Cólera femenina: mudanza

#Minitah

Es cierto que el género femenino está en el ojo de la tormenta: siempre se trata de encontrar nuevos síntomas, traumas desconocidos, alteraciones 2.0, ciclotimias por el ciclo hormonal hasta climático, todo agente externo (o interno) influye, para los hombres, en el humor.

Se habla de stress pos-parto; de cambios de ánimo por ovulación; de los complejos corporales; de que ésta camisa hoy me queda mal y mañana bien; pero aún no se ha escuchado hablar del estado calamitoso de las mujeres y la mudanza: esa semana en la que estás en un punto de ebullición constante, colérica porque sí.

Fuente: Google search.

La semana previa a la mudanza, esos siete días caóticos en los que la piel se brota, las ojeras se multiplican y tu pelo se olvida que existe el secador; tu antiguo departamento es inhabitable, una montaña de bolsas, cajas y valijas mientras que tu nuevo departamento es igual de inhabitable porque te diste cuenta de que te lo dejaron con una fuga de gas. No logras combinar una muda de ropa en lo que dura el período de traspaso porque, te das cuenta, de que hiciste una pésima elección de las cosas que dejaste “para usar” en esos días. No recordás en dónde dejaste la planchita, perdiste el abrelatas y el delivery parece ser la mejor opción para tus comidas.

Son 168 horas en las que lamentas haber rescindido el contrato porque embalando te das cuenta de que, aunque nunca lo admitas, sos una guarda boludeces compulsiva y que, llegado el momento de desprenderse de los papeles de regalo, seguís creyendo que puede servir para algo. Tampoco entendés como entraron tantas cosas en ese cajón (pura habilidad femenina).

Los primeros tres días es todo risa, mudas en taxi los bolsos con ropa, la vajilla que no usas a diario, los zapatos de taco, hasta que hacés los números y te das cuenta de que la jodita en auto equivale a la mitad del flete que tenés que pedir.

Los siguientes dos días caes en la realidad: te mudas a fin de mes y no podes seguir creyéndote la heredera de Fort, entonces optas por el viaje en bondi. Te transformas en el fiel reflejo de una gitana, tres bolsos colgando, y mochila que ya no sabés de dónde agarrar.

Por último, el día del juicio final: el flete. Después de desarmar la cama, desamurar el escritorio, y limpiar todas las habitaciones te sentís la Mujer Maravilla, lástima que tu imagen no diga lo mismo, joggineta del 1998, zapatillas deportivas que no usas ni para correr, colita de bailanta, y la última fragancia Gucci: Lavandina. Te pesa el cuerpo, tenés más bolsas en los ojos que Cacho Castaña y, seguramente, la gente cruzaría de vereda al verte por la calle.

Todo listo y preparado para que Sergio, el Fletero conocido de tu amigo, venga a buscar los muebles. Te dejaste el pijama puesto y te olvidaste el corpiño pero no importa porque estas esperando al fletero que, por cierta regla prejuiciosa, debe tener unos 45 años, panzón, pelado, y con el pantalón bien bajo en la espalda para saludarte cuando levante el sillón. Pero no. Sergio el fletero te avisa que está en la puerta antes de lo previsto, y ahí cuando abrís la puerta del edificio y ves a tu portero charlando con un veinteañero, que además tiene mucha facha, te das cuenta de que tenés que replantearte tus ideas previas.

Como está claro que tu imagen de loca de los gatos es irremontable te resignas, y mudas todo con ese aspecto deplorable, porque ya no hay nada que pueda revertir la situación.

Período de acostumbramiento al nuevo hábitat: de 1 a 31 días.