Un gran olvidado volvió a París

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Es el personaje histórico francés –y universal quizá- más célebre del mundo; la Francia moderna le debe la mayor parte de sus instituciones; París lleva su marca en sus sitios emblemáticos; un millón de personas visitan su tumba cada año; pero Napoleón Bonaparte recibe más homenajes en el extranjero que en su propia Patria, como si no fuera “profeta en su tierra”. Sin embargo, ahora, una exposición napoleónica ideada en Alemania abrió finalmente sus puertas en la capital francesa.

En el año 2005, se cumplió el bicentenario de dos batallas épicas en Europa, una en el mar, otra en tierra firme. Pero mientras los ingleses recordaron Trafalgar con toda la pompa, del otro lado del canal de la Mancha no hubo ningún tipo de ceremonia por Austerlitz (hoy territorio de la República Checa), la “Batalla de los tres Emperadores”, una obra maestra táctica en la cual Napoleón derrotó a la coalición liderada por el zar Alejandro I de Rusia y el emperador Francisco I de Austria. Peor aún, para indignación de los admiradores de Bonaparte y también de muchos historiadores, el Gobierno galo de entonces envió un portaaviones francés a participar de la reconstrucción de la batalla naval… ¡en la cual Francia fue derrotada!

Austerlitz, la Batalla de los 3 Emperadores (2005)

“Difícilmente se puede llevar más lejos el odio a Napoleón”, dijo en ese entonces el historiador Jean Tulard. Su colega Jean-Marie Rouart fue categórico: “La República es ingrata”.

La última vez que la Nación francesa homenajeó a Napoleón fue –lógicamente- bajo la presidencia de Charles De Gaulle, al cumplirse 200 años del nacimiento de Bonaparte (el 15 de agosto de 1769) en Córcega. “El general De Gaulle quería que el bicentenario del nacimiento de Napoleón fuese una gran conmemoración nacional”, dijo Thierry Lintz, presidente de la Fundación Napoleón.

El general Charles De Gaulle

Y Sudhir Hazareesingh, profesor de Ciencias Políticas en Oxford, recordó que “de Gaulle tenía toda la intención de destacar ese bicentenario, en 1969, (pero) lamentablemente, dejó el poder tras su derrota en el referéndum de la primavera y en vez de un magnífico discurso de (André) Malraux en Ajaccio (ciudad natal de Napoleón), nos merecimos algunas chaturas pompidoninanas…” (en referencia a Georges Pompidou, sucesor de De Gaulle en la presidencia).

“¿Tiene Francia lazos esquizofrénicos con aquel a quien Hegel llamaba ‘ese alma del mundo’?”, se pregunta la revista Marianne2, a propósito de la inauguración de esta exposición, en un artículo titulado “Napoleón, una herencia incómoda”.

“Napoleón y Europa” es el nombre de la exposición inaugurada en París a fines de abril, en el Musée de l’Armée (Museo del Ejército), en Los Inválidos, templo napoleónico si los hay, que alberga además el panteón del Emperador.

Los Inválidos, sede del Museo del Ejército.
Detrás, la cúpula del Panteón de Napoleón

Esta muestra es una versión reducida de una exitosa exposición que tuvo lugar en Bonn, Alemania, del 17 de diciembre de 2010 al 25 de abril de 2011 en el Centro de Exposiciones de la antigua capital de la Alemania occidental. Se trata de un testimonio de la grandeza de los planes europeos de Napoleón Bonaparte y de la reacción que estos provocaron en los países y pueblos concernidos por su empresa.

En París, la muestra estará abierta al público hasta el 14 de julio.

El sombrero y el abrigo de Napoleón, que definían su inconfundible silueta

Tiene dos partes: una primera consagrada a la conquista de Europa por Napoleón y una segunda a los sentimientos de admiración, amor u odio, que su trayectoria inspiró a los pueblos europeos de entonces.

Hay por ejemplo una carta de agradecimiento de Goethe (para quien “Napoleón fue uno de los hombres más fecundos que pasaron nunca por la tierra”), dirigida al gran maestre de la Orden de la Legión de Honor, Lacépède. Pero también está la partitura de la “sinfonía heroica” que Beethoven le dedicó a Napoleón y luego tachó, se dice que decepcionado cuando éste se coronó emperador.

También puede verse la espada de Napoleón en Austerlitz y su sombrero de la batalla de Eylau, que él, para diferenciarse de sus generales, usaba con las puntas hacia los costados y no hacia el frente.

Quedan ilustradas las pasiones encontradas que el Emperador despertó a su paso en toda Europa pero también su legado administrativo, del código civil hasta las grandes obras públicas, pasando por una gran cantidad de adelantos técnicos, ya que Napoleón fue un pionero en muchos aspectos.

No hay duda de que para el imaginario políticamente correcto, Napoleón es un personaje incómodo. Pero existe un evidente doble rasero cuando la Revolución Francesa es venerada, estudiada y hasta sacralizada –olvidando sus crímenes- mientras el hombre que salvó y consolidó el grueso de sus logros es olvidado y vilipendiado. O responsabilizado excluyentemente de lo negativo de aquel proceso.

El propio catálogo de la muestra recuerda que las guerras napoleónicas costaron 3 millones de muertos. Además de que la cifra conoce variaciones demasiado amplias, el argumento es incompleto si no se recuerda que muchas de esas confrontaciones no fueron provocadas por Napoleón ni por Francia, y que quienes lo combatieron defendían al Antiguo Régimen, con sus privilegios feudales, y las monarquías absolutas.

La Batalla de Trafalgar (1805)

El citado Rouart se queja de que, cuando los ingleses lo llaman “ogro”, olvidan “que Francia estaba en guerra con Inglaterra desde el Antiguo Régimen”. “Se olvidan los muertos causados por la Revolución. Ciertamente hay muertos de más en la historia de Napoleón, los de la guerra de España en primer lugar. (Pero) la guerra de 1914, la guerra de la República, hizo casi el doble (de muertos que Napoleón)”.

Los ingleses, por su parte, no detienen nunca su campaña de desprestigio a Napoleón. En el fondo, una muestra de que valoran más a su enemigo histórico que los propios franceses.

El “relato” británico obvia siempre el hecho de que Londres se alineó con la reacción, al respaldar y defender a las más rancias coronas europeas. El resultado político de Waterloo fue la restauración en el trono de Francia de los decadentes Borbones. Los franceses necesitaron varias revoluciones más para finalmente instaurar la República.

Napoleón no hizo sólo la guerra. Hizo grandes cosas en el plano civil, político e institucional. Como lo señaló hace un tiempo la cronista especializada en temas históricos, Agnès Poirier, “su legado está a la vista en todos lados: desde la ‘N’ que adorna casi todos los puentes de París y monumentos de Francia hasta los 2.626 liceos en todo el país. Le debemos el Código Civil, el bachillerato, pero también la estructura administrativa, judicial y educativa en Francia y en muchos otros países”. “Napoleón logró poner fin a la Revolución Francesa manteniéndose en una gran medida fiel a ella, consolidando los ideales de 1789. También se involucró en guerras para proteger a la Francia revolucionaria contra una coalición de monarquías europeas dirigidas por Gran Bretaña”, escribió Poirier.

París, Pont au Change

“La Francia moderna le debe todo a Napoleón: el Consejo de Estado, el Código civil, los prefectos, la Legión de honor… Es el mayor presente-ausente de nuestra historia. (…) Hay que redescubrir a Napoleón, no sólo al genial general de Austerlitz o de Wagram, sino a ese personaje casi novelesco, con sus fallas, sus debilidades y sus locas historias de amor…”, se explayó Rouart en entrevista en el diario L’Est Républicain.

París es, guste o no, la ciudad de Napoleón: el Arco de Triunfo, la avenida del Gran Ejército, los bulevares con los nombres de sus mariscales (….), el Eliseo, su Panteón en los Inválidos, el obelisco de la Concorde, los puentes. Sin embargo, ninguna calle de la capital lleva el nombre de Napoleón. Sólo en el barrio latino hay una rue Bonaparte, así, a secas, como para rescatar al hombre que salvó a la Revolución pero a la vez condenar al que se coronó emperador con su nombre de pila, “Napoleón”.

Calle Bonaparte, Paris

 “La universidad se desinteresó siempre (de Napoleón). La Revolución Francesa constituyó por mucho tiempo el gran tema”, dice el citado Thierry Lentz, historiador y profesor de derecho. Pero a continuación él mismo parece justificar ese desinterés cuando dice: “Napoleón es ciertamente un personaje importante. Pero no pesó tanto como se cree sobre las fuerzas profundas de la Historia. (…) En lo interno, dio vida a reformas en las que se venía pensando desde hacía un siglo”, minimizó. Si esto piensa el propio presidente de la Fundación Napoleón, se entiende por qué el corso genial no tiene una avenida con su nombre en París… Igual Lentz se ve obligado a reconocer: “A nivel de la estructura administrativa, vivimos de las soluciones napoleónicas. La mitad de los artículos del Código Civil actual son de 1804”.

Pero no siempre los franceses fueron desmemoriados e ingratos con Napoleón. En 1840, cuando el rey Luis Felipe repatrió sus restos desde Santa Helena, un millón de personas siguieron su cortejo para rendirle un último homenaje.

 

El cortejo fúnebre de Napoleón recorre los Campos Elíseos (1840)

Y, poco después, en 1848, se volcaron a las urnas para consagrar presidente a su sobrino, Napoleón III –otro personaje más denostado de lo merecido- en las primeras elecciones por sufragio universal de la historia de Francia.

Napoleón III, sobrino de Napoleón Bonaparte

Además, digan lo digan la academia y el gobierno, el interés por Napoleón Bonaparte no decayó, ya que se publican un promedio de 50 obras por año dedicadas a él.

Uno de estos trabajos, es el interesantísimo paralelo que hizo el mencionado Sudhir Hazareesingh (en el año 2008) entre dos grandes de la historia de Francia: De Gaulle y Napoléon. Para este estudioso, “el retorno al poder del General De Gaulle constituye uno de esos ‘momentos bonapartistas’ que regularmente sacudieron al país desde mediados del siglo XIX”.

El general Charles De Gaulle, jefe de la resistencia y presidente de Francia

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Aquí termina este post pero, para quien desee ir más allá en este tema, traduzco y reproduzco a continuación algunos extractos del ensayo de Hazareesingh [y recomiendo el “Napoleón” de Emil Ludwig, varias veces reeditado en castellano, que se consigue en librerías de viejo].

De Gaulle y el mito napoleónico (Sudhir Hazareesingh)

“La influencia de los grandes hombres no se mide solamente por los bloques de granito que dejaron detrás de sí: en el caso de Napoleón, el Código Civil, la estructura administrativa del Estado, las grandes victorias militares y el enraizamiento de la obra de la Revolución Francesa (sin olvidar la numeración par-impar de las casas); en el caso de De Gaulle, la encarnación de la Resistencia, la constitución de la Vª República, la descolonización, la política exterior audaz e innovadora. Más allá de estas grandes realizaciones, es su posteridad lo que sella sus verdaderos triunfos; es la que los transforma en personajes míticos, en hombres de leyenda.

“El emperador es aún hoy objeto constante de obras (históricas y de ficción), de exposiciones y de films; no pasa un día en que no se escriba sobre él. En cuanto a De Gaulle, cada sondeo confirma que es el político más venerado por los franceses. Estos dos hombres simbolizaron por lo tanto la grandeza, y no sólo para sus pueblos: De Gaulle es hoy una figura universal, como lo era Napoleón en el siglo XIX (se cuentan sobre esto anécdotas muy divertidas sobre exploradores franceses que viajaban a Siberia, Norteamérica, América Latina y hasta Madagascar, y a quienes los autóctonos pedían novedades del Emperador Napoleón). (…)

“Uno y otro han marcado el calendario político, inspirado ritos particulares y dejado monumentos a su memoria (imaginemos un instante a París sin sus símbolos napoleónicos que son la cúpula de los Inválidos, la columna Vendôme y el Arco de Triunfo; y son innumerables los pueblos en Francia provistos de una avenida, una plaza o un liceo Charles de Gaulle). Ambos dieron cuerpo a un verdadero culto, casi como una religión (Napoleón fue venerado como un dios por sus soldados, y André Malraux comparaba a los gaullistas con una orden religiosa); y sobre todo hicieron soñar a los artistas: la leyenda napoleónica tomó cuerpo en torno al romanticismo, y las obras de Stendhal, Balzac y Hugo. De Gaulle inspiró un poco menos a las Musas, pero hay una neta aceleración en la construcción mitológica del personaje desde comienzos del siglo XXI: lo atestigua el gran éxito de las Memorias de su hijo, al almirante Philippe, la proliferación de documentales y de films sobre la vida del General (en particular el excelente telefilm de Bernard Stora, Le Grand Charles), la inauguración de la estatua del General en la avenida de los Campos Elíseos, y sobre todo la apertura próxima del Memorial de Gualle en Colombey, previsto para recibir a más de 100.000 visitantes al año.

“Pero, sobre todo, nuestra visión y nuestro léxico políticos abundan en imágenes y expresiones napoleónicas y gaullistas: (…) si la palabra ‘partido’ tiene una connotación particularmente peyorativa en Francia, el mérito es ampliamente del general.

“Napoleón y de Gaulle se han convertido, sin duda, en las dos figuras que más marcaron el imaginario político nacional desde la Revolución. Vemos el mundo a través de sus ojos: compartimos sus amores y desesperanzas, y detestamos lo que ellos rechazaban. Han adquirido esa estatura porque lograron encarnar al Gran Hombre en dos dimensiones particulares. Fueron primero hombres providenciales que salvaron a la patria en circunstancias penosas (Napoleón arrancó la Revolución a la anarquía; de Gaulle fue el salvador de Francia durante la ocupación alemana y se convirtió luego en su “recurso” en 1958). Pero también fueron padres fundadores que supieron inspirar y fundar órdenes políticos duraderos. La estructura ósea del Estado napoleónico, fundado por el Primer Cónsul a comienzos del siglo XIX, sigue siendo visible en Francia hoy (…), y la Vª República creada por de Gaulle en 1958 es indiscutiblemente el régimen republicano más estable (y el menos cuestionado). Napoleón y De Gaulle también marcaron el imaginario político –y esto también forma parte del lote de un Gran Hombre- por la extraordinaria gama de sentimientos negativos que suscitaron: el temor, la hostilidad y por supuesto el odio.

“El imaginario político está poblado de ángeles, pero también de demonios, y pocos hombres fueron tan vilipendiados como Napoleón y De Gaulle: el emperador fue objeto de una verdadera leyenda negra, que hizo de él un traidor, un impostor de sangre extranjera, hasta un ser satánico (y que continúa hoy: obras recientes lo convierten en esclavista, precursor de la guerra total y hasta del genocidio); en cuanto a de Gaulle, fue odiado por la gente de Vichy [el gobierno colaboracionista francés con la ocupación alemana], luego por la izquierda, luego por los blancos de Argelia –y ese odio permanece tenaz aún hoy en la memoria de los pieds-noirs [franceses de Argelia], muchos de los cuales no perdonarán jamás al General su discurso de Argel.

“(…) Napoleón y de Gaulle son dos símbolos de un nacionalismo muy particular, que es producto de la Revolución francesa: es un nacionalismo cívico, que reposa en principios y no en la sangre (Napoleón por otra parte no era francés “de abolengo”), y que celebra la grandeza y la vocación universal de Francia.

“El culto al poder carismático  y del Estado; la política como religión civil; la afirmación de la soberanía popular; la celebración de la grandeza nacional; la memoria heroica de la guerra; la suspicacia hacia los partidos y el parlamento; el predominio del interés general sobre los intereses particulares, y la atracción permanente del hombre providencial  [son los principios que el autor ve encarnados en estos dos hombres]. (…)

“¿De Gaulle demócrata republicano, Napoleón dictador autoritario? Si, está bien. Pero no olvidemos sin embargo que Napoleón sacaba su legitimidad política del pueblo y que sus plebiscitos eran instituciones completamente revolucionarias para la época (y percibidas como tales por sus adversarios monárquicos, que siempre denunciaron en él a un Robespierre a caballo). (…)”