Hernán Ronsino y el solo de bajo de la literatura

#LíneaMaginot

Cuando trabajaba en el diario La Nación tenía de “compañero de banco” a César Pradines, el crítico de jazz, que siempre contaba este chiste (alguna vez lo incluyó en una crítica, creo):

Un tipo va a un pueblo africano. Se escuchan tambores. Pasa todo el día, la noche, siguen los tambores. Llega el día siguiente, continúan. Al cuarto día el tipo no da más de escuchar continuamente los tambores sonando y sonando. Está volviéndose loco. Va y protesta. Entonces le dicen: “No se queje que después del solo de tambores viene el solo de bajo”.

Notas más, notas menos, se me hace que eso sucede en la literatura con las descripciones. Los párrafos descriptivos son el plomazo, el solo de bajo que el lector se siente tentado de saltear. Pongamos entonces que la descripción es el bajo y la acción es la guitarra o el piano. Ahora que nos pusimos de acuerdo en esto pongamos otra cosa, pongamos que en la literatura local aparece un Diego Arnedo. Mejor aún, pongamos que aparece un Charles Mingus. Pongamos que ese autor hace de la descripción su instrumento y que lo toca con la fuerza y la inteligencia de un demonio y que por eso saca notas impensadas.

Hablo de Hernán Ronsino.

Ronsino

Hablo de la trilogía editada por Eterna Cadencia: “Glaxo”, “La descomposición” y “Lumbre”. Pero no hablo tanto de “Glaxo” que es un maquinaria de engranajes perfectos, otra cosa; ni hablo de “La descomposición” que es el comienzo del camino. Hablo de “Lumbre” que es la apoteosis de la descripción, pero de una descripción que se mueve, se agita, te envuelve, se te impregna en la retina.

¿O es que si lees este párrafo no estás de pronto mirando esa foto colgada en la pared del boliche?

“La luz del mediodía avanza sobre el cuadro del equipo campeón, colgado en la pared del fondo. Por eso sobresalen algunos cuerpos: los brazos cruzados a la altura del pecho y esas caras serias mirando fijo la cámara. La foto es del año 68”.

¿O es que no sos vos mismo quien deja el asfalto y va en bicicleta bajo el sol?

“Ahora dejo el asfalto. Cruzo ese borde que forma una especie de joroba. Es una región imprecisa en la que conviven restos de cemento con tierra. La zona en donde acaba el hormigón que hace cimbrar los cuerpos, aminorar las marchas, entrar a otro ritmo. Ahí, entonces, la cubierta de la bicicleta comienza a teñirse de rojo. Los restos de la cerámica, desparramados en los pozos, forman un polvo volátil que se expande con levedad. Y es probable que, si ahora miro para atrás, las ruedas estén trazando una línea irregular contra ese polvo. Como cuando tomábamos los montes con Areco y arrastrábamos las ramas en la tierra, para dejar huellas. Son las inmediaciones de la cerámica que descansa, silenciosa, bajo el sol del verano. La chimenea traza una sombra contra el campo. Y en el lomo frontal sostiene algunas letras que recuerdan su nombre: María Juana”.

¿O es que no estás vos arriba de este colectivo?

“El colectivo local espera bajo la sombra de unos árboles, enfrente del cementerio. La calle parece un playón abandonado. El chofer no está en su puesto. Pero el motor ronronea. Subo. Me abruma el calor, la pérdida de la bicicleta, el cuerpo de mamá. Busco los asientos del fondo, junto a una ventanilla. El ángel manco que custodia la entrada vieja del cementerio es alumbrado intensamente por el sol que cae vertiginoso, arrasando los campos, calentando los techos de zinc, hirviendo las cañerías de agua: los últimos calores del verano, eso dicen. El chofer aparece, entonces, entre los pastos de enfrente, levantándose el cierre del pantalón. Sube al colectivo y arranca”.

Lumbre

Ronsino no solamente hace de la descripción su principal herramienta sino que convierte en descripción lo que podría no serlo. La acción no sucede, es descripta. Casi todo el presente, el pasado, la vida misma del pueblo de la Glaxo nace de los objetos inanimados: de una taza que recuerda tal o cual cosa sucedida en el 73, de un alambrado que trae a la memoria un cadáver olvidado, y así. No son exactamente esos objetos sino otros pero valen a los fines de esta explicación.

Ronsino no es para cualquier lector. Como el jazz no es para cualquiera. Tenés que tener cierta sofisticación, tenés que tener oído, tenés que tener paladar negro.

Me gusta ver a Ronsino como un Charles Mingus, abrazado al contrabajo. Me gusta imaginarlo con el toscano en la boca, advirtiendo: “Voy a hacer un solo de bajo. Ajústense los cinturones”.

Ajustate el cinturón de seguridad. Probá a Ronsino. Suena como esto: