#AUTOCOACHING – Ver, mirar y el valor de observar para conocernos mejor

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Ver, mirar, observar: las claves del autoconocimiento

Ver, mirar, observar: las claves del autoconocimiento

Durante muchos años, hemos sido entrenados para vivir el mundo de manera rápida, a la velocidad del control remoto; todo debe ser excitante, increíblemente seductor y potente. Incluso las experiencias que devienen de nuestro avance en el proceso de conocimiento acerca de nosotros mismos, muchas veces, buscamos que se manifiesten a la velocidad del rayo.

Es como si estuviésemos esperando que los milagros cobren la forma de un rayo cósmico, y, de la nada, “algo” transforme nuestra vida o las situaciones desafiantes por las que atravesamos. Entonces, sí podríamos decir: “¡Wow! ¡Qué experiencia espiritual que estoy teniendo!”.

Por lo general, las cosas no suceden así. El cambio es sutil, paulatino, casi imperceptible. La fe, la esperanza y el entusiasmo contribuyen a sostenernos, junto con el amor, hacia nosotros mismos y a los demás; a las situaciones que inevitablemente atravesamos y nos fortalecen, y aquellas que parecen derrumbarnos y que, a la larga, encuentran sentido en el escalón de crecimiento personal.

Una forma de ejercitarnos que puede ser interesante para experimentar es la de observar. Se trata de mucho más que ver y que mirar. Al observar, somos partícipes co-creadores de lo que va sucediendo en nuestras vidas; podemos reconocer nuestro toque personal en ello, y, desde allí, si así lo deseamos, comenzar a operar los cambios.

Ver, como sabemos, es sólo una forma de afrontar las cosas. Mirar, es fijar más nuestra atención en algo; y observar, es la experiencia completa como síntesis de los dos procesos anteriores, transformados en algo superador, algo mayor.

Todo lo contrario: el observar es un proceso activo. Si bien no se manifiesta tan obviamente hacia fuera, el ir hacia dentro, como si tuviésemos un escáner interno que me permite tomar cada fragmento de mi interior para amplificarlo en un gran microscopio, puede darnos valiosa información acerca de nosotros y lo que estamos atravesando.

Por el contrario, el ver y el mirar están sujetos al estímulo externo. Es tanta la velocidad con que cambian los estímulos alrededor, que no es raro sentirnos perdidos y, hasta a veces, aturdidos por semejante maraña de sensaciones, emociones y decodificaciones que hacemos a gran velocidad. Por eso es que, cuando tenemos una visión o mirada superficial de las cosas, quizás nos damos cuenta que tomamos decisiones apresuradas y basadas en un impacto que buscamos que sea lo más rápido posible. Es verdad: ese impacto puede, en apariencia, ser transformador de las cosas; aunque la pregunta que podemos hacernos sería: ¿es verdaderamente profundo el cambio? ¿O parece simple maquillaje para salir del paso?

Por eso el observar es un proceso activo, que viene de la calma, la tranquilidad y la paz en conexión directa con nuestra fuente suprema. Es tomar las situaciones tal cual vienen; plantarnos frente a ellas con ojos compasivos y amorosos; sensibles y abiertos a recibir del proceso lo que es mejor para ese momento, dejando fluir y aparecer lo apropiado, al ritmo propio del universo.

Tal como suele sucederme a menudo, ¿te pasó alguna vez de querer forzar las cosas y torcer su curso? ¿Has querido cambiar a alguna persona cercana para que modifique algún aspecto que, según tu parecer, no te gustaba? ¿Funciona?  No; no funciona. ¿Por qué? Porque cada uno tiene su propia naturaleza creadora, con dones y habilidades diferentes a los nuestros, y, a la vez, complementarios.

Finalmente, el proceso de observar nos permite elegir la actitud con la que afrontaré los desafíos y tomaré mis decisiones. La forma, el enfoque y el encuadre que dé a cada situación, determinará en gran medida el curso de las cosas. Y solamente de mi depende si estaré más cerca, o más lejos, de ese intangible interno, variable y personal, llamado felicidad.

 

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