Refugio Frey, una Navidad diferente

#LaVidaEnMovimiento

image imageA veces Papá Noel llega antes. Como este año, que apareció el 22/12 haciendo realidad una idea maravillosa que tuve: pasar Nochebuena en el refugio Frey, en Bariloche. La primera Navidad separada es difícil, y más si encima no te toca pasar el 24 con tu hijo. Entonces necesitaba algo bien diferente. El lugar que más amo es la montaña, sin lugar a dudas y, cuando hay ganas, las cosas salen.

El 24 a la mañana cargué ropa, linterna, bolsa de dormir y aislante en una mochila de The North Face, y partí a Bariloche. La aventura empezó en la base del Catedral, donde compré una picada, guardé mi jean y remera en la mochila, y me puse ropa más deportiva.

La picada que va hacia Frey arranca por la base del cerro, hacia el sur.  Es un sendero súper ameno al principio, de mucha vegetación en verano (yo había ido dos veces, en invierno, y me sorprendió!). Al rato de caminar, se empieza a ver el lago Gutiérrez hacia la izquierda y se va por allí, siguiendo el lago, hasta llegar al arroyo Van Titter. Allí se sigue por el valle del arroyo, ya subiendo por el bosque y pueden divisarse por primera vez las agujas de Frey. Recién después de cruzar el arroyo por un puente colgante grande es cuando el camino se pone un poco más empinado y un poco más duro. Sobre el final, aparecen algunas rocas y una vista que quita el aliento: el valle eterno, infinito, hacia la izquierda, y y las agujas y picos nevados de Frey hacia delante. Y el refugio allí, en medio de la nada, en medio de todo.

Y así pasé mi 24 de diciembre: caminando, subiendo, disfrutando de la naturaleza, cargando agua de los arroyos y preparando jugo. Mirando el lago, disfrutando de la paz. Siguiendo el arroyo, escuchándolo. Parando a su costado a comer una picada, a disfrutar del olor del bosque, del cambio de la vegetación a medida que me adentraba en el valle. De la desaparición de la vegetación a medida que subía, de las rocas. Del bombeo de mi corazón y de la conexión de mi cuerpo con ese lugar encantado.

La llegada a Frey es impactante: la casa de piedra es parte del paisaje y la laguna, enfrascada en medio de las agujas, tiene una magia especial. Saludo obligado a quienes tomaban mate afuera del refugio, dejar la mochila allí,  y entrar a hablar con los refugieros, nuevos en la conseción. Apuntarme para el cordero de la noche y avisar que duermo allí. Salir a disfrutar.

Saltar entre las piedras y buscar un lugar en la costa de la laguna. Echarme, y ser feliz mirando y respirando. Volver a entender con qué poco uno puede ser feliz. Ver cómo se va poniendo el sol detrás de las agujas y mirar el recorte del perfil de las rocas sobre el cielo. Una luna bien finita que aparece allí, entre los picos.

La comida de navidad fue mejor de lo que me la imaginé: me encontré con un matrimonio amigo de Barioche, que habían subido al refugio con sus cuatro hijos, que van de los diez a los tres años (un enano rubio, divino, igual que el mío). Ganas infinitas de abrazar a mi hijo, pero poder disfrutar del momento. Hablar de carreras: de as que hicimos, de las que queremos hacer. De las que hicimos y queremos repetir. Reír con conocidos. Reír con desconocidos. Compartir la comida navideña con franceses, canadienses, holandeses, alemanes, bolivianos, noruegos. Y argentinos, obvio. Reír hasta que te duela la panza, y ya no acordarte de qué te estás riendo. Acostarte, feliz, en tu bolsa de dormir en un camastro, lleno de otras bolsas de dormir. Entrar en un sueño profundo.

Despertar, cambiarte, desayunar, y emprender la bajada. Querer enlentencer el paso por no querer que ese momento se acabe nunca. Pensar en mi Niño rubio, y querer apurar el paso para ir a abrazarlo. Parar en un mirador y llenarme los ojos del lugar. Respirar hondo, y llenarme los pulmones de ése olor, de ése aire puro. Ir mirando las flores del camino, y tropezar con alguna piedra. Reír en el suelo. Pararte, y seguir. La Villa Catedral marca el final del trayecto, el final del camino. Soñar con volver. Soñar con un viaje más largo, parando en todos los refugios. Están allí, sólo hay que organizarse.

Un agradecimiento especial a Ian, Alan y Federico, los nuevos refugieros de Frey, que contestaron mi llamado desde Buenos Aires en el acto y me tentaron para hacer realidad este corto viaje. A ellos y a todos los chicos que estuvieron trabajando en Nochebuena en Frey, ocupándose de que todos pasemos una Navidad maravillosa, ¡gracias!