El valor del enojo y el desastre de la violencia

Enojarnos con determinadas situaciones o personas es parte de la vida. Hay momentos en  que, si no fuera por ese estado emocional, no podrían resolverse los conflictos. Muchos logros sociales y personales, muchos cambios en la vida, arrancan desde esa baldosa. En algún punto –  si instrumentamos y colocamos bien ese enojo en la realidad – es motor de adelanto social e individual. Enojarse es mucho más productivo que la pasividad, que  vivir atragantado y sin reaccionar ante las cosas que consideramos injustas. El punto es cuando el asunto toma mucho volumen y se pasa a la ira o furia incontrolable y ya estamos en los límites de la violencia. Hoy me enojé  con un tipo del seguro que me hizo una trampita, de esas que hacen los vendedores. Fue con la persona directa, pues era en un banco.  Mi enfado fue captado por el amigo y, finalmente, el conflicto se resolvió. A decir verdad mi enojo era mínimo, pero “actuaba” para lograr el objetivo. Un poco como uno hace con los hijos: sus conductas pueden dispararnos enojos, pero tenemos que entender que no podemos estarlo realmente, pues son niños, están aprendiendo a vivir y sólo tenemos que educarlos ¿qué hacemos? o  ¿qué debiéramos hacer? Actuar un poco, construir un “como si”.  El enojo puede estar, real y válido, pero tenemos que instrumentarlo a los fines de que el chico entienda   -por ejemplo-  que tiene de dejarse de “joder” con los fósforos, con el fuego.Cómo-controlar-el-enojo

Cuando los enojos se transforman en furia o  ira y los impulsos pierden su cauce… terminando perdiendo el gobierno sobre nosotros mismos. Es importante que entendamos que la violencia no es un camino o un método de resolución de conflictos, al contrario, los potencia.  El mundo y la vida cotidiana están llenos de violencia;  las grandes ciudades son fabricas de tensión y gatillan lo peor de los hombres.  Pero la experiencia muestra que la violencia, en cualquiera de sus formas, sólo hace que las personas sigan devorándose entre sí. Sigamos apostando a la palabra, a las vías legales para resolver los conflictos que genera la compleja vida anímica de los seres humanos.

Los “normópatas”, la ira…los “anormales”

Nacemos siendo un manojo de impulsos  desorden e inestabilidad. La cultura, la sociedad  -encarnada  en principio  en esos primeros cuidadores que son los padres-  nos va ordenando, “organizando”  en ese caos que somos de origen. Así entran las normas y coordenadas de comportamiento, medio a la fuerza, que le vamos a hacer. Llegamos a un mundo que ya está traccionando, y nos tenemos que adaptar; mucho, no tanto: pero un grado de adaptación es necesario para la socialización.  Después, bueno: es la suerte  en dónde caemos, y “la forma” en que nuestros “cuidadores” intenten  insertarnos en esas normas sociales.

 

furia

 

No llegamos al mundo con autocontrol o regulación de esos impulsos, pero es un objetivo lograrlo ¿Por qué?  Porque sin ello sufrimos mucho, pues la realidad, y funcionar en ella, precisa  que tengamos un orden interno y una administración de nuestros pensamientos, actos y  emociones.  Funcionar  pasando de los impulsos a los actos (si en el medio no metemos la razón, el pensamiento)  en general, genera problemas. Y digo “en general” porque también es cierto que ciertas conductas valoradas por la gente, necesitan de un grado de impulsividad o arrojo. La sociedad gusta de la valentía, de personas con cierto nervio  para hacer algunas cosas o actos.  Pensar desmedidamente todo, y no accionar, es algo patológico también. Pero lo cierto es que tener cierta “estabilidad” y equilibro  es un punto de llegada, habla de cierta madurez alcanzada. Continuar leyendo