El lado profano de la vida sagrada

#EntrePlazaYPlatea

El pasado lunes 11 de febrero, muchos amanecimos con la noticia de la renuncia del Papa Benedicto XVI al Ministerio petrino, por usar los términos de su propia carta leída ante el  Consistorio de la Iglesia Católica.

Más allá de los detalles, sentimientos y cuestiones vinculadas a la confesión de la fe católica, en la que, seguidores, detractores o críticos podrán coincidir o polemizar, me interesa sí detenerme en las intrigas sobre el porqué de la decisión que rápidamente han ganando terreno en la cobertura de los medios.

Es evidente, en primer lugar, que el anuncio tenía todos los condimentos que contribuyen a hacer de un hecho, un evento “noticiable” digno de captar nuestra atención: estábamos frente a un personaje público, líder y guardián de la fe de un grupo considerable de personas, pero -por sobre todo- ante un hito que no registraba antecedente en más de 500 años de historia, anunciado incluso sin preaviso alguno.

Sobre la base misma de esta excepcionalidad, se construiría un edificio de argumentos, motivos y fuentes de los más diversos tipos a partir del  esfuerzo de conductores, periodistas, panelistas e invitados por explicar: (a) la serie temporal que unía esta renuncia a otras en el pasado, (b) qué haría el Papa, devenido una vez más en “Ratzinger” (a secas),  y (c) cómo sería el protocolo de acción para designar un nuevo Papa después de una renuncia y no una muerte.

Incluso hoy, varios días después, pueden leerse titulares del tipo: “Los expertos estudian si destruirán el anillo de Benedicto XVI” o “Benedicto XVI anunció que tras su renuncia se mantendrá aislado”, en algún matutino.

Es este esfuerzo retórico del periodismo por hacer entendible algo que no se nos presenta como evidente a primera mano, lo  que me parece más interesante de todo este fenómeno. De hecho, no pasaron más que escasos minutos entre la renuncia y la publicación de toda una serie teorías del tipo “conspirativas” o de “complot”. Teorías que dan cuenta, por fuerza de repetición, del esfuerzo por poder dar explicaciones alternativas a cierta incongruencia fruto del desfasaje entre el ideal de la fe y la realidad de su práctica. Después de todo, estábamos asistiendo a un episodio en la cúspide de la fe donde el cuerpo le había ganado al oficio y  donde el ejercicio del poder divino o -como varios medios publicaron- “la representatividad de Dios” misma tenía fecha de caducidad: las 20:00hs del día 28 de febrero.

Ahora bien, la pregunta se impone: ¿por qué nos cuesta –a nosotros, simples mortales- creer que la decisión del hombre “más cercano a Dios” obedece a motivos estrictamente personales y no a “complots” o “cismas” al interior de la Iglesia? (“todo el mundo piensa que lo amenazaron. Para mí, se agotó. Tu padre cree que es una interna”, me había comentado al borde del susurro mi madre por teléfono hoy desde un bar) Y aun más: ¿por qué les cuesta a los periodistas aceptar esa versión a secas?

En 2011 realicé una investigación sobre los boletines de prensa de comunidades de confesión protestante en el Río de la Plata. Escribí entonces una conclusión que me parece del todo aplicable a este caso: toda comunicación de fe -cristiana o de cualquier tipo-, se enfrenta ante un núcleo duro que se resiste a su simbolización y que sólo puede integrar en su “Relato” de lo Sagrado de forma inestable. En nuestro caso, ese núcleo es el mundo no-cristiano. Profano. Se trata de un elemento siempre ausente en los boletines, pero constitutivo y que sólo emerge bajo la forma del síntoma. En una palabra, los lectores de esos breves boletines sólo son interpelados como confesores de fe y no en las formas ordinarias en que desarrollan su vida. En que todos desarrollamos nuestra vida. Nos cuesta entender cómo ambos órdenes, el profano y el Sagrado, se interrelacionan porque nos enseñaron a ver cuánto los separa.

Es esta separación radical entre el mundo (Sagrado) de la fe y los límites que nuestra propia (profana) condición humana nos impone, la que nos lleva a postular o aceptar teorías secretas y ocultas detrás de la renuncia del Papa. Nos cuesta integrar al “Gran Relato” de la Iglesia en el que muchos hemos sido formados la idea que un Papa claudique ante su propia condición de ser humano. Por las limitaciones de su cuerpo.

Aun así, el lunes por la mañana nos enteramos que los Sumos Pontífices padecen cansancio humano y que, a veces, la condición humana se impone y la misión puede ponerse en suspenso, al punto de dejar vacante la Sede de Pedro, bajo condición de destierro a una vida de oración y claustro (todo un indicador que quien cruce la frontera entre lo profano y lo Sagrado, no puede reintegrarse al mundo de los mortales tan fácilmente… aun cuando se le devuelva su nombre).

Quizás, sin advertirlo, el hecho que el cuerpo y la carne, la condición humana misma, le ganen a la Misión, sea una primera señal que nos da la cúpula de la Iglesia de su búsqueda por reencontrarse con el lado humano de los seres humanos en lo profano del mundo.