A falta de padre buenas son dos madres

A Charlotte la conocí hace varios años cuando necesité que alguien me ayudara con las tareas domésticas, ya que mi horario laboral no me permitía hacerlas. Ella trabajaba poquitas horas en casa, porque no era mucho lo que había para hacer –yo no tenía hijos- hasta que un día no pudo venir más porque quedó embarazada y dejé de verla al menos por tres años.

Las circunstancias de mi vida cambiaron en ese tiempo. La que se embarazó fui yo y volví a necesitar ayuda, un poco porque me sentí muy mal físicamente mientras tuve la panza y otro poco porque el padre de bebé ya había comenzado a dar muestras de que me iba a dejar en cualquier momento y no sólo no colaboraba sino que me hostigaba.

Charlotte me acompañó en ese momento y me acompaña ahora que estoy sola con bebé. Nos cuida a los dos, porque no sólo le hace de madre cuando yo salgo a trabajar, sino que me prepara un té rico para cuando vuelvo tarde y cansada.

Pienso que ella deja a su familia para cuidar de la mía pero igual se nota que lo hace con ganas. A veces viene con su hijito de tres años que juega con bebé y le presta sus autitos y esos días ellos tres conforman una familia que dura por una tarde y aunque yo estoy en otro lado, sé que los tres la están pasando bien.

Charlotte y yo tenemos una relación laboral que por definición es desigual –así como yo la tengo con quienes me contratan a mí- pero ella hace cada mínima parte de su tarea con tanto amor, que no sé cómo agradecerle. Además de resolver las cosas operativas de mi hogar y de cuidar de bebé como yo misma lo haría, es un apoyo afectivo increíble para la micro familia que conformamos Lucio y yo.

Bebé y yo y nadie más

Leyendo el post del blog Libertad Condicional, “La verdadera tribu urbana”, me sentí identificada con la realidad que describe: la maternidad se ha vuelto un trabajo solitario. En primer lugar, porque cada vez somos más las madres sin pareja y en segundo lugar, porque los padres que sí conviven con sus hijos recién nacidos, tienen que trabajar como si nada hubiera cambiado en sus vidas.

Los abuelos de hoy son laboralmente activos cuando nacen sus nietos porque (en general) nadie puede sostenerse con una jubilación. Recuerdo que a mí me cuidaban mis abuelos cuando mis padres trabajaban, tenían una jubilación escasa, pero el sueldo de mi mamá era lo suficientemente bueno como para ayudarlos y así se resolvía la economía de todos.

Vivo sola con mi hijo y a veces me siento abrumada por el cansancio, porque además de trabajar para ganar dinero, tengo que ser madre de un bebé de ocho meses y puedo asegurarles que no hay nada más agotador. Me sale naturalmente cuidar de él y proporcionarle todo la atención que requiere, pero a veces quisiera poder dormir una noche entera para recuperar algo de fuerzas.

Cuando estaba embarazada, una persona a la que respeto mucho por su relación con la vida y la maternidad me dijo: “durante el primer año posterior al embarazo, la mujer desaparece de su propia vida, pero es así, no hay que desesperar”. Su advertencia me dio un poco de miedo, y eso que todavía no me imaginaba que iba a tener que enfrentar mi maternidad sin un padre junto a mí.

Es difícil ser madre en solitario, pero no imposible. Un bebé es un motorcito de energía que te tira para adelante y con el correr del tiempo uno se va acomodando. La relación cada vez más profunda que se genera en la convivencia full time con tu hijo en su primer año de vida es algo increíble y los que no quieren o no pueden estar ahí, se lo perdieron para siempre.

El punk como experiencia ética

El otro día los chicos de #LeerYEscribirBA me hicieron una nota acerca de mi juventud punk y su influencia en mi escritura. Me dejaron pensando en eso de “ir en contra del sistema”: me parecía lo mejor que podía hacer en aquella época ya que consideraba que el mundo era un lugar injusto. Con los años, el sentimiento de querer cambiarlo todo se transformó en tratar de ser una persona justa.

La pregunta por la ética siempre ronda mis pensamientos. Uno es un cacho de carne y  partir de la cierta elección en el decir/actuar se convierte en persona. No creo que nadie piense demasiado en su calidad ética al llevar a cabo actos simples de la vida como comprar el diario, pero es interesante mirarse inclusos en esos eventos al parecer vacíos de sentido: ¿cómo pedí el diario? ¿saludé amigablemente al diariero?¿fui con el cambio preparado o pagué con cien pesos?¿arrebaté el diario de una pila o esperé que me lo entregaran en mano?

La persona ignorante del valor ético de sus actos es peligrosa porque al no preguntarse acerca de las consecuencias de su presencia en el mundo puede provocar disgusto o hasta sufrimiento en quienes lo rodean. Uno actúa en primer lugar por la necesidad de satisfacer un deseo propio, pero  siempre deberíamos preguntarnos qué consecuencias en el entorno puede traer mi acto, incluso para uno mismo.

Es obvio que todos alguna vez nos equivocamos, pero si somos persistentes en generar situaciones adecuadas a partir del raciocinio en torno al decir/actuar, nosotros y quienes nos rodean seremos un poco más felices. El punk quedará en mi historia como mi primera experiencia ética y su música como una poderosa herramienta de persuasión juvenil. 

La Polla Records – El séptimo de Michigan

 

El freelanceo y la precarización laboral

Hace cuatro meses que vengo facturando bien con mi trabajo freelance como para pagar las cuentas correspondientes a mi vida y a la de bebé: luz, gas, agua, teléfono, Internet, celular, ABL, expensas, tarjeta, monotributo, pañales, leche, prepaga, supermercado, etc. Pero qué pasa: ya estoy viendo que vienen unos baches en los que voy a tener que hacer malabares para sostener todo.

De la irregularidad propia del freelanceo, me indigna la regularidad con la que hay que pagar el monotributo. Mientras facturo todo bien, ¿y mientras no facturo? Muchos freelancers dejan de pagar cuando tienen lagunas laborales y se endeudan con AFIP acumulando intereses ad infinitum. Si una persona sin trabajo genera una deuda relacionada con una ganancia que no está percibiendo, la situación se vuelve injusta.

En Estados Unidos (país al que no banco ni ahí pero esta es una buena idea) existe una organización llamada Freelancers Union, que si bien no tiene estatus de sindicato porque no reúne todas las condiciones legales para ello, provee seguro de salud, abogados gratuitos y otros beneficios a empleados en relaciones laborales no tradicionales.

En Argentina existe un vacío legal en torno a la protección de los monotributistas, que finalmente no somos más que trabajadores precarizados (aunque nos resulte cool llamarnos freelancers). No sé nada de economía ni de políticas impositivas, pero creo que en la medida en que la fuerza de trabajo independiente crece, es necesario que el Estado se ocupe de generar nuevas leyes que la protejan.

La queja no es una política activa

En esos primeros meses en que los hijos requieren muchísima atención y todavía las mamás están en la casa y los padres han vuelto a su rutina laboral, hay una queja injusta de parte de las mujeres que me interesa desplegar aquí. Amigas que lean esto, mujeres que me conocen, lo siento mucho, pero creo que sus quejas a veces son un exceso.

Queja típica #1: “él se va todo el día a trabajar y yo me tengo que quedar en casa alienada con bebé todo el día y cuando llega lo único que quiere es mirar la tele y no me ayuda con bebé”.  Agradecé, muchachita, que hay un tipo que te banca a pesar de tu obsesión por la limpieza desatada con el nacimiento del bebé, de que no tenés ganas de tener sexo y de que te pateás las ojeras. Seguramente este hombre se encargue de algo como bañar al crio, darle de comer o cambiarle los pañales, es lógico que te resulte poco, pero es mejor que nada. Vos estás agotada, pero él también lo está porque anoche tampoco durmió y no estuvo en todo el día en su casa porque tuvo que trabajar.

Queja típica #2: “él no se levanta a la noche a atender a bebé tantas veces como yo”. Lamentablemente, querida amiga, si él a las seis de la mañana abandona el sueño para ir a trabajar, por ahí no le da el cuero para levantarse justo una hora antes de que suene el despertador. Tené un poco de piedad por el amoroso señor que tenés durmiendo en tu cama ya que él está tan crispado como vos e intenta hacer las cosas lo mejor que puede. A él no le está culturalmente permitido sucumbir en una crisis de llanto.

Queja típica #3: “mi suegra se cree con derecho a invadir todo porque bebé es su nieto”. Si no estuvieras tan alienada, te darías cuenta que la suegra puede ser de gran ayuda si decidís volver a tener una vida por fuera de la maternidad y que su exceso de cariño tenés que usarlo a tu favor. Dejá tranquila a esa mujer que le cambia los pañales de un modo  que a vos no te gusta o que le da la mamadera torcida, ella ya crió otros bebés que no murieron porque de echo uno de ellos es tu marido.

Hay un enorme peso cultural en la idea de que la madre es la que debe cuidar del bebé la mayor cantidad de tiempo posible y eso se refleja, por ejemplo, en las leyes laborales que le otorgan a la madre tres meses de licencia -que ya es poco- y al padre unos miserables cinco días. Sin darse cuenta, este peso cultural también lo llevan adelante las mujeres: la queja es parte constitutiva del problema porque dilata una verdadera política hogareña para cambiar algo de esa realidad.

Por último, madres con padre en casa, no saben qué suerte tienen de tener a alguien que aunque no haga las cosas perfectas, elige quedarse a remar la familia que (queriendo o sin querer, según el caso) armó.

La involución de la especie

Tuve una reunión diurna en una quinta. Había un grupo numeroso de personas de mi generación con hijos menores de tres años. Todos separados. Ya sé que la familia clásica ha dejado de funcionar, pero constatarlo en ese encuentro amistoso me dio cierto alivio que disminuyó mi angustia por haberme convertido en madre separada de un bebé de seis meses.

Más allá del momento particular que estoy viviendo, me llama mucho la atención esta nueva modalidad en que prevalece el bienestar personal a las ganas de permanecer en la vida diaria de un hijo. Es algo que no entiendo pero que claramente es una tendencia en ambos géneros. Hay mujeres y hombres abandonados que tienen que hacerse cargo en solitario del día a día de sus criaturas.

A este fenómenos lo llamo “abandono hedonista”  ya que, por un lado, quienes abandonan son incapaces de poner a su hijo por sobre su propia búsqueda de placer. Y por otro, carecen de un sentimiento solidario hacia el otro progenitor. Una persona que no puede entender la magnitud del daño que hace a quienes lo rodean porque sólo es capaz de percibirse a sí mismo  –sea por egoísmo o ignorancia- es mono con navaja.

La obsolescencia tecnológica y el amor

La gente cambia de celular, cambia de computadora, cambia de consola de juegos, cambia de aspiradora. Por un lado, está la obsolescencia programada de ciertas tecnologías y por otro, el afán de cambiar los objetos por unos nuevos y supuestamente mejores. Esto sucede, por ejemplo, cuando alguien compra un plasma y regala su viejo televisor porque no vale la pena ni publicarlo en Mercado Libre.

Hay una trampa del capitalismo en relación al consumo infinito que entendí leyendo un artículo de Eric Laurent, un teórico del psicoanálisis que a veces tira cosas interesantes. Dice algo así como que estamos en una época en la que el lazo social está desvalorizado y lo único que se sostiene como tapa agujeros existenciales es la ilusión de una plena satisfacción del deseo. Esta falacia es la razón del éxito del consumismo.

El otro día desayunaba con un amigo que había tenido una cita desastrosa con una mujer la noche anterior. Me dijo que el hábito de la adquisición de objetos y su reemplazo en un período relativamente corto de tiempo se produce también en las relaciones de pareja. Si no te bancás un celular más de tres años, cómo vas a hacer para bancarte a una persona con todas las cosas malas que se supone que uno tiene que soportar para estar en pareja, y más aún en una pareja de larga data.

La obsolescencia de las relaciones amorosas es un signo claro de nuestros tiempos y no distingue género, tanto hombres como mujeres dejan y son dejados. No sé qué incidencia tendrá en nuestros hijos este comportamiento que transforma el lazo social. Es un clásico que las nuevas generaciones traten de romper con la de sus padres, así que en una de esas, en el 2043 esté de moda el indestructible Startac y tener una misma pareja para toda la vida.

 

Ojo con la gente que se chapa estatuas en los parques

 

“Una vida ética no es simplemente la que se somete a una ley moral, sino aquella que acepta ponerse en juego en sus gestos de manera irrevocable y sin reservas”.

Giorgio Agamben.

Escribir es un gesto cargado de ética. Cada palabra que escribimos modela el mundo hacia un lugar determinado. Por eso me gusta cuando tengo comentaristas malvados que saltan a bardear mi blog o me mandan mensajes por tuíter diciéndome qué triste les parezco. Es una señal de que la energía del universo se está moviendo.

La escritura como representación que es, nunca es completamente fiel a la realidad, pero parece que muchos lectores, incluso personas a las que uno considera inteligentes creen en la veracidad, por ejemplo, de lo que escribo en este blog. Es un rasgo psicótico no poder entender la naturaleza mimética de cualquier texto.

Imaginemos que vamos por una plaza y vemos una estatua. Se trata de una mujer desnuda en una fuente. Es una figura bella, entonces pensamos en tener un romance con ella. Lo primero que hacemos es meternos en la fuente y le damos un beso en la boca, le tocamos una teta, luego el culo, nos calentamos. Lamentablemente no obtenemos respuesta porque no se trata de una mujer real, sino de su representación.

La intención del artista o del que escribe queda inscripta como gesto en lo que produce pero nunca está dicha. Ser verosímil es una decisión estética: el escultor, en lugar de elegir el motivo de la ninfa Dafne, podría haber hecho un monstruo como los de Berni; y yo, en lugar de hablar de algo que parece mi vida, podría escribir sobre universos paralelos a lo Asimov.

Lo interesante del quehacer escriturario es poner en juego lo que uno es y lo que uno piensa sin que eso se vea en la superficie brillante y húmeda del lomo de la ninfa. Solamente los manuales escolares y los libros de autoayuda señalan su referente y lo describen, pero por ahora no me dedico a eso.

Filosofía greco-uruguaya

La inestabilidad del mundo que nos rodea genera mucha ansiedad en las personas. Las configuraciones sociales y laborales rígidas están en vías de extinción y cada uno debe ingeniárselas para armar un sistema propio que funcione. Por un lado, esta situación es fuente de mucha libertad, pero por otro, nos da miedo no saber qué nos depara el futuro.

La falta de fijeza de las formas me recuerda al concepto de modernidad líquida de Bauman, -concepto que aún no decido si está bueno o es una interpretación simplona de la realidad. Quizás estamos asistiendo a un cambio de paradigma y nos encontramos en el medio de la transición. Quizás el nuevo paradigma no sea más que una falta de paradigma o la proliferación de microparadigmas paralelos.

Si toda la filosofía occidental no se hubiera centrado en Parménides y la maldita inmovilidad de su Uno, hoy seríamos más felices porque sabríamos que todo fluye. En la historia de las ideas, nunca nadie soportó pensar al devenir como algo plástico y ahora estamos todos tomando Clonazepam.

Disculpen este post tan corto, pero me está esperando Heráclito para ir a tomar una Pilsen.

Salut!

El “no future” es para giles

En mi adolescencia fui punk. Chupines negros homemade con costura tipo matambre, borceguíes caña alta por fuera del pantalón, remera de Misfits, Exploited o Ramones. No importaba que hicieran cuarenta y dos grados de sensación térmica, siempre me vestía igual. También me hacía dos trencitas para mostrar con orgullo mi nuca rapada en los video juegos donde parábamos con mis amigos. Todas boludeces estéticas, sí.

 

En cuanto al pensamiento filosófico del punkismo, yo me creía bastante radical, teniendo en cuenta que era una adolescente de clase media hija de padres profesionales. Les gritaba -a ellos que me mantenían, educaban y soportaban- “nunca quiero ser como ustedes“, lo cual quería decir que no deseaba formar parte de este puto sistema como ellos lo hacían. No era capaz de imaginarme un sistema alternativo y allí residía el corazón de mi propio no future.

 

Intenté hacer un fanzine con mi amiga inseparable de aquella época para denunciar la pobreza y la marginalidad en el mundo, porque nos indignaba que nadie hiciera nada. Las intenciones eran buenas pero nunca terminamos de escribir las notas porque nos embarcamos en una empresa mejor: un taller de cerámica para enfermos mentales dentro de un neuropsiquiátrico público. Todos los sábados durante dos años, intentamos ponerle curitas al perverso sistema hospitalario, que claro, no sirvieron para nada.

 

Con el tiempo me fui aburguesando, comencé a trabajar, empecé la universidad, y ya no tuve tiempo de ser rebelde ni de ocuparme de las miserias sociales. Comprendí que mis padres son admirables y que ojalá yo tenga la mitad de la energía y la inteligencia que ellos tienen para vivir su vida. El no future desapareció definitiamente al tener a bebé. Quisiera enseñarle que no hace falta hacer las cosas exactamente como todos esperan y que las fisuras en “este puto sistema“ están dadas para vivir como uno quiere sin joder a nadie.