a veces es que la práctica comienza a desalinear a las palabras de sus conceptos fundacionales. Y es en esa instancia donde con frecuencia se construye una definición que desvirtúa el concepto esencial de la palabra, como si lo tiñera en una nueva definición que no hace justicia con su precisión inicial.

Es decir, el uso del lenguaje en la práctica puede concluir redefiniendo las palabras y haciéndoles decir lo que las palabras no dicen. O bien dotándolas de significados que no les corresponden.

Algo así pareciera que ocurre con la palabra especulación, que a fuerza de apuntarla, juzgarla y señalarla como dañina, se la endiabla injustamente. Cuando en verdad no es una palabra esencialmente perniciosa.

decidirTambién habría que reconocer que muchas palabras pugnan por ingresar a la RAE y que a pesar de la insistencia no siempre logran su cometido. O su propósito de pertenecer al diccionario que las adopta y de alguna manera las enaltece.

Pero no nos escapemos del meollo de la cuestión, que tiene que ver con la especulación como palabra a observar.

¿Y por qué observarla?

Bueno, porque ponernos a pensar o a escribir para tener una observación más fidedigna de lo que ocurre puede ayudarnos a construir una percepción más precisa, que quizás nos permita evadirnos de supuestas verdades falsamente construidas. Y con eso, evitar embaucarnos en determinaciones impropias que carecen de sustento.

Todo quizás para ser libres de aseveraciones caprichosas, atrevernos a pensar por nosotros mismos y hacernos cargo de una visión que puede ser más o menos efectiva, pero que es incuestionable desde el punto de vista de la honestidad intelectual.

Si algo es claro, es que todos especulamos. Y que son pocas las carmelitas descalzas que deciden andar con ingenuidad o despreocupación por la vida.

¿Por qué?

Porque la realidad exige que seamos efectivos, optimicemos el uso de nuestros recursos y logremos los resultados con eficiencia. Caso contrario nos ocasionamos un perjuicio, que puede ser explicado por incapacidad, torpeza o negligencia. Pero es un perjuicio al fin que deteriora la calidad del resultado.

Uno especula cuando decide a qué hora va a levantarse, si va a ver un programa de televisión u otro, si va visitar a un amigo, va a hacer primero una tarea laboral que otra, va a votar a alguien, va a leer determinado libro…

Podríamos seguir páginas y páginas.

Porque uno especula cada día, a cada hora, en cada minuto y en cada segundo, en ciertos casos. Salvo que ande distraído y suspenda por un momento la especulación.

Aunque es cierto que uno puede permanecer sin especular un buen rato, sin la necesidad de meditar. Incluso podría quizás pasar días enteros en estado de no especulación, asumiendo el riesgo que semejante decisión significa.

Podrá decirse que hay especulaciones sanas y otras más cuestionables, e incluso perversas. Pero no todas las especulaciones son maliciosas. Cada uno puede pensar cientos de ejemplos.

Así que no nos vengan con que especulamos, porque si hay algo cierto, verídico, verosímil e incuestionable, es que especular, lo que se dice especular.

Especulamos todos.


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*¡Hasta la próxima!.

tapa2 para faceEscritos de la Vida - Juan Valentini