Amenaza Nº 1: La disolución de la familia

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Las 5 grandes amenazas del Siglo XXI. Primera Parte.

La revolución de la familia es probablemente la transformación más impresionante de las últimas décadas y uno de los mayores desafíos del nuevo siglo. Si cambia la familia, que es la institución que nos introduce en la sociedad, cambia todo.

La primera gran mutación tiene que ver con el tamaño. La familia se achicó en dos sentidos: primero porque los vínculos con los parientes más lejanos perdieron fuerza. Mientras que antes era común que en una misma casa convivieran abuelos, padres, tíos, hijos y primos, hoy es prácticamente imposible, y los encuentros con ellos son menos frecuentes.

Pero lo más importante es que las parejas tienen cada vez menos hijos. Las razones son muchas. El trabajo ya no se ve como algo que sirve sólo para satisfacer las necesidades básicas, sino que se piensa como un ámbito privilegiado de realización personal. Para varones y para mujeres.

Así es muy difícil tener hijos, porque es algo que consume mucho tiempo y energía. Por eso las parejas conciben uno o dos y ya no a los 20 años, sino a los 30.

Además, formar una familia supone forjar relaciones comprometidas, pensadas a largo plazo. Algo muy difícil de hacer con las reglas del mundo contemporáneo, en el que todo cambia muy rápido y en el que la vida se programa individualmente.

No es casual que entre los más jóvenes se imponga la necesidad de satisfacer placeres efímeros, de una noche, que no suponen ni un compromiso con otro, ni un gran desafío. Como ejemplo basta comparar el trabajo de largo aliento que representa para un hombre conquistar a una mujer de la que está enamorado, con lo rápido que se puede ganar la aceptación de alguien en un boliche.

Entonces, no sólo estamos más enfocados en nuestra carrera profesional. También estamos menos dispuestos a resignar los placeres del momento.

Las consecuencias de estos fenómenos no se notan sólo en que menos parejas deciden tener hijos, como lo muestra la decreciente tasa de natalidad de los países occidentales. Se pueden ver también en las que sí tienen hijos, pero no están dispuestas a perder nada por ello. Por eso los dejan solos, los llevan a salidas de las que no se quieren quedar afuera, o sencillamente no les prestan la atención que necesitan.

Esto muestra que el problema es doble: por un lado, familias más chicas, con menos hijos. Por otro, familias con dificultades cada vez mayores para cumplir su función social: convertir a los recién nacidos en seres sociales. Enseñarles a hablar, a caminar, a comer. Las reglas básicas de la convivencia en sociedad.

Los padres están hoy menos predispuestos para cumplir su rol. Pero a eso hay que sumar que ser padre hoy es mucho más difícil que en el pasado.

Mientras que antes los niños sólo conocían la autoridad paterna, que era la que les enseñaba todo lo que podían conocer hasta su ingreso a la escuela, hoy aprenden a usar la computadora antes que a leer. Internet y los medios de comunicación compiten con la familia en su función de acompañar a los recién nacidos en su encuentro con el mundo.

Además los padres de hoy no quieren ser tan rigurosos como fueron los suyos con ellos, lo que les dificulta afrontar las pequeñas indisciplinas que tiene cualquier chico. Tampoco están dispuestos a hacer sufrir a sus hijos obligándolos a hacer cosas que no quieren o privándolos de ciertos caprichos. Y los niños, que desde muy chicos perciben todo lo que ocurre a su alrededor, notan esa debilidad y en muchos casos se aprovechan de ella.

El resultado de que los padres tengan miedo de educar a sus hijos, de decirles cómo se tienen que comportar, qué está bien y qué está mal, es la anomia. Que cada uno crezca como pueda, según los criterios que se vaya formando. Es claro que así se hace difícil la convivencia con otros.

En suma, estamos ante una fuerte crisis de la autoridad familiar, que se ejemplifica muy claramente con los hijos que desobedecen, ignoran y hasta agreden a sus padres. Pero como la familia ocupa un lugar central en la sociedad, las cosas no se quedan ahí: los niños que salen de sus casas con serios problemas de conducta, difícilmente los resuelvan en la escuela, lo que le crea nuevos y complejos desafíos a esta institución.

Debemos al mismo tiempo encontrar una respuesta a la amenaza que representa para muchos países una población cada vez más avejentada por la disminución de la tasa de natalidad, y otra para la amenaza que genera criar niños con serias dificultades de convivencia.

Está claro que no se pueden recrear viejos modelos de familia, porque respondían a las sociedades de su tiempo. Pero también está claro que si no diseñamos un nuevo tipo de familia, que sea capaz de cumplir eficazmente su función bajo las reglas del siglo XXI, tendremos problemas serios en el futuro.

 

Niños del hombre (mirá el trailer de la película), de Alfonso Cuarón, imagina que en un futuro no muy lejano las parejas ya no podrán tener hijos por una extraña enfermedad que se difunde mundialmente. El mundo caótico que muestra el film es peligrosamente parecido al nuestro.