Brain candy para todos y todas

#LíneaMaginot

No conocía el término “brain candy”. Al primero que se lo escuché decir fue al talentoso y simpático Demián Aiello -con quien solemos coincidir bastante en Pantalla Pinamar- y fue a cuento de una película, justamente ese tipo de películas que te entretiene, te hace pasar un buen rato y te deja una sensación de placer, todo sin que el cerebro haga ninguna clase de esfuerzo ni se enfrente a ningún tipo de desafío intelectual. Una golosina.

Retengan ese concepto: “brain candy”.

Quiso la casualidad que en estos días viniera a caer sobre mi falda o más precisamente en mi e-reader la novela de un español. Bueno, no quiso la casualidad. Porque con mi amiga la ingeniera en Telecomunicaciones Silvina Dalton, mi hermana Silvina Dalton, gran lectora, la persona que me regaló hace años mi primer Nook, nos prestamos libros en una carpeta de Dropbox. “Tenés que leer esta novela. Es adictiva”, me decía.

Se trata de “El paciente”, el thriller de un escritor, periodista, español, de unos 35 años, llamado Juan Gómez-Jurado.

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Silvina tenía razón. Es una novela adictiva. Sobre todo porque se trata de un thriller que cumple con todas las reglas del género incluidos esenciales y originales cliff hangers, esos momentos en que la acción se detiene en un punto culminante y el lector -o espectador- no sabe qué pasó porque lo que sigue es otro capítulo, otra escena. Uno se queda colgado de un precipicio. La historia narra las 63 horas desesperadas de un neurocirujano con una vida personal complicada a quien, tras cartón, le secuestran a su hija de siete años para obligarlo a matar al paciente que debe operar el viernes a las 9 de la mañana. Su hija o la vida del paciente. Su hija o su carrera. Su hija o su conciencia. Su hija… o un país. Porque el paciente de la operación del viernes a las 9 de la mañana es el presidente de los Estados Unidos.

Clarísimo. Es un thriller ambientado en USA, con personajes con nombres americanos, con situaciones y modos de sentir y vivir americanos. Incluso el texto está escrito con la misma cadencia característica de las traducciones del inglés. No impresiona como la novela de un español sino como la traducción española -bastante bien hecha, por cierto- de un autor anglosajón.

“El paciente” es una imitación perfecta.

Cómo entrar al mercado anglosajón

Los lunes por la noche estoy haciendo el curso “El negocio de los libros” en la Universidad Torcuato Di Tella. Voy no por la Universidad -soy team universidad pública- sino por quien lo dicta, una de las personas -de las que conozco- que más sabe del mundo editorial: Pablo Avelluto. Pablo fue durante años el director editorial de Random House Mondadori y hace un año largó todo. Hoy coordina el sistema de medios de la Ciudad de Buenos Aires. Pero lo fundamental no es sólo lo mucho que sabe sino la generosidad con que comparte su conocimiento. Nos permite hacerle cualquier tipo de preguntas y tiene una paciencia infinita para responderlas. A veces su respuesta es sorprendente. Quizás alguna mujer -de esas que tienen inquietudes y hacen cursos- le hace un planteo estúpido, mejor dicho, le hace un planteo que en mi mente es una estupidez, y resulta que en la cabeza de Avelluto es otra cosa y aparece una idea nueva, un aspecto de la cuestión que para mí es una revelación a la que, por mis propios prejuicios, jamás habría llegado. Me encanta el curso de Avelluto.

Volviendo al tema… El otro día hablamos del negocio a nivel internacional y la venta de libros en español respecto del mercado anglosajón. Casi inexistente, claro. Para mí el mercado anglosajón es como el Shangri-La de los escritores. Para que se entienda: en la Argentina metés un éxito y te comprás un auto, como mucho dos. En los Estados Unidos metés un éxito y te hacés millonario. No digo multimillonario a nivel J.K.Rowling o E.L. James o Stephen King. Digo, modestamente, millonario. Por ejemplo, esta chica Gillian Flynn, escribe un par de novelas que están bien y luego la pega con “Perdida” (Gone Girl): dos millones de copias a 1,5 dólar por copia, ahí tenés. Tres millones de dólares. Pero antes, con las dos novelas anteriores que vendieron más o menos bien, seguro que se compró de todo. ¿Nos entendemos?

La dificultad es que, mientras los escritores anglosajones venden acá como pan caliente, el mercado anglosajón es prácticamente inaccesible para un escritor hispanoparlante. No estamos hablando aquí de los lectores anglosajones cultos que conocen y admiran a Borges. No. Estamos hablando del mercado anglosajón en general. Ese mercado que lee un tipo de literatura mainstream, ve las películas en idioma inglés y y no concibe la idea de los subtítulos.

Ahí me di cuenta de que Juan Gómez-Jurado escribe para el mercado hispanoparlante que lee a James Patterson, Michael Crichton, Lee Child, el de Jack Reacher, a John Grisham… Ustedes me entienden. Esos genios del best-seller. Ese tipo de autores tan masivos que los conocés aunque no los conozcas. John Grisham, por ejemplo. Seguro que lo conocen aunque no lo conozcan. Es el que escribe thrillers legales como “The Firm”, llevada al cine como muchas de sus novelas. Cómo olvidar la escena de Jack Nicholson: “You can’t handle the truth” (Usted no puede manejar la verdad).

Esto es brain candy. Y Juan Gómez-Jurado está vendiéndoselo a los norteamericanos. Su novela se colocó ya en 40 países y por lo que leí en la prensa española está en marcha en Hollywood la preproducción de “El paciente”.

Aquí en la Argentina hay un cerebro que, creo, tiene las mismas intenciones pero en el campo del cine: Axel Kuschevatzky, a cargo del área de producción cinematográfica de Telefé -no sólo a nivel local-. De una imposición de la ley de medios generó una ventaja: ¿obligan a que la televisión cumpla cuota de pantalla de cine nacional? ¿Invertir en cine? Voy a hacer el mejor cine y voy a vender entradas y en lugar de pérdida voy a convertir esta obligación en un negocio. Lo hizo. Vayan y busquen cuáles son las películas más taquilleras y de mejor performance -a nivel festivales, incluso- y verán que son de Telefé.

¿Qué sucedería si Axel Kuschevatzky pudiera producir largometrajes hablados en inglés, con parte del cast anglosajón? Con libro de un argentino, con producción, dirección, factura y talento nacional -que sobra- o en coproducción con España? ¿Se darían cuenta los norteamericanos de que la película no es made in Hollywood? ¿Podría la industria cinematográfica nacional capturar millones de dólares de ese circuito?

Acaso los lectores angloparlantes que leen a Juan Gómez-Jurado traducido al inglés, ¿se dan cuenta de que el autor no es un chicano o un dry-feet de Miami o un tercera generación de puertorriqueños? Lo dudo.

Una cosa es decir y otra es hacer

Te quiero, Cappi.

Pongo esta foto porque sí. Porque I love your for ever, Cappi. Éramos jóvenes y hermosos y ya vivíamos de lo que queríamos.

Mi primer trabajo en medios fue como creativa de radio. Bueno, no. Mi primer trabajo ligado a los medios fue en el equipo académico de Oscar Steimberg. Pero en medios en sí, mi primer empleo fue como creativa de radio. Hacíamos las mezclas en el estudio con mi adorado bombonazo Carlos Cappiello. Hacia fines de los 80 había explotado el fenómeno de las radios de música tropical. Una de esas radios hacía lo mismo que yo en el estudio de Cappi así que a veces nos cruzábamos y a la espera de mi turno me ponía a escuchar su material.

No podía creer los separadores de los tropicalísimos.

No los podía creer. Me parecían de una genialidad inalcanzable. Pero para ellos era de lo más normal porque ESE era su mundo. Humildemente, yo hacía unos trabajos buenísimos, pero esta gente… esta gente eran John Grisham, Wilbur Smith…

No se puede ser lo que no se es. Aunque se tenga la fórmula, no se puede.

Acá en la Argentina hay un cordobés que hace algo similar a lo de Gómez-Jurado. Se llama Hernán Lanvers y firma H. Lanvers lo que le da un aire anglosajón hasta a la firma, no es cierto? Escribe unos thrillers sobre9789875666085.jpg África. Hace un tiempo leí uno. No está mal. El mismo esquema: ambientación foránea, personajes con nombre inglés, estilo narrativo neutro… Como me había llamado la atención este intento de literatura leí alguna entrevista a Lanvers. No puedo precisar si hace poco o mucho lo de la entrevista pero recuerdo perfectamente que Lanvers decía que él no leía la literatura que supuestamente había que leer, que no entendía a César Aira y que no había podido pasar las diez primeras páginas de “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco. Algo así como que era mucho trabajo, que no valía la pena el esfuerzo.

Brain candy.

Lanvers, entonces, vendría a ser como aquel creativo de la radio tropical. No se hace el que quiere imitar al best-seller norteamericano. Le gusta el best-seller norteamericano. Lo ama. Es lo que lee. Es lo único que su cerebro conoce y por eso le sale más o menos bien.

No creo que el caso de Juan Gómez-Jurado sea muy diferente. Sólo que Juan Gómez-Jurado es genial.

Lo leen y después me cuentan.