La fogata de San Pedro y San Pablo

#FiestasDeMiPaís

Mañana, 29 de junio, es San Pedro y San Pablo. Hasta mediados de la década del 50, el llamado “Día del Papa” era feriado; chicos -y no tanto- lo esperaban con ansias para encender grandes fogatas en las esquinas donde se asaban papas y se lanzaban fuegos de artificio en honor a San Pedro, el primer pontífice, y San Pablo, el gran apóstol. Hoy es una costumbre diluida, que sólo se mantiene en algunos puntos de nuestro mapa y en la memoria de los que la vivieron y disfrutaron.

Según escribe Sir James Frazer en su clásico libro La rama dorada (The golden bough, 1980), en toda Europa, desde tiempos inmemoriales, los campesinos solían encender grandes fogatas en ciertos días del año –como en la víspera del solsticio de verano (23 de junio) o incluso el mismo día del solsticio (24 de junio)-, alrededor de las cuales bailaban, e incluso saltaban sobre ellas.  Por eso, “es preciso buscar su origen en una época muy anterior a la difusión del cristianismo“, señala el escritor.

Esta mezcla que bien pinta Frazer de elementos paganos, cristianos y de origen supersticioso popular, que también se relacionó con el Día de San Juan Bautista (curiosamente, el 24 de junio), con el tiempo se extendió a otra fecha de la misma importancia en la liturgia católica: el Día de San Pedro y San Pablo.

Fogata de San Pedro y San Pablo

De oír los relatos de mi papá acerca de los festejos cada 29 de junio en su General Villegas natal, hace algunos años entrevisté para Infobae.com a Conrado de Lucía, licenciado en Filosofía y profesor de Historia de las Religiones, para que me contara un poco más sobre esta celebración. “Ambos santos fueron ejecutados el mismo año 67, por orden de Nerón, y aunque Pedro fue crucificado y Pablo decapitado, la tradición los vincula con el mismo ritual del fuego“, señaló el experto.

Si bien no hay datos concretos de cuándo esta celebración comenzó a realizarse en nuestro país, “con toda probabilidad la costumbre es contemporánea a la colonización y la evangelización europea de nuestras tierras”, explicó De Lucia.

Con respecto a las características que tomó en la Argentina, el licenciado señaló que dependía de los elementos disponibles en cada época y lugar, ya que no todos los pueblos tenían la suerte de contar con ramas, hojas o troncos para quemar. En las zonas más secas del país se utilizaba para avivar las llamas ramas de palmeras de las plazas y hasta “cardos rusos” prensados a fuerza de saltar sobre ellos. Todo esto se colocaba “debajo un montón de cubiertas viejas de auto y camión, que ardían hasta un par de días después“, contó.

En las ciudades, las hogueras se alimentaban con cajones de verdulería, muebles viejos, puertas y ventanas inservibles y cualquier otro material que ardiera con facilidad, y eran acompañadas de cañitas voladoras, petardos y luces de bengala.

Los más humildes hacíamos explotar cucharaditas de una mezcla de clorato de potasio –comprábamos ‘pastillitas para la garganta’ en la farmacia– y azufre en polvo, poniéndoles encima una piedra lisa de canto rodado, parándonos encima y golpeando un taco con el otro, con lo que se producía una ruidosa explosión “, relató De Lucía.

Las familias, reunidas alrededor de la hoguera, solían colocar papas con cáscara o “palomas cazadas a ‘hondazos’” –recuerda-, las que eran comidas cuando el fuego amainaba.

En otras zonas del país, también se acostumbraba la quema de un muñeco. Frazer describe en su libro que, en la antigüedad, éste solía representar a una bruja o a Judas, por lo que podía interpretarse como un “rito para ahuyentar el mal”, purificador y expiatorio.

Hoy, tanto la fogata de San Juan Bautista como la de San Pedro y San Pablo son costumbres olvidadas en la mayor parte de nuestra extensión. Tal vez algunas excepciones sean Maimará, en Jujuy, Colonia Caroya, en Córdoba y algunos barrios del conurbano bonaerense. Para De Lucía, mucho tiene que ver con que cambió la manera con la que las personas se entretienen. La aparición de medios tecnológicos para disfrutar pasivamente, como el televisor primero, y luego el automóvil que promueve el paseo y la huida del barrio, son para él algunas de las causas de la desaparición paulatina de esta fiesta popular. Si a esto se le suma la cantidad de gente que opta por vivir “encerrada en departamentos, sin patios, sin pibes que se reúnan todas las tardes después de tomar la leche y hacer los deberes, es comprensible que todas estas cosas hermosas se seguirán yendo ‘por la calle sin fin que va al olvido’, como dice el tango El último farol”, comentó el licenciado.

Y finalizó: “También el poeta Julián Centeya ­–Amleto Vergiati, por nombre verdadero– se lamenta en una grabación de sus recitados: ‘Se nos están yendo las cosas, negro, y esto no tiene remedio…’”

¿Festejan San Pedro y San Pablo en tu ciudad? ¡Contame cómo es esa fiesta!

FUENTE: “El recuerdo de la tradicional fogata del 29 de junio”, por Barbara Roesler. Infobae.com, 29 de junio de 2007.