Los hijos: su prehistoria, la vida intrauterina

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Finalmente, cierto día, vamos corriendo al sanatorio y   -casi por arte de magia-   “aparece” una nueva persona en el mundo. Un parto es un acontecimiento creacionista en el sentido duro del término. La mujer allí es “quien  crea  de la nada, un niño”. Dios es mujer digamos. Lo único en el mundo real, parecido a lo que sería  “lo divino” se ve allí. Hablo de lo divino entendido en el sentido bíblico. Un parto es,  más allá de la ciencia o  de las religiones,  un hecho imposible de metabolizar. Es “mucho”  -en todo sentido-  en un lapso  muy corto: es algo  traumático para todos los integrantes de la escena:  para ese “ser”  que “emerge” a la vida, para la madre, el padre; es una situación que  destruye, “pulveriza”  la razón,  y nos mete en el imperio de la emoción más  insimbolizable que se pueda vivir. Todos nos despersonalizamos un poco allí, en ese quirófano, bastante psicótico es el asunto.  Así es: hay acontecimientos que son difíciles de simbolizar,  esas  experiencias  híper intensas – como puede serlo  el estado de enamoramiento, o la entrada a la sexualidad, el parto-  son, a veces,  las más interesantes. Lo inentendible, lo que no se puede hacer pasar por la maquinaria de palabras  es, muchas veces, lo mejor de la vida.

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El asunto es que al nacer, empieza nuestra historia, la trama del film, la sucesión de escenas. Pero hay una prehistoria (hay preproducción digamos)  que tiene que ver con cómo fuimos deseados y fantaseados por nuestros padres. Yo tengo la suerte de acompañar a muchas mujeres y hombres en el camino a ser padres,  primerizos, generalmente. Disfruto mucho al hacerlo y soy, me lo dicen mis pacientes, insoportable con el cuidado del clima emocional de la pareja durante el embarazo. ¿Por qué? Metámonos allí de lleno.

Ni yo ni nadie puede llevar al territorio de lo científico el efecto del clima emocional de la madre sobre el niño que lleva dentro de sí. Y hablo de “clima”, porque el cuerpo materno es  el  hábitat en donde se desarrolla el feto. A ver queridos: ellos son una misma cosa, se inscriben mutuamente toda una serie de marcas. Sin duda que lo que se va imprimiendo en el niño (por sobre todo en los últimos meses de gestación) ocupa un rol central en lo que  termina siendo lo que llamamos “el temperamento”. Cada hijo de una misma pareja es diferente, porque fue gestado en momentos distintos de la biografía de sus padres;  desde deseos y fantasías disímiles y con climas gestacionales variados. Esa mamá construye un vínculo con el niño que lleva en su vientre, vinculo simbólico y físico. El estado emocional de esa madre; cómo es tratada por su pareja, por  su entorno familiar; sus ansiedades, la  tensión o relajación corporal  durante la gestación, imprime, y genera un mundo  de sensaciones en ese feto (niño)… que resuena, palpita  “cabalga” y  vibra con y dentro de su madre. El rol del padre, en todo esto que decimos,  es más que central: en cómo mimamos a nuestras mujeres, en ser incondicionales al momento de acompañar a los médicos,  en la manera en cómo ayudamos a ordenar y contener las emociones y sentimientos que se desatan en el universo femenino en esa situación, está el complemento, está la alucinante maravilla de  la diferencia  de géneros.

Cuando escuchan  por ahí decir a un hombre “estamos embarazados”   eso es anular las necesarias diferencias complementarias. Somos distintos, vivimos esos procesos de maneras diferentes y eso, amigos, es lo interesante.  El asunto es que se  imprimen  sensaciones, estados que son un sin fin de huellas  grabadas en un psiquismo en formación, y  que son la base – las matrices más primarias-  de lo que después llamamos “el inconsciente” (o, por lo menos, de la imagen inconsciente, primaria, primitiva del propio cuerpo)  o sea: de lo que es el “sí mismo”, el “yo”, de la “autoconciencia”, de la idea de “ser” y reconocernos en el espejo.

Al nacer ya tenemos toda una serie de ¿vivencias?…- polémico- ; sí,  todo esto que escribo es mi experiencia. Aparte,  me apasiona el mundo infantil (que es en algún punto con el que se trabaja  con adultos  en el consultorio).  Los pacientes relatan su historia, cuentan lo que les dijeron que fueron los climas emocionales  mientras ellos se estaban gestando. Ven como sus padres  son con sus hijos;  deducen lo que pudieron llegar a ser sus infancias,  su propia prehistoria gestacional.

He acompañado unos veinticinco  embarazos en estos años de trabajo. Más mi propia experiencia. Estimulo mucho la maternidad y la paternidad. Soy de estar muy encima  para cuidar el clima emocional durante esos particulares nueve  meses de gestación. Pues allí, estoy convencido, suceden muchas cosas. Nada de lo que digo tiene fuerza científica, ni estadística. Pero poco me importa todo eso: tampoco me interesa si la psicología o el psicoanálisis resisten  lo epistemológico de la ciencia. Creo  que es un método efectivo y que, bien instrumentado, ayuda a resolver síntomas, angustias e inhibiciones que hacen invivible la vida, la única que  tenemos.  Y que  puede llegar a producir enormes transformaciones en mucha gente, en su manera de ver el mundo y a sí mismos.

Somos nuestra historia y nuestra prehistoria: J. L. Borges en su famoso  poema “La Nube”, dice: “…eres también, aquello que has perdido”… somos, también, ese período en donde estábamos envueltos en esas cálidas aguas amnióticas maternas;  somos la calma, la ansiedad, la violencia, la ternura…de nuestros padres en esas épocas. El mundo  actual nos quiere hacer pensar que esa prehistoria, y nuestra historia infantil…está perdida…o que no es tan central; que en  las problemáticas actuales que cada uno de ustedes tienen,  poco importan estas cosas.  Pues bien: tomemos la frase de Borges en ese sentido, somos eso que nos quieren hacer  perder de nuestra biografía.   Por último, les digo: tener miedos, ansiedad, discusiones de pareja;  todo eso ocurre, y es lógico y  humano y hasta necesario transitar por esos estados durante ese período. El asunto, y a donde apunta este escrito, es a que tengamos presente que si todo eso sube a volúmenes muy altos, imprime en ese “ser” huellas. Ser padres responsables es, también, tener presente  eso ya de entrada, y no sólo cuando ya el niño está en el mundo.

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