¿Vos sabés que estoy internada?

#LíneaMaginot

-¿Vos sabés que estoy internada?

Eso decía el whatsapp. Era Claudia Piñeiro. Claudia Piñeiro para la gente en general. Claudia, para mí.

-¿Quééééééé? ¿Dónde estás?

-En el Fleni. En terapia intensiva.

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Era la mañana de hace dos viernes y yo estaba justo a dos cuadras del sanatorio. Claudia había sufrido una trombosis cerebral pero dos datos me tranquilizaban: podía escribir en el celular y me pedía chicles. Si podía tipear, podía leer: me alegré de tener encima varios libros. Penetrar el Fleni y Maquetación 1traspasar la puerta de Terapia Intensiva fue difícil pero no imposible. Ahí estaba mi amiga, llena de cables, pálida, rodeada de monitores que, por fortuna, sonaban armoniosamente. Era como escuchar el interior de Claudia marchando al compás.

Me contó lo que le había pasado, me pidió un libro. De la cartera saqué Barba Azul, de Amélie Nothomb (Anagrama). Después fui al supermercado para comprar lo que hiciera falta. Fui y volví muchas veces a lo largo de los diez días que Claudia estuvo internada. En ese tiempo intenté el delicado equilibrio de no estar de más, no estar de menos. Servir para algo. Charlar con Ricardo (Gil Lavedra), arriba de anticoagulantes y enfermeros, en la planta baja, de Campagnoli. También hice lo que toda amiga hace: la cuidé, la consolé, la peiné y nunca la dejé sola.

A medida que el cuadro de Claudia mejoraba, del susto pasamos a la diversión. Paulatinamente. El festival arrancó cuando la pasaron a terapia común. La habitación 803 llegó a ser un hervidero de visitas que incluyó -por mis delirantes oficios- hasta la de una manicura. Porque convaleciente, sí. Desarreglada, jamás. Parientes, escritores, periodistas, amigos, alumnos, desfilaron por el Fleni. Gente sana que iba a ver a una persona enferma pero, créase o no, en esos momentos quedaba claro que aun con un episodio neurológico encima, el cerebro de Claudia funcionaba con mayor eficacia que el de nosotros, los no internados: nos recordó nombres, fechas, títulos, editoriales, nos dio consejos, organizó, hizo sociales y ejerció una diplomacia continua. Su neurosis es graciosa y no lo es. Porque Claudia debe cuidarse. Debe detenerse. Para poder seguir, debe parar. Y el que lea esto téngalo como una advertencia: hay que dejar a Claudia Piñeiro tranquila por lo menos por seis meses. Yo diría un año.

Pero quién le quita las anécdotas del Fleni.

El gatito Chino

Entro a la habitación y estaba Débora Mundani. “Mirá lo que me regalaron”, me dice Claudia y me muestra un gatito chino de esos que mueven la manito. batan-debora-mundani-bajo-la-luna-4299-MLA3499493281_122012-O“Horrible”, le digo. “Se lo regalé yo”, me aclara Débora. “Acabás de ser parte del segmento Haciendo amigos con Mirita“, le contesto. La sucesiónNos reímos. Entonces Claudia me introduce: “Débora es escritora. Fue finalista más de una vez del premio Clarín. Tiene una novela que tenés que leer”, y ahí nomás instruye a Débora: “Traele Batán (Bajo La Luna) cuando vengas mañana”. A Débora también le pidió que llamara a Leo Oyola: estaba muy preocupada porque se había comprometido con Leo a participar en una performance artística pero no iba a poder escribir, para junio, un cuento original ad hoc. Y que la promesa y que es feo fallar y que ella sabe lo que es armar algo y que se te caigan los nombres y que y que y que… Era para ahorcarse con la manguerita del suero.

Al día siguiente Débora me trajo Batán, su primera novela. La leí de un tirón porque es muy buena y está muy bien escrita. Hasta ahí alcancé con los deberes de lectura -tarea para el hogar- que me fue encargando Claudia. A Batán le siguió La sucesión. “Miri, ¿la conocés a Cynthia? Ella es Cynthia Edul. Tenés que leer su novela. Se la editó Conejos. Cynthia, traele un ejemplar…”. Y así… una tras otra, así.

 

La débil mental

“¿Qué estás leyendo?”. “La débil mental, de Ariana Harwicz”. “Ah, mirá, a mí también me lo mandaron de Mar Dulce”. “¿Y qué te pareció?”. “No está mal. Pero no es para mí ese estilo de escritura confusa, onírica… No sé. ¿A vos te está gustando?”. “Sí, mucho. Es tremendamente violenta la relación madre-hija. Pero por ahí no tendría que estar leyendo un libro que se llama La débil mental. ¿Vos qué opinás?”. (¿Es o no es para ahorcarse con la manguerita del suero?)

José Vélez

José Velez

Acá el cuento del cuento: http://es.scribd.com/doc/34227463/Al-otro-lado-del-espejo-Numero-3

El día que fue Leo Oyola no me lo crucé. Fue Claudia quien me contó muerta de risa lo bien que la había pasado. Había comentado con Leo las posibles causas de la trombosis. Los médicos no saben a ciencia cierta pero sospechan con determinación de las pastillas anticonceptivas. La conversación derivó en las curiosas reacciones de las personas respecto de estos temas, especialmente de los hijos o de los más jóvenes en general, que se asombran como si a los cincuenta años las personas ya no tuvieran sexo. Entonces Oyola le relató un cuento de su cosecha: José Vélez. Trata de un chico que vive en la villa y una tarde el padre lo manda a jugar afuera sí o sí. En eso estaba con sus amigos cuando se desata un tiroteo. El chico vuelve corriendo a su casa y por la ventana ve a su padre desnudo. Y a su madre. “¿Y por qué le pusiste Jose Vélez al cuento?”. “Porque ver que tus viejos tienen sexo son de esos momentos José Vélez: Procuro olvidaaaar…”.

Queremos tanto a Leo…

Claudia, estás nominada

El jueves 22 de mayo una gran noticia: Un comunista en calzoncillos es finalista del IV Premio de las Américas del Festival de la Palabra de Puerto Rico.

Un comunista en calzoncillos

El tío Calabró

esperandolo-a-tito-y-otros-cuentos-de-futbolLas dueñas de la pelota“Compré Las dueñas de la pelota“. Quien lo anuncia es el tío y se refiere a la antología de cuentos sobre fútbol escritos por mujeres antologado por Claudia. Hasta ahí iba bien: un tío orgulloso al tanto de todas las actividades de su sobrina escritora. Incluso hacen chistes porque en la nota que Tiempo Argentino publicó sobre el libro en lugar de “Claudia” escribieron “Claudio Piñeiro”. Será que el fútbol es cosa de varones. Qué plato. No sé si habrá sido el puntapié. La cuestión es que, me cuenta Claudia, en eso el tío agrega: “El que escribe buenos cuentos de fútbol es Sacheri” y a partir de ese instante arrancó la catarata de festejos para el autor de Esperándolo a Tito…, colega de Alfaguara y amigo, está bien, pero, vamos… ¿Y la antología? ¿Y las mujeres? ¿Y las dueñas de la pelota?

Ya convertido en una suerte de El Contra, el tío empieza a contarle los cuentos de Eduardo Sacheri uno por uno sin repetir y sin soplar. Está por irse pero llega hasta la puerta y se vuelve porque acaba de recordar uno genial y tiene que ser el del estribo: el de los hinchas de San Lorenzo que entran a un Carrefour para llevarse el rectángulo del centro de cancha que alguna vez fue del Gasómetro. “Sacheri, ese sí que escribe buenos cuentos de fútbol”.

Epílogo

El viernes a eso de las diez de la noche nos pusimos a jugar a cómo iba a ser la presentación de su próxima novela, la que todavía no está terminada pero va a estar si el mundo deja de llamarla por teléfono, de solicitarle cosas, de mandarle mails y meterle una presión para la que NO ES MOMENTO.

El sábado a la mañana le dieron el alta médica. Todo comienza a volver a su lugar y a ordenarse pero aun así siento la convicción de que Claudia necesita una empleada pública estilo Gasalla que le filtre el mundo exterior a la voz de: “Se van para atrássssssssssssssss”.

Hoy es lunes y aquí estamos. Estoy contenta de que Claudia esté otra vez en su casa. Estoy contenta y también estoy un poco triste porque la extraño. Me había acostumbrado a verla todos los días. La quiero mucho. Es mi amiga.