Amenaza N° 3: La fragmentación de la sociedad

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Las 5 grandes amenazas del Siglo XXI. Tercera Parte

Ver:
Amenaza Nº 1: La disolución de la familia
Amenaza Nº 2: La violencia sin control

Las sociedades de mediados del Siglo XX eran como un conjunto de grandes bloques que ensamblaban relativamente bien. En el Siglo XXI esos bloques estallaron en millones de fragmentos.

Si en el pasado las personas pasaban su tiempo, compartían sus decisiones y dependían mucho de otras, en el presente sólo cuentan con sí mismas. De seres sociales pasaron a seres individuales.

Las clases sociales estaban bien definidas. Las personas de una misma clase tenían mucho en común y su existencia era bastante predecible: como la familia ocupaba un lugar fundamental, cada uno sabía que debía seguir el camino trazado por sus padres.

Sabía cuándo y con qué tipo de pareja debía casarse, en qué momento había que tener hijos y qué nombres ponerles (usualmente, el nombre de algún padre o abuelo), y qué tipo de trabajos eran los aceptables.

Cualquiera que se alejara de ese modelo socialmente construido sentiría el rechazo generalizado del contexto social.

La ventaja de ese tipo de sociedad era la estabilidad. Las personas estaban muy contenidas por su entorno, sabían qué les deparaba el futuro y tenían en quiénes apoyarse.

La desventaja era la profunda falta de libertad, que dejaba a las personas frente a dos posibles condenas: resignarse a sofocar sus deseos de una vida diferente o sufrir el rechazo de todos por seguir otro camino.

El panorama es hoy muy diferente. Las viejas instituciones se fueron desarmando y las clases sociales se volvieron muy difusas: personas que uno diría que pertenecen a clases diferentes tienen los mismos gustos y estilos de vida, y quienes podría pensarse que pertenecen a la misma, no tienen tanto en común.

Salvo para aquellos que no tienen nada, la vida dejó de ser predecible. La familia ya no tiene el peso de antes, mucho menos las religiones. Así, cada uno es relativamente libre para intentar satisfacer sus deseos.

La ventaja de la sociedad del futuro es evidente: somos más libres, tenemos más posibilidades de elegir nuestro destino (si tenemos los recursos para ello) y aquellos que no elijan los estilos de vida de la mayoría son más fácilmente aceptados.

Las desventajas son complejas. Pueden resumirse en dos. La primera es que somos más inestables y por eso más frágiles: no saber cómo va a ser el futuro y estar obligados a decidir y a hacernos cargos de nuestras decisiones, todo el tiempo, puede ser muy angustiante. La segunda es la más importante: nos volvimos ingobernables, y así la vida en sociedad se hace cada vez más difícil.

RoboCop, de Paul Verhoeven, es una película estadounidense de 1987. Si bien parece un simple film de acción protagonizado por un hombre-robot policía, describe un inquietante futuro, en el que la sociedad está totalmente fragmentada y envuelta en el caos y en la violencia. En ese contexto, el Estado abdica y le cede sus funciones a una empresa privada.

 
Vivir sin Estado ni Gobierno

La sociedad de mediados del Siglo XX era altamente organizada. Cada institución tenía su lugar en una suerte de reparto tácito de tareas en el que la que primaba era el Estado: controlaba la economía y garantizaba un mínimo de estabilidad política y social.

Los ciudadanos aceptaban esto con relativa pasividad. Todas las autoridades tenían legitimidad, y el Estado no era la excepción. Además, en muchos países se mostraba muy eficiente para resolver los problemas fundamentales de casi todos.

Pero a partir de los años sesenta esta situación empezaría a cambiar, hasta iniciar su estallido con en el comienzo del Siglo XXI. Una sociedad de individuos es mucho más difícil de gobernar que una de grupos sociales: las necesidades y los intereses se diversifican y se multiplican. El Estado muestra su impotencia para resolver los principales problemas de los ciudadanos, que empiezan a buscar sus propias soluciones.

Individuos acostumbrados a planificar sus vidas sin que nadie les ponga límites, en una sociedad que excita los deseos, rechazan cualquier tipo de control o regulación. Todos los días se pueden ver los fracasos de los gobiernos cuando intentan imponerles sus decisiones a los individuos, obligarlos, ponerles límites.

Este es un camino rápido hacia el caos. Si ninguna institución está por encima de las personas, lo que se impone es la ley del más fuerte. Y el resultado es la violencia descontrolada que vemos todos los días en la calle.

Es bueno que haya más libertad, pero de nada sirve si es al precio de convertir en una odisea la vida en sociedad.

El avance de los individuos frente a las instituciones es un proceso irreversible: es imposible volver al modelo de mediados del Siglo XX. Pero la única forma de vivir con un mínimo de armonía es con sociedades más integradas que las de hoy. Para ello es necesario modernizar las instituciones, principalmente el Estado, que tiene que adaptar sus herramientas de regulación a las exigencias del Siglo XXI.

Igualmente necesario es que como individuos nos demos cuenta de que no podemos vivir dependiendo sólo de nosotros mismos. Y para eso tenemos que empezar a aceptar que se les pongan ciertos límites a nuestros deseos y aspiraciones, para que se adapten aunque sea un poco a las necesidades del bien común.