Oficinistas en viaje

Grabar durante toda una semana los diálogos entre los charteristas que día a día viajamos, resignados y pacientes, hacia nuestras encantadoras oficinas del microcentro de la ciudad de Buenos Aires, puede depararnos realidades disímiles.

No diré que hice exactamente eso, aunque sí algo parecido. Al momento de filtrar los resultados, apareció un listado de palabras “oficineras”, que bordean zonas cercanas al bajón.

Las anoté en un papel, para no olvidarlas. Aquí las copio:

Oficinas

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Manejando la traición

Y se nos plantó adelante.

Y se levantó de su asiento de piloto.

Y esperó que todos lo miráramos a los ojos.

Y nos lanzó su veredicto sin margen de debate. “Yo me juego por ustedes, para que lleguen temprano, y me responden así?”

Y cerró su alegato. “Así no va. Si no les gusta cómo manejo, me lo dicen de frente. No me mandan en cana con los dueños, llamando a la tarde para botonear!”

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La Batalla del Apoyabrazos

Los días pasan, los viajes se suceden, las horas de charter acumuladas suman cada vez más, y la cantidad de millas charteriles ya representan valores más que respetables.

En mi caso, la temperatura de la convivencia, el termómetro de la situación lo marca un evento del cual mucho podemos hablar, e incluso dedicar un libro entero. “La Batalla del el Apoyabrazos”

Apoyabrazos

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El flaco de sistemas

Esa tarde de viernes, cuando ya lo que quedaba por delante era la mejor noche del mundo (la del viernes, pre – sábado), sonó el celular de mi vecino de asiento, que hasta aquí era un ser humano más. El viaje recién arrancaba.

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La mentira del buen viaje

“El Colo” parecía ser un joven bien dispuesto, con vocación de aprendiz y tan tranquilo y sereno como Beto, nuestro chofer de siempre. Antes de su debut “oficial”, Beto era quien, con paciencia infinita y actitud paternal, le indicaba cada mañana los secretos del oficio.

“El Colo” era un encanto y parecía estar listo para asumir su rol de nuevo chofer.

Nunca imaginamos lo que vendría después.

Ese día, bien temprano, el charter me esperaba en la esquina de siempre. Llegó. Subí.

A bordo, “El Colo” descansaba con los brazos apoyados sobre el volante y, encorvado hacia delante, depositaba el mentón sobre sus manos

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