El poder, la voluntad y el tercero ausente: la apertura de sesiones del Congreso

#EntrePlazaYPlatea

Que el campo mediático, salvo pocas y contadas excepciones, se encuentra polarizado es una afirmación que ya no sorprende a nadie. No obstante, se trata de una situación que acarrea consecuencias interesantes en el denominado “mercado de los medios”.

En sociedades democráticas, como la nuestra, la prensa escrita e incluso los noticieros, rara vez se distinguen por los temas que tratan. Dado un día “x”, la agenda temática que nos ofrecen dos medios que compiten por el mismo público lector es relativamente la misma. ¿Qué sustenta, entonces, la opción de compra? ¿Por qué compramos un diario en lugar de otro si tratan los mismos temas? Porque la forma en que tratan esos temas sí varían. Compramos uno y no otro porque nos sentimos más cercanos o distantes, según el caso, al modo en que los mismos temas son discutidos, presentados, jerarquizados, aceptados como evidentes, relativizados o polemizados.

Ahora bien, la condición ideal es que estas formas de presentarnos los temas de interés público sean contrastantes entre sí, sobre todo si dos o más medios pelean por el mismo segmento de consumo. La premisa es que cuanto más notoria sea la diferencia sobre el modo en que trata los temas un medio, más posibilidades de ser identificado por los lectores para ser luego consumido. De hecho, la estrategia de diferenciación debe ser evidente desde la tapa misma, de forma que un indeciso frente al mostrador de un kiosco de revistas pueda definir a partir del tratamiento mismo de la portada por cuál optar.

Sin embargo, la polarización del mercado mediático a la que asistimos suspende el funcionamiento de esta lógica y la pone al servicio del posicionamiento del medio o grupo de medios para con el poder político. Algo que siempre existió, con mayor o menor sutileza, pero que hoy se nos presenta a cara desnuda. En una palabra, los medios empiezan a funcionar en “eco”: lo que antes rara vez hubiera ocurrido, como por ejemplo modos similares de titular o las mismas fotos en tapa, empiezan a ocurrir con una regularidad creciente.

La repercusión tras la apertura de sesiones ordinarias del Congreso, fue un claro ejemplo de esto último. De hecho, las tapas de los principales diarios nacionales pueden agruparse en dos series: por un lado, Clarín, La Nación y Perfil y, por otro, Página/12, Diario Popular, Crónica y Tiempo Argentino.

La primera serie pone énfasis en la idea de “avance”, donde el Ejecutivo deviene en una figura omnipotente que con furia desmedida avanza sobre otros poderes, sectores, derechos adquiridos, entre otros. La idea de “ir por” (Perfil) como la de “avanzar sobre” (Clarín y La Nación) conllevan cierta connotación de desmesura y ambición. Un ejercicio sin límites del poder.

EL segundo grupo, en cambio, se congrega no ya sobre la idea de avance desmedido, sino como manifestación de una voluntad: “Cristina: Quiero una justicia democrática” (Popular) o “Yo quiero en serio una justicia democrática” (Página/12) o “Cristina propuso una amplia democratización de la Justicia” (Tiempo Argentino). Voluntad, por otra parte, que limita y contiene el ejercicio irrestricto del poder.

Voluntad y poder son dos conceptos de larga historia. Existe cierto acuerdo (relativo) entre los académicos acerca que la reflexión sobre la voluntad, sobre la idea de “querer”, aparece bastante tarde en la filosofía. De hecho, según un filósofo italiano contemporáneo, su emergencia como problema del pensamiento nace atada a la problemática del “poder”. Agamben, el filósofo en cuestión, investigó cómo surgieron ambas conceptualizaciones y llegó a la conclusión que la idea de “querer” nace como una solución que ofrecieron los teólogos al problema del poder de Dios. La solución es simple: si Dios es omnipotente pudo haber salvado a Judas y condenado a Pedro, puede mentir o incluso cometer un crimen. No obstante, aun estando en condiciones de hacer todo esto, no lo hace… ¿por qué? Porque no quiere. Siendo la idea de “querer” un límite ético a las infinitas posibilidades que ofrece el hecho de poderlo todo.

De esta forma, la teología creía solucionar uno de sus grandes dilemas: la voluntad es el límite de la potencia. Dios puede (potencialmente) hacer cualquier cosa, pero es su voluntad la que dirige su potencia y la contiene. El querer ordena al poder.

La prensa gráfica argentina llega a este debate -de una forma pagana y con siglos de demora- al momento de dar cuenta de la apertura del 131° período de sesiones del Congreso de la Nación y lo hace de una forma dicotómica, en lugar de complementaria.  Se trata de dos construcciones de la figura presidencial que aun siendo opuestas entre sí, comparten una misma condición de posibilidad: la ausencia de límite externo. La ausencia de oposición. Después de todo, un ejercicio presuntamente desmesurado del poder sólo puede ser posible si no hay tercero que imponga un límite. Asimismo, la voluntad de autolimitarse sólo puede devenir necesaria cuando no hay otro que ejerza activamente ese papel.

En resumen, la prensa gráfica se distingue al punto de polarizarse sobre el modo en que el Gobierno ejerce el poder o su voluntad de poder (según el caso), pero sobre la base de un acuerdo fundamental, de fondo: el hecho que la oposición no impone límite alguno. La oposición ausente es el nudo argumental que une, bajo la forma de un presupuesto compartido, dos formulaciones dicotómicas.

Cristina oscila en la prensa gráfica entre la desmesura de un poder que se ejerce sin límites y la voluntad (personal) que lo ordena y lo condiciona por restricciones de orden ético. La oposición, en cambio, es tan sólo, el lugar  del tercero ausente. Un lugar que abre el juego de las oposiciones entre ambas formulaciones  a condición de ser construido por fuera del juego mismo.