Inglaterra 1966: Un campeón con alma pirata

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La cita mundialista organizada por los creadores del fútbol se inició en un clima enrarecido. A pocos meses del puntapié inicial, la copa Jules Rimet desapareció de las vidrieras de la tienda londinense Westminster Hall, donde estaba exhibida para promocionar el torneo. El enigmático robo puso en vilo al cuerpo de policía local, que a pesar de asignar a sus mejores hombres, no logró obtener ni una pista de la curiosa sustracción. Con la desesperación por el comienzo del Mundial, la Football Association le pidió al orfebre Alexander Clarke que realice una copia para sustituir el trofeo original. Sin embargo, antes de la finalización de la réplica, un perro llamado Pickle halló la estatuilla en un jardín del suburbio Beulah Hill. La misma se encontraba envuelta en varios periódicos y había sido tomada por un obrero portuario llamado Walter Bletchley. El hecho delictivo fue una premonición de lo que pasaría adentro de los campos de juego durante el campeonato.

Existiendo una clara oposición entre la técnica sudamericana y la potencia europea, el entrenador de Inglaterra Sir Alf Ramsey reunió a su plantel para concientizar a sus jugadores de lo que significaba jugar la octava Copa del Mundo. “A todo aquel que no se sienta en condiciones de soportar un período ininterrumpido de prácticas y trabajos, se le invita a decirlo ahora y retirarse a tiempo… sin rencores”. Fueron las palabras de un técnico que sabía del potencial de su equipo, pero que comenzó a dudar del mismo luego del partido inaugural en el que finalizó empatado sin goles ante Uruguay.

Para aquel compromiso ante los “charrúas”, Inglaterra comenzó a tener ciertas prioridades que el resto de los equipos ignoró. Ese partido estaba pautado para las 19:30, pero tuvo una prolongada demora debido a que siete futbolistas británicos habían olvidado sus documentos en el hotel donde se concentraban. Según el reglamento de ese entonces, el entrenador Ramsey debería haber sustituido a esos jugadores ya que éstos no podían ingresar al campo de juego sin la presentación de sus credenciales. Sin embargo, un policía en moto se apresuró hasta el hotel, tomó los documentos y llegó al estadio de Wembley con los carnets de los protagonistas. Fue el primer favor, de una serie de ayudas que los llevaron a consagrarse en su casa.

Mientras tanto, en Liverpool, Brasil era otro de los países que estaba siendo víctima de los fallos arbitrales. Con la ebullición todavía ferviente, por los campeonatos conseguidos en Suecia ’58 y Chile ’62, los cariocas debutaban ante la agresiva Bulgaria. Si bien el encuentro terminó a favor de los sudamericanos (2-0), los bicampeones perdieron a Pelé por las brusquedades de los europeos. Con su figura máxima debilitada, el elenco “verdeamarela” cayó ante Hungría y Portugal (ambos duelos por 3 a 1) y se despidieron del certamen en primera ronda.

Tras superar sin demasiados inconvenientes a México y a Francia (ambos encuentros por 2 a 0), la segunda asistencia no tardó en llegar para Inglaterra: unos días antes al choque por los cuartos de final ante Argentina, los representantes de la “albiceleste” y los uruguayos fueron citados a un hotel londinense para el sorteo de los árbitros, y aunque los delegados del Río de la Plata llegaron a la hora pautada, éstos fueron informados que las designaciones ya se habían efectuado y que el alemán Rudolf Kreitlein se encargaría del choque entre los locales y los argentinos, mientras que el inglés Jim Finney dirigiría el duelo entre Alemania y la “Celeste”. En dicha instancia, los dos elencos sudamericanos fueron desfavorecidos por la tarea arbitral.

Con cuatro europeos en las semifinales, Alemania consigue llegar al partido decisivo luego de superar a la Unión Soviética por 2 a 1. Curiosamente, se dio el mismo resultado para el triunfo de Inglaterra sobre Portugal. Por lo tanto, en la final se vieron las caras aquellas selecciones que habían estado hermanadas durante los cuartos de final. Pero en el fútbol no hay sentimientos para con los rivales y el conjunto de Ramsey volvió a tener “una mano de los hombres de negro”. Tras igualar en 2 a 2 en los 90 minutos, el juez de línea Tofik Bakhramov le concedió un gol a Geoff Hurst para poner a Inglaterra en ventaja, y más allá de que el delantero sentencie el encuentro con un 4 a 2, el campeón se vio consagrado en su casa, debido a la cantidad de irregularidades que se cometieron a lo largo del certamen. La Reina se quedó con la Copa que habían “conseguido” los piratas de Wembley.