La violencia femicida

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¿Saben qué? En cuestiones de violencia de género, no puedo decirles nada que ya no hayan leído o escuchado. Hoy prefiero hablarles como persona, desde la impotencia que siento como ciudadano cuando me levanto a la mañana y, al leer los  diarios, me entero de casos como el de Lola, Chiara, Ángeles y tantas otras. Pibas con todo por delante, llenas de vida, pero que un día -un verdugo de turno- las toma como si fueran un objeto, y las retira del mundo como si nada. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo alguien puede hacer algo así? Repetimos hasta la locura. Y lo hacemos pensando en esas niñas adolescentes, en sus padres: tratamos de no imaginar lo que pudieron ser sus horas finales; nos identificamos con esos padres desgarrados de dolor e impotencia. Pensamos en nuestros hijos, nietos, en nuestros sobrinos, hermanos: nos vienen a la mente sus cartitas, sus cuerpos, el vínculo que tenemos con cada uno de ellos.femicidio

Y seguimos reflexionando sobre la crueldad del ser humano, en la falta de justicia. Y los crueles, los sádicos,  los psicópatas que “entran y salen”…y que en una de esas salidas… van… y se llevan vidas ajenas. Y sabemos que entre ese grupo tan particular de personas que se dedican a destruir la sociedad, hay una conducta imitativa, hay contagio: hay “causa común”…y al adolecer de una justica legítima,  al no funcionar los resortes institucionales que regulan la violencia y la criminalidad…siguen matando…tranquilamente, total… “no pasa nada”. Sin premios y castigos justos, ninguna sociedad ha funcionado a lo largo de la historia.  Porque la justicia es lenta, pero  los depredadores son un rayo: son un instante, y esas chicas se van en ese instante.

Sabemos y decimos con los nuestros: “ya tenían  antecedentes, ya había denuncias por violencia, por abuso, por intento de homicidio…” pero la prevención no funcionó y ya es tarde. Y no podemos entender, “no entramos en razón”, no queremos entrar en razón, no nos cabe nada. Nos angustiamos pero…tenemos que ir al trabajo, hay que llevar a los  hijos al colegio, o ir a esa cena con amigos, o al partido esta noche, o a la fábrica: el mundo sigue traccionando y hay que seguir viviendo.

Y no hay reacción de los jueces, los fiscales, y la sociedad se inunda de garantistas extremos que hablan pavadas y no tienen sentimientos, son reptiles sin emociones, burócratas, teóricos que ponen una firma y liberan al verdugo de la próxima víctima. ¿Saben qué? Son unos canallas, están hechos de la misma sustancia que los depredadores, la empatía la tiene con los victimarios, y no con los inocentes, con las víctimas.

Y cómo mecanismo de defensa, para no hundirnos en el desencanto y la impotencia y el escepticismo, seguimos para adelante: amando, cenando, jugando con nuestros hijos, charlando con amigos. Es que para no ser “tomados” por el dolor y el pesimismo, decidimos seguir honrando la vida: la vida como experiencia, como asunto que hay que valorar y enseñar a que se valore. Y metemos nuestro voto en las urnas, casi como niños, que esperan un premio. Tratamos de elegir a alguien que, entre otras cosas, se ocupe de evitar la violencia: si, es tarea nuestra,  esa, claro: pero precisamos de las instituciones, pues nuestros hijos están, son y andan por el mundo. Y los políticos, en su mayoría, sin empatía, no manifiestan dolor: los vemos hablar y hablar sobre internas partidarias, asuntos menores, y poco de las cosas en donde va la vida. Y así es el astado estado actual de cosas: si no nos ocupamos de esto en serio, vamos hacia ser Honduras, México, en donde mueren miles de mujeres, niños y adolescentes producto de los violentos. La psicopatía, queridos lectores  -entendámoslo de una vez-  no es una patología, es un “modo de ser”, los tipos no están enfermos y hay que “curarlos”, la pasan bien. Por sus tres minutos de satisfacción narcisista y homicida,  destruyen una vida, y la de decenas de víctimas colaterales. Cárcel efectiva de por vida, no tenemos otra opción. El psicópata, el depredador franco, sale, y repite conducta, ¿lo digo yo? No: lo dice la realidad, la estadística, lo dicen nuestros muertos.

A mí, a esta altura, me gusta hablar de violencia: ni de género, ni infantil, ni nada: violencia, crueldad, a secas.

El gran remedio para todo este asunto es hacer, cado uno, lo que corresponda. Generar conciencia en casa, con los vecinos, en la escuela de los hijos: proponer que se hagan charlas sobre la violencia ya desde los primeros años. Tenemos que lograr que las nuevas generaciones rechacen la violencia y la crueldad en cualquiera de sus formas. Con educación, con talleres, con juegos de roles,  se crea conciencia y se logra que los chicos construyan empatía y deseen el bien común. Y educar en el arte del amor  y  la ternura como sustancia vital y reparadora de todo aquello que daña. Y enseñar a tratar bien, desde el ejemplo: somos humanos, todos podemos tener algún mal modo, algún trato cuestionable para con otro. Pero lo central es verlo, pedir disculpas, tratar de modificarlo. La violencia, la agresión, el sadismo está en nosotros, es parte del “Ser Humano”: la historia lo muestra,  pero lo podemos debilitar y  ser lo suficientemente buenas personas para no joder a nadie;  sabiendo que cierta dosis de capacidad de agresión, para responder al maltrato, para defender una postura, para ganar un partido de tenis, es necesaria.  Este estado de cosas es el resultado directo de la ausencia de los gobiernos en políticas específicas y  leyes mejores en  criminalidad y delito.  Uno, como psicólogo, como persona que trabaja con el dolor, con el desamparo que genera la injusticia, a veces, les juro, no sabe qué decir. Están las herramientas, decenas, todas para reparar y lograr que la gente siga viviendo lo mejor que pueda con lo que le tocó, pero siempre somos ortopedistas del desgarro que dejan estos episodios en una persona.

Ahora la sociedad, no los políticos, los fiscales, los jueces, está reaccionando. En los próximos días tenemos una marcha  de la que sugiero participar. Cada uno, cada día, puede aportar algo para que esto se detenga, ese es mi deseo.

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