El Rey que hacía el amor y la guerra

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Fue un monarca muy amado, y llorado tras su muerte violenta. Su estatua ecuestre está emplazada en el corazón de París, la ciudad que, para él, “bien valía una misa”, y por ella aceptó convertirse al catolicismo. Vert galant (“viejo verde”) lo llamaron -y con ese nombre se conoce la plaza que alberga su monumento- ya que nunca se cansó de cortejar a las damas. Él mismo lo admitió: “Se dice que soy tacaño, pero hago tres cosas muy alejadas de la avaricia: porque hago la guerra, hago el amor, y edifico”. 

Enrique IV (Henri IV, 1553-1610) fue un rey que dejó un legado memorable tanto en términos materiales (París está llena de huellas edilicias de su paso por la monarquía) como inmateriales, pues su reinado fue clave para la unidad de Francia.

Fundador de la dinastía borbona, fue casi un intruso en el trono, que tuvo que conquistar a sangre y fuego, pero también con la renuncia a la fe materna, protestante (hugonota), en la cual había sido educado. Una vida de novela, con final temido y varias veces anunciado: el regicidio.

El linaje Borbón, al que pertenecía, databa del siglo XII pero no será sino en el XVI que accederá al trono de Francia por el casamiento de Enrique, entonces rey de Navarra, con Margarita de Valois, hija de Enrique II y hermana del rey, Carlos IX. Los Borbones eran una rama de la familia de los Capeto, dinastía que había accedido al trono de los Francos en el año 987. Los Capeto fueron sucedidos por los Valois hasta las muertes sucesivas de Enrique II y sus hijos varones que ocuparon el trono por corto tiempo.

A la muerte de sus padres, Juana de Navarra y Antoine de Borbón, Enrique heredó el reino de Navarra, intermitente aliado y rival del trono francés. A diferencia de muchos de sus contemporáneos, y de su propia madre, Enrique no era un fanático, ni mucho menos un dogmático, aunque se sentía protestante y en ese bando participó y condujo muchas batallas. De hecho, renunció varias veces a su fe, al menos nominalmente.

Una de ellas fue justamente para casarse con su prima Margarita (Margot), hermana del rey de Francia, lo que no sólo lo salvó de morir en la noche de San Bartolomé (una matanza de protestantes en París) sino que lo colocó por partida doble en la línea de sucesión al trono.

Enrique IV, interpretado por Julien Boisselier, con Margot, en el film Henri IV (2009)

Su matrimonio con Margarita había sido acordado con el fin de poner término a la guerra de religión, pero una semana después del enlace, los extremistas católicos -alentados por la propia suegra de Enrique, Catalina de Médicis, verdadero poder detrás del trono- rompieron la tregua derramando la sangre de cientos hugonotes en las calles de París. Entre ellos, muchos amigos de Enrique de Navarra.

Catalina de Medicis, en el Louvre, contemplando la calle llena de cadáveres al día siguiente de la masacre de San Bartolomé

El pasar a ser parte de la familia real le salvó la vida a Enrique en aquella noche aciaga, pero no puso fin a los resquemores hacia el navarro hugonote que por lo tanto fue asignado a residencia en el Palacio del Louvre, hogar de los reyes en ese momento.

Durante tres años fue un prisionero de lujo hasta que, incitado por sus partidarios protestantes, se fugó para ponerse nuevamente al frente de sus tropas.

“Henri IV”, 2009

No voy a detallar aquí todas las idas y venidas de los años previos a su llegada al trono.

Recomiendo para eso la magistral biografía novelada que le dedicó el escritor alemán Heinrich Mann (1871-1950), en dos volúmenes: La juventud del rey Enrique IV y La madurez del Rey Enrique IV. O, también, su versión filmada: una excelente coproducción francoalemana, de Jo Baier,  protagonizada por Julien Boisselier. Una película imperdible, que refleja muy bien esta apasionante historia, y con una muy prolija ambientación, más allá de algunas licencias históricas (las mismas que se encuentran en el libro de Mann, al que el guión es extremadamente fiel).

Sintiéndose morir, su primo y cuñado, Enrique III, que había sucedido en el trono a su hermano Carlos IX, lo designó heredero. Este rey, al que atormentaba el recuerdo de la masacre de San Bartolomé, tenía un sentimiento ambivalente hacia su tocayo, Enrique de Navarra.

Julien Boisselier, como Enrique IV (Henri IV, 2009)

De todos modos, no terminó allí la larga marcha de Enrique hacia el trono de Francia, porque la mayor parte de los señores católicos lo rechazaban. Hubo nuevas batallas y hasta un sitio de la capital, al que Enrique aceptó poner fin convirtiéndose al catolicismo, esta vez definitivamente, previa promesa a sus correligionarios de que se acabarían las persecuciones contra los protestantes.

En su lecho de muerte, Enrique III de Valois designa heredero a Enrique de Borbón, futuro Enrique IV

De allí viene la célebre sentencia: “París bien vale una misa”, ya que Enrique tuvo que comulgar y asistir a una, además de jurar fidelidad a la fe católica. Se discute sobre si dijo o no esa frase, si fue suya o de algunos de sus consejeros; sea como sea, es una buena síntesis de los motivos del navarro para actuar como lo hizo.

El reinado de Enrique duró 16 años, de 1594 a 1610. En 1598, el rey Borbón cumplió la promesa hecha a los protestantes, promulgando el Edicto de Nantes, para poner definitivamente fin a las guerras civiles y cimentar la unidad del reino. Ese edicto (1598) fue su principal legado. Establecía la tolerancia religiosa a la vez que reconocía al catolicismo como religión de Estado. Promovía la renuncia a toda revancha o depuración y logró así pacificar Francia y consolidar la autoridad de la Corona.

La estatua ecuestre de Enrique IV, París, Pont Neuf

Pero los rencores de años de guerra civil no estaban apagados y Enrique pagó con su vida el precio de las divisiones. Tras salvarse de varios atentados, terminó sucumbiendo a las cuchilladas de un fanático que lo emboscó en una calle de París. Se dice, sin embargo, que el asesinato también fue instigado por su intrigante segunda esposa, María de Médicis, madre de sus hijos, entre ellos del delfín y heredero, Luis XIII. Cuando fue asesinado Enrique, Luis tenía apenas 8 años por lo que su madre se convirtió en regente. Faltaba poco para que entrase en escena el célebre Richelieu. Pero ésa es otra historia…

Enrique, María de Medicis y sus hijos

Enrique tuvo también varios hijos bastardos de sus amantes ya que, como se dijo, fue un incansable seductor. Para los parámetros actuales, murió joven, a los 56 años, pero en la perspectiva de la época, no lo era tanto. El gran amor de su vida fue Gabrielle d’Estrées, una plebeya con la cual planeaba casarse -tras la anulación de su matrimonio con Margot- cuando ella murió repentinamente.

Gabrielle d’Estrées

Heinrich Mann afirma que la dama fue envenenada, por instigación de la jerarquía católica que veía con muy malos ojos ese enlace, y que Enrique quedó desconsolado por mucho tiempo.

Enrique IV con su amante, Gabrielle d’Estrées

El matrimonio con la Médicis fue, como era habitual entre reyes, por conveniencia y por la necesidad de dar un heredero al trono.

El rey, que amaba mezclarse con su pueblo, recorría las calles de París aquel 14 de mayo de 1610, en una sencilla carroza con la sola compañía de su ministro y mano derecha, el duque de Sully, cuando fue atacado por su asesino, Ravaillac.

Murió y fue leyenda, como suele suceder.  El pueblo francés lo recordó por mucho tiempo con añoranza ya que su reinado coincidió con una etapa de bonanza. Además, como guerrero, Enrique siempre había evitado el saqueo y la rapiña que en esos tiempos eran la ley del venced0r.

A fines de 2010, ocurrió algo increíble: la cabeza de Enrique IV fue hallada por un anticuario, en buen estado de conservación. Su cadáver, sepultado en la Basílica de Saint-Denis, al norte de París, fue desenterrado por los revolucionarios antimonárquicos de 1793 y arrojado a una fosa común. Fue posiblemente en ese momento que la cabeza se separó o fue separada del cuerpo. Para conocer más detalles de esta historia, hacer click aquí.

Entre los legados arquitectónicos de Enrique IV están dos hermosas plazas, la Dauphine (en la isla de la Cité) y la de Vosges -que en aquel entonces se llamó Place Royale- (ver La plaza más linda de París), ampliaciones del Louvre y el Pont Neuf (primer puente de piedra de París, en un extremo de la misma isla), donde se encuentra su estatua ecuestre.