Por: Juan Pablo Parrilla
El cigarrillo light fue la respuesta de las tabacaleras a la preocupación de muchos fumadores por su salud. A través de la publicidad, lo presentaron como una alternativa sana. Sin embargo, la ciencia se ha encargado de derribar el mito: por más que la exposición al alquitrán o la nicotina sea menor, hacen tanto daño como los comunes. La explicación está en la forma de fumar.
Ante todo hay que comprender cómo se fabrican. Su característica más importante está en el filtro: suelen estar hechos con acetato de celulosa, que sirve para atrapar el alquitrán, y tienen pequeños orificios para ventilar el aire y diluir el humo. También usan papeles muy porosos para liberar sustancias tóxicas.
El diseño se traduce en menos alquitrán. Una hoja informativa del Instituto Nacional del Cáncer de los EEUU muestra los valores que maneja la industria: los ultra-light tienen menos de 7 miligramos, los light, hasta 14, y los regulares, 15 o más. Lo mismo pasa con la nicotina: su contenido oscila entre el 0,6 y 1 miligramo frente a hasta 1,4 miligramos de los normales.
Presentados de esta manera podría parecer que los cigarrillos light son, como mínimo, menos dañinos. Pero no sólo hay documentos internos de la industria tabacalera que lo niegan, sino que las evidencias científicas, a esta altura, son demoledoras.
En primer lugar, las tabacaleras utilizan máquinas para hacer sus mediciones. El método ISO estándar que aplica, por ejemplo, Brown & Williamson (B&W), simula una calada de 35 mililitros de humo y dos segundos de retención por cada minuto.
Pero los fumadores no son robots. Algunos fuman hasta la colilla, otros aspiran el humo con fuerza, lo llevan con mucho aire a los pulmones o lo retienen más o menos tiempo antes de largarlo. También influye la forma de colocar los dedos y los labios sobre el filtro, ya que pueden tapar los agujeros de ventilación. En otras palabras, las mediciones no son “humanas”.
Sin embargo, en 1966 el Departamento de Salud de EEUU preparó un informe que concluía que “cuanto menor es el alquitrán y la nicotina, menos dañino será el efecto”. Y la confusión se redobló cuando al año siguiente la Comisión Nacional de Comercio (FTC) de ese país comenzó a medir los niveles de alquitrán, nicotina y monóxido de carbono en los cigarrillos utilizando máquinas de fumar. Recién en 2008 la FTC reconoció su error.
Un memorando interno de la tabacalera RJ Reynolds resulta particularmente revelador. Habla del “problema Barclay”, una marca que había lanzado B&W, cuyo filtro tenía un diseño especial para que en las pruebas arrojen niveles ínfimos de alquitrán. La empresa gastó millones de dólares en una de las campañas publicitarias más caras de la historia.
Con una sinceridad brutal, la nota interna de B&W advierte que “la próxima generación de cigarrillos” podría dar 0 en las pruebas de la FTC, aunque “en realidad entrega 20, 30, 40 o más miligramos de alquitrán cuando los fuma un humano”. Incluso una investigación publicada en la prestigiosa Tobacco Control y que analiza los documentos secretos de B&W demuestra que la empresa hizo todo a conciencia. Fue una estafa dolosa.
Sin perjuicio de ello, fue la ciencia la que probó que los cigarrillos “suaves” no son ni un poco más sanos. Un lapidario estudio muchas veces citado de 2001 demuestra que el que cambia de cigarrillos regulares a light suele inhalar la misma cantidad de sustancias tóxicas.
Tiene su lógica: el fumador tiende a consumir lo que necesita para calmar su abstinencia. Hay mecanismos inconscientes que lo regulan. La solución suelen ser caladas más profundas, largas y seguidas, o el aumento del consumo (y de las ventas). Las tabacaleras empatan o ganan.
En 2009 se publicó una investigación de la UCLA que concluyó que el cigarrillo light y el convencional envían al cerebro casi la misma cantidad de nicotina.
Ese mismo trabajo contiene la sentencia de muerte contra los cigarrillos light: en sintonía con varios estudios anteriores, demuestra que la probabilidad de contraer enfermedades pulmonares no merma. Lo que cambia es la forma del cáncer.
Lo explican Rodrigo Córdoba y Encarna Samitier en 50 Mitos del tabaco. Desde la irrupción de los cigarrillos light, en los cánceres de pulmón “se ven más adenocarcinomas situados en la parte periférica del pulmón y por lo tanto relacionados con el hecho de fumar partículas más pequeñas y que se aspiran más”.
El adenocarcinoma es un tipo de cáncer de pulmón que no era frecuente. Ahora es uno de los más diagnosticados, incluso entre los “fumadores pasivos”. Al menos cuatro investigaciones lo vinculan a los cigarrillos light.
Otro estudio de la Universidad de California (UCR) terminado en agosto de 2010 analizó los efectos del humo del tabaco sobre células madre de embriones humanos. Las conclusiones no dejan dudas. Primero: “El análisis muestra una toxicidad significativa”. Segundo: “No reduce necesariamente la toxicidad del humo inhalado por los fumadores pasivos”.
Por último, un estudio de la Universidad Baskent de Turquía publicado en Heart en 2007 probó que la presión cardíaca se eleva de la misma manera en fumadores de cigarrillos comunes y light.
Hoy en día, para evitar juicios, las tabacaleras lo reconocen. Por ejemplo, British American tabaco admite abiertamente en un rincón perdido de su página web que “las máquinas no ‘fuman’ de la misma manera que las personas”. Pero miente cuando afirma que “la mayoría de los gobiernos confían en un método mecánico”. Y esconde lo importante: que sea cual fuera el nivel de alquitrán o nicotina, los cigarrillos light hacen tanto daño como los comunes.
Como se explicó en la primera parte de este post, las tabacaleras utilizaron la publicidad para generar la idea de que los cigarrillos light son, al menos, más sanos. Un gran ejemplo es una campaña de True de 1976 que plantea que no fumar es lo mismo que consumir light. “Después de considerar todo lo que escuché, decidí dejar de fumar o fumar True”, reza el slogan.
El tema tuvo su veta judicial en los Estados Unidos. El 17 de agosto de 2006, la jueza federal Gladys Kessler concluyó en un histórico fallo que las tabacaleras “comercializaron y promocionaron falsamente los cigarrillos con bajo contenido de alquitrán/light como cigarrillos menos perjudiciales para que la gente siga fumando y así obtener ganancias corporativas”. Y prohibió esas denominaciones, lo que en 2009 terminó siendo avalado por la Corte de Apelaciones y un año más tarde, convertido en ley.
Sin embargo, la estrategia se trasladó a otros países. El éxito de las tabacaleras fue rotundo, al punto que los que consumen cigarrillos light estadísticamente se consideran menos adictos, y por ende, no piensan en dejar de fumar. Porque cuando la ciencia habla, lamentablemente el marketing no se calla. Y muchas veces le gana.