Italia 1990: La caída del Muro, el bidón de Bilardo y las lágrimas de Maradona

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Así como México en 1986, Italia tuvo el privilegio de recibir por segunda vez a la Copa del Mundo. En un contexto totalmente diferente al que había organizado 56 años antes, donde la sombra de Benito Mussolini ya estaba ausente, el Mundial de 1990 fue el primero Post Guerra Fría, en el que el Muro de Berlín ya había sido derribado y se estaba disolviendo la Unión Soviética. Curiosamente, esa liberación de tensiones que sobrevolaba el planeta no surcó el cielo italiano durante el mes que la pelota corrió por las doce sedes que albergaron a la cita mundialista.

Festejos

Con un fútbol conservador, mezquino y carente de calidad, el torneo del país de la bota careció de la belleza que caracteriza a este deporte: el gol. Las estadísticas justifican la pobreza del fútbol desplegado en los terrenos de juego, dado que fue la competición con menor promedio de gol de la historia. Sólo se marcaron 115 tantos en los 52 partidos disputados, obteniendo un promedio de 2,21 por encuentro. En este sentido, el campeón defensor sorprendió al mundo futbolero al caer en su primer compromiso ante el inexperto Camerún.

Si quedamos eliminados en primera ronda, que el avión se caiga antes de llegar a la Argentina” había dicho el entrenador, Carlos Salvador Bilardo, luego de la derrota ante los “Leones Indomables”. Un elenco que se convirtió en la única selección capaz de ganar un grupo con diferencia de gol negativa (1-0 con Argentina, 2-1 ante Rumania y 0-4 frente a la Unión Soviética), y además en ser el primer combinado africano en alcanzar los cuartos de final. Una hazaña que se consiguió gracias a la intervención del gobierno de Paul Biya, quien firmó un decreto para la convocatoria del legendario Roger Milla, dado que el técnico soviético, Valeri Nepomniachi, no lo había incluido en el plantel para viajar a Europa. Las cuatro conversiones marcadas por el delantero durante todo el certamen, le terminaron dando la razón a su presidente, quien confió en él, a pesar de sus 38 años.

Afiche

Más allá de la caída, los criollos se las ingeniaron para llegar a los octavos de final, luego de vencer a la URSS y empatar con Rumania. Sin embargo, el problema se planteaba “verde e amarela”, ya que el rival era nada menos que Brasil. Un equipo que llegaba con puntaje ideal, gracias a los triunfos adquiridos ante Suecia, Costa Rica y Escocia. Para algunos “el fin justifica los medios”, y para el cuerpo técnico argentino los medios significaban los detalles más impensados. En dicho duelo, Branco denunció que uno de los asistentes de Bilardo le acercó un bidón con un líquido extraño que le provocó fuertes náuseas en medio del clásico sudamericano. Si bien el hecho nunca fue aclarado oficialmente, tiempo después, jugadores que presenciaron ese cotejo, como Oscar Ruggeri o Diego Maradona, admitieron la maniobra orquestada por el entrenador y llevada a cabo por “Galíndez”. Con el defensor descompuesto, los albicelestes ganaron 1 a 0 y pasaron de ronda, logrando por primera vez derrotar al poderoso conjunto brasileño en un Mundial.

Mientras Sergio Goycochea se vestía de héroe atajando dos penales ante Yugoslavia y otros dos frente a Italia, Alemania llegó sin problemas a la final. Si le dejaban huecos, goleaba. Si el partido era cerrado, lo definían con oficio. Sólo Inglaterra le opuso resistencia, pero no pudo con la potencia germana desde los 12 pasos. Protagonistas como Klismann, Voller o Matthaus brillaban por su solidez y lo hicieron con éxito durante todo el campeonato.

El 8 de julio salieron al Olímpico de Roma dos rivales con realidades muy distintas: la solvencia europea ante la inestabilidad criolla. La Argentina cayó en el epílogo del encuentro decisivo por 1 a 0. La condena la dictó el árbitro uruguayo, nacionalizado mexicano, Edgardo Codesal, al sancionar un penal de existencia dudosa. Diego Maradona luchó contra todo, y a pesar de tener su tobillo destrozado, fue capaz de llevar a “su” selección al último encuentro. Pero la venganza germana, luego de la derrota en México ’86, llegó en el inicio de una nueva década. Dirigida por el histórico Franz Beckenbauer, Alemania logró superar al combinado sudamericano. Vitalidad, potencia, coraje y espíritu de equipo fueron los atributos de esa escuadra campeona en 1990. El corazón para superar las adversidades, el alma para seguir con vida en un torneo que parecía tener un desenlace prematuro, la sangre demostrada ante rivales de mayor jerarquía, el sudor para eliminar a los locales y las lágrimas derrochadas por la impotencia sufrida, hicieron que al equipo de Bilardo se los titule como “Héroes igual”.