El ataque de pánico: un grito salvaje

#HerramientasPsicologicas

-“Lo que experimenté es como si hubiese saltado de un avión y, en el aire, de repente, descubrir que no tenía puesto el paracaídas”

-“Es lo peor que me pasó, es sentir la muerte inminente, el descontrol total de mi mente y cuerpo”

-“Sentía temor a partirme en mil pedazos”

-”Como si me hubiese estallado una bomba adentro”

Y así describen los consultantes esta situación. Queridos lectores: cuando una persona está “tomada”, “gobernada” por esos instantes de pánico/terror…no hay consuelo, la realidad  cae, pierde el brillo, todo se vuelve opaco;  el desamparo y la indefensión son absolutos, ¿vieron los bebes cuando despiertan en estado de pánico en la noche? Bueno, eso. Son estados muy regresivos: el miedo es a la fragmentación,  el “yo” teme pulverizarse. A ver, estoy hablando de un ataque de pánico franco y no de esos episodios de angustia fuertes que tienen muchas personas, y que se suelen confundir con el pánico.mazazo

Un ataque de pánico es un golpe de estado que nos  hace el cuerpo y la mente; perdemos casi  todo “gobierno” sobre nosotros mismos. El asunto implica un rayo de padecimiento grande, de un alto poder traumático: entendamos por trauma a aquello que “se nos viene encima o nos invade” (desde dentro o de afuera) de manera sorpresiva, intensa, y que nuestro psiquismo no puede simbolizar, metabolizar, tramitar y  -entonces-  colapsa. Explota en todos esos síntomas físicos y psíquicos, que no son otra cosa que un intento desesperado por descargar todo lo que ocurre.

Ahora bien: la persona, una vez que el estallido pasa, teme que eso vuelva a ocurrir: – “¿y si voy a la cena de trabajo y me agarra, licenciado?”… -“¿y si salgo con esta mujer que me encanta y me agarra?” Entonces, muchas veces, se  empieza a acotar la vida social;  de hecho, pueden armarse fobias sociales con diferentes grados de intensidad. Las personas, asustadas, van acotando sus actividades, se van  aislando;  el temor va armando “cepos” y, como consecuencia de todo esto, mucha gente se deprime, o empieza a armar hipocondrías fuertes con todo el típico  peregrinaje por decenas de médicos para “descartar si no tengo algo grave”.

Y así las cosas: presentado  de esta manera, es una catástrofe el asunto. Es que sí, se vive como algo así. Pero que algo se viva como una catástrofe, no significa que lo sea. Lo que “parece” a veces  no “es”. El pánico es una experiencia muy cinematográfica, las personas quedan muy impresionadas, con  mucho miedo posterior; pero es -por lejos- de los motivos de consulta que mejor pronóstico tienen  ¿por qué? Por eso, es la instalación de una crisis, salvaje, pero es eso: una crisis.  Las personas, a medida que van trabajando “la causa” que pudo haber  detonado el estallido de angustia (pues eso es, la angustia sale a lo loco, tipo tsunami y arrasa toda posibilidad de defensa), se van mejorando, transformando su vida. Pero es central  ubicar la situación actual  -real o fantaseada- que lo desató,  eso siempre se encuentra.

Los ataques de pánico son el último eslabón de una cadena: siempre hay señales antes, algunos elementos empiezan a hablar en nosotros, a decirnos: “algo anda mal”, “hay que parar con el ritmo”, “hay que establecer prioridades en la vida”, “hay algo que no estás viendo”, “algo te está apretando el alma y estás siguiendo de largo”. El pánico es la expresión salvaje de un profundo conflicto interno, y es el resultado de una acumulación sistemática de angustia;  el pánico viene a decirnos con un mazazo en la cabeza, “hay que dar un giro en la viva, cambiar el rumbo”. Es la manifestación de que algo…no camina más, y que hay que ponerse a trabajar con las emociones, con la angustia, con nuestra historia, con la actualidad de la vida diaria y no seguir haciéndonos los distraídos y acumular y acumular.

El líneas generales, bien tratado, encarado a tiempo, es un cuadro que cae a corto plazo. Por supuesto que implica trabajo y, la verdad, es que no alcanza con psicoterapia (cualquiera sea la teoría que se aplique), hace falta tener a raya, regulada, a la ansiedad: con deporte, sexualidad, sublimación, aprendiendo a sacar el malestar en cuotas, en dosis, y no de golpe.  También están los psicofármacos, los psicólogos siempre tenemos un psiquiatra de confianza al cual acudimos cuando consideramos que la vida de ese paciente…se hace invivible, y  que no alcanza con la palabra y el vínculo para que la persona mejore, pero  como un último recurso. A ver: muchos ya  acuden a la consulta medicados, pues en las guardias, cuando se presentan personas con este cuadro, los medican enseguida; pero la idea es que luego la persona salga y supere esta problemática con sus propios recursos y que, en todo caso,  -y si el malestar continúa- la medicación,  que en general es muy suave y  que un bien médico psiquiatra, sabe retirarla a corto plazo.

Si las personas se enganchan con un buen terapeuta, que conozca el tipo de padecimiento que se pone en juego allí, (el rol del psicólogo es ser generoso en el vínculo con su paciente, atender el teléfono, dar, contener y ayudar a simbolizar, a poner en palabras lo traumático; ayudar a “armarlo” y sostenerlo, para que no caiga al abismo temido).  El grueso del problema se elimina en los primeros seis meses de tratamiento. Pero el asunto central, una vez que la persona está ya más tranquila, es investigar, a partir de un trabajo historización, y  descubrir las coordenadas que nos llevaron a esa situación.

En mi experiencia, los ataques de pánico son siempre una verdadera posibilidad de cambio. Si, por supuesto: ese grito del cuerpo y del alma, se presenta de manera muy brutal. Pero sí es cierto que, lamentablemente, las personas hacemos cambios en la vida cuando tocamos ciertos fondos, es así, no lo digo yo, lo dicen los pacientes, lo muestra la experiencia de la humanidad. Casualmente, un análisis  -un buen análisis-  “educa” a la persona para que escuchen las alarmas antes de que estallen las bombas. Que tomen decisiones más sanas y responsables; es ayudar a que un sujeto pueda mirarse al espejo y ver otra cosa, es  muchas otras cosas: pero  un tratamiento tiene que levantar síntomas, suavizar el malestar y generar mejor calidad de vida, y no muy a largo plazo. Y algo central: nos tenemos que amigar un poco con nuestra historia, con nuestras miserias y limitaciones, pelear siempre por superarlas, sí,  y evolucionar con las experiencias,  pero aceptar que ciertas cuestiones de la personalidad de base, no se modifican mucho, sólo es aceptarnos, siempre un poco más; después, está el mundo que es harto complejo. El gran problema de la humanidad, es que el odio, la violencia, la envidia, la psicopatía… son pasiones, ¿se entiende?  Y bueno, como dicen en el campo: “no hay mal que por bien no venga”. Entonces, el terror/pánico sacude sí, pero –a mi criterio- puede ser un invalorable motor de cambio. La vida moderna, y su cultura de la manía y de la euforia,  genera mucha devastación.

Queridos: no pasa nada, del pánico se vuelve, no tienen por qué eternizarse los síntomas, ni el miedo, ni  “el corralito” social que suele armarse, ni la fobia…ni la depresión, ni los fármacos, se resuelve: pasa, bien encarado pasa rápido. Pero el asunto es escuchar el por qué vino.

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