Alto en el cielo – Relatos de vida

#ModelismoEspacial

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Esta nota la escribió mi gran amigo Jorge Bonanno en honor a su padre y con quienes tuve el placer de compartir una gran parte de mi vida. Jorge además de ingeniero aeronáutico y cohetero es un poeta. No quiero quitarle lugar así que simplemente disfruten de una historia cargada de emociones.

Breve relato en memoria, 2.
Dedicado muy especialmente a mis amigos coheteros.

Yo tuve la suerte de encontrarme con mi viejo en algunos puntos, pero sobre todo en uno que nos unía en comunión indiscutible.

Algunos suelen encontrarse con su padre en el trabajo, en la profesión, en la aventura o simplemente en remarcadas vivencias, algunos lamentablemente no se encuentran en ningún punto. Yo me encontré con él en el hobby.

Papá fue aeromodelista entusiasta desde niño y aún con una infancia de apretada economía, podía ingeniárselas para construir aeromodelos.

Cuando yo aparecí en su vida, tuvo la perfecta excusa para comprar modelos para armar en mi nombre y no solo de aviones sino también de autos de competición, aunque el gusto venía por los aviones. Cada tanto íbamos a un negocio de aeromodelismo en el centro de la ciudad que tenía todo lo que yo podía imaginar para volar; y así, comprábamos un aeromodelo con motor a ¨ goma ¨, cuando el aeromodelo estaba terminado, un sábado a la tarde íbamos a Ezeiza y lo hacíamos volar, ese era el marcado derrotero del hobby que mi viejo supo despertar en mí : armar y volar aviones.

Pero un día, fuimos a comprar otro avión para armar y advertimos que un joven estaba comprando algo que no era un aeromodelo, era un cohete para armar…

_ Cómo es eso? (le preguntó mi viejo al comerciante).

_ Es un modelo de cohete que se impulsa con un motor de combustible sólido, sube unos doscientos metros y cuando llega a lo alto despliega un paracaídas y baja a tierra. Se recupera y puede volverse a lanzar. Es una actividad que se llama modelismo espacial o cohetería modelo…

Yo no salía de mi asombro y cuando el comerciante relataba el funcionamiento no podía dejar de trazar la analogía con los verdaderos cohetes de la era espacial que recién comenzaba.

­_ La próxima vez compramos uno y lo armamos (arriesgó mi viejo).

Aunque esa vez volvimos a casa con otro aeromodelo con motor a goma para cumplir el derrotero de armarlo y volarlo.

Y el día llegó. Fuimos al centro y compramos el primer cohete modelo para armar y dos motores cohete, era un FOBOS de la serie Aeropol.

El armado fue minucioso, prolijo y cada paso se chequeaba con un simple dibujo que venía como instructivo, porque estábamos incursionando en una nueva disciplina que era el modelismo espacial, unos escalones menos de los que estaba transitando La Nasa en USA, pero seguramente con una pasión similar.

Cuando estuvo todo terminado, hubo que proveerse del ¨ equipamiento ¨ para el lanzamiento: un cable de unos quince metros de largo que sirve para encender el motor cohete en forma eléctrica con una batería de auto y un alambre de acero que iría clavado en el piso de tierra y que serviría de rampa de lanzamiento para guiar la dirección del cohete en sus primeros metros.

Cumpliendo casi con el ritual de vuelo de los sábados a la tarde, partimos con mi viejo y mi vieja hacia algún campo despejado que obrase de Cabo Cañaveral para nuestra pequeña nave. Así, en un campo bastante despejado que encontramos en la general Paz y la Ricchieri, armamos nuestro pequeño centro espacial.

Preparamos el cohete con el paracaídas perfectamente plegado para que no fallara, colocamos el motor cohete e instalamos la rampa de lanzamiento, que por ese entonces no pasaba de un alambre de acero.

 

Mi viejo conectó los cables al alambre que encendía el motor cohete y desplegó toda su longitud hacia la batería del auto (el querido Ford Falcon, que nos llevó por casi todo el país).

_ Bueno, vamos? (apuro el viejo)

Tomó uno de los dos cables y con una mano lo afirmó a un borne de la batería del auto, mientras que con el otro cable en la otra mano sentenció:

_ Tres, dos, uno, fuego…! Y conectó el segundo cable a la batería…

El motor cohete se encendió, y con ruido y humo el cohete ascendió hacia el cielo…

Yo no veía aquel pequeño cohete, yo estaba viendo el Apollo 11 llevando mis astronautas imaginarios a la luna. El cohete voló alto.

Alto en el cielo.

El paracaídas se desplegó y suavemente descendió a Tierra.

Me quedé sin aire, fascinado por aquella pequeña hazaña. Mientras iba en busca de mi cohete pensaba en si habría cohetes más grandes, que llegaran más alto y que pudieran hasta llevar algo al espacio. Y por supuesto que sí los había…

Cuando volví con mi cohete hasta el auto, la cara de fascinación de mi viejo no era muy distinta de la mía, es que no nos dábamos cuenta, pero ese vuelo había formado un lazo de unión indestructible entre nosotros, había despertado una pasión que estaba adormecida, latente quizás, en nuestras almas: la pasión por la cohetería modelo.

Luego de aquella tarde todo se encendió como un reguero de pólvora.

Inmediatamente nos pusimos en contacto con Aeropol, que era quien fabricaba kits y motores cohete y quien nos invitó a un concurso de cohetería modelo, donde muchos adeptos medían sus fuerzas en un evento que se organizaba en categorías.

En el primer concurso no hubo suerte, pero en el segundo obtuvimos el segundo puesto… nada mal por ser unos principiantes.

De allí en más, fue fabricar cohetes y más cohetes para competir, aprender y sobre todo, para encontrarnos.

 

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Con el viejo, colaboramos en la formación de la primera escuela de modelismo espacial de la Argentina que sirvió de catapulta para la difusión de la actividad que brilló en los ochenta donde se generaron varios grupos de aficionados que se encontraban mensualmente en un certamen donde la cantidad de inscriptos a veces superaba los sesenta participantes.

Mi viejo disfrutó tan plenamente esa época como ninguna. Nunca lo he visto tan contento como en esas competencias. Es que el viejo era una fiera en lo deportivo, era extraña la vez que no obtuviera un lugar en el podio.

 

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Fue campeón metropolitano y nacional. Construyó e hizo volar aviones cohetes como nadie. Todo lo que se hace para volar, tiene que volar, sentenciaba a manera de lei motiv.

Era un verdadero artesano a la hora de manejar la madera balsa.

Siempre tenía un proyecto en mente y un nuevo modelo por construir.

Como lo hacen los viejos pilotos, que siempre vuelven al ruedo, a los ochenta y un años volvió a competir después de treinta años de retiro… y ganó.

Fiera deportiva, qué sino.

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Mi viejo quedó durmiendo para siempre en tierras de Avellaneda, las mismas que lo vieron nacer allá por el veintinueve, seguramente con algún proyecto en mente que seguirá soñando desde lo alto, tan alto como el primer vuelo de aquel Fobos que dejó una impronta imborrable en mi persona mientras subía al cielo con humo y ruido, volando alto.

Alto en el cielo.

Jorge Daniel Bonanno
En memoria de mi padre, Sebastián José.

 

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