Por: Claudia Peiró
Cuando era chica, mi padre me llevó a la plaza a ver al General. Tuvo que alzarme sobre sus hombros para que pudiera verlo. Hablaba desde un balcón, y abajo había veteranos de guerra con el pecho cargado de medallas y los ojos llenos de lágrimas. Ese día vi por primera vez a adultos llorar… Me explicaron que era por una mezcla de orgullo y tristeza.
El General, ya lo saben, era Charles De Gaulle (1890 – 1970) y el lugar, Estrasburgo, la capital de Alsacia, una región de Francia donde ese hombre era venerado.
No recuerdo ni entendí en ese momento nada de lo que dijo, pero la jornada quedó grabada por siempre en mi mente y en mi corazón, y el aprendizaje duró años: muchas veces a lo largo de mi vida volví a las emociones de ese día y sólo con el tiempo fui entendiendo todo. A un niño, para bien o para mal, se le enseña muchísimo más con una “salida”, con un gesto, que con infinidad de palabras. Es algo que todos los padres deberían tener en cuenta.
Hoy se cumple un nuevo aniversario del célebre llamado a la Resistencia (18 de junio de 1940) que hizo De Gaulle por radio desde Londres a sus compatriotas y por eso me viene a la memoria aquel día en Estrasburgo. Y otras cosas que sucedieron luego.
Recuerdo por ejemplo que poco después De Gaulle vino a la Argentina y otro general, Juan Perón, desde Madrid, ordenó a sus seguidores recibirlo como si se tratase de él. La consigna de los que se movilizaron para darle la bienvenida fue “De Gaulle, Perón, un solo corazón”.
Años después, volví a Francia. De Gaulle ya no estaba. Con sorpresa, en un curso de Derecho Constitucional que tomé, escuché al profesor –mientras analizaba la Constitución de la Vª República, elaborada por el General y todavía vigente- regodearse en la crítica a De Gaulle, un “conservador”, “autoritario”, “monárquico” y no sé cuántas cosas más, que parecía ser la mayor desgracia que les había sucedido.
Me costó dar crédito a lo que oía. El mundo entero le profesaba admiración y en su Patria lo criticaban duramente, ingratamente sobre todo.
Claro que no todos los franceses piensan ni sienten así. Pero existe una corriente que persiste en eso que llamaría la “negación del padre”; un mal que aqueja a muchas sociedades (los argentinos no escapamos a ese defecto). Más aún, hace poco, en las rejas que rodean el Jardín de Luxemburgo, el Senado francés –que tiene allí su sede- presentó una exhibición de humor político (“El siglo XX en 80 dibujos de prensa”), que incluía varios afiches satíricos de De Gaulle.
Difícil de entender lo que en el fondo constituye una suerte de auto-denigración porque en la historia –todavía reciente- de ese país, De Gaulle encarnó a Francia en las circunstancias extremas que le tocó vivir a esa Nación y que la llevaron a la fractura y la acercaron al riesgo de la disolución.
Más allá de la mayor o menor simpatía por el personaje, lo que ningún francés puede desconocer es que fue su patriotismo, su intransigencia de principios y su inmensa habilidad política las que colocaron a Francia en el bando de los vencedores, y la sentaron a la mesa donde se discutió el reparto del mundo. De no ser por él, los ingleses hubieran podido concretar su designio de dividir a Francia o, como mínimo, convertirla en un protectorado.
Con frecuencia he escuchado a gente preguntarse por qué Francia integra el grupo selecto de 5 países con poder de veto en Naciones Unidas (junto con China, Rusia, Estados Unidos e Inglaterra forma parte del Consejo de Seguridad del organismo). Algo que no parece corresponderse con su peso político económico actual. La respuesta es muy simple: De Gaulle lo hizo. Para él, Francia sólo podía ser “grande”. Tenía un destino. Y él lo encarnó durante mucho tiempo.
Otro tema: contra viento y marea, el General abrió el camino para que Francia se convirtiera en potencia nuclear. Se me dirá: ¿y eso que tiene de bueno? Muy simple: entre un escenario en el que dos potencias archi-enemigas, como eran los EEUU y la URSS en los años de la Guerra Fría, monopolicen la disuasión mutua nuclear, y otro en el cual la intervención de terceras potencias medianas derivase en una mayor democratización del “club atómico”, la segunda opción es a todas luces preferible. Irónicamente, una de las caricaturas de la triste exposición a la que me referí aludía al tema nuclear.
La semana pasada, al recibir a parlamentarios franceses en El Vaticano, el Papa Francisco los exhortó a cumplir su misión de “representantes de una Nación hacia la cual los ojos del mundo se vuelven con frecuencia”. Es irónico que deban ser otros los que le recuerden a Francia su “grandeur”.
En el prólogo a los Documentos para la Historia del Libertador General San Martín (editados por el Instituto Sanmartiniano) Perón dice algo que es también aplicable a Francia y a De Gaulle. “Para que un Pueblo pueda mirarse en su pasado y contemplar por lo tanto su porvenir con grandeza de corazón necesita poseer en su historia, un momento por lo menos de gloria indiscutible. Momentos así suelen darse con escasa frecuencia porque se necesitan para ello: la estatura de un hombre gigantesco y el pedestal de un pueblo extraordinario. Pueblos hay que pasan por el mundo sin encontrarse con ‘el hombre’ anhelado; y hombres gigantescos no encuentran muchas veces ‘el pueblo’ que desean”.
No hay duda de que Francia y De Gaulle se encontraron en ese momento de gloria indiscutible que fue la Resistencia y el resurgir de la posguerra. De Gaulle fue tan gigantesco en lo físico –era extremadamente alto- como en lo moral, qué duda cabe.
Hay quienes, en un vano intento por quitarle méritos, subrayan el hecho de que pocos escucharon aquel 18 de junio de 1940 el llamado de De Gaulle, emitido por la radio de Londres que los franceses sintonizaban a escondidas. Ese detalle engrandece aún más la actitud del general porque recuerda la soledad en la cual se encontraba cuando les señaló a sus compatriotas el camino que debían tomar. En este link pueden escuchar el llamado de De Gaulle y al pie de este post, está la transcripción en castellano.
Cuando Francia capituló frente a los alemanes dando lugar al gobierno colaboracionista de Vichy, él se convirtió en Jefe de la Francia Libre y luego dirigente del Comité Francés de Liberación Nacional que durante la Segunda Guerra Mundial coordinó las acciones de resistencia dentro y fuera del territorio. Al concluir la guerra, formó parte del gobierno provisorio de 1944 a 1946. Del 46 al 58 se automarginó del poder, por no encontrar eco en sus compatriotas para su visión de cómo debía ser organizado y gobernado el país. Fue en esos años que escribió sus célebres Memorias de Guerra [cuya lectura recomiendo calurosamente, están traducidas al castellano].
Pero años de inestabilidad política y la incapacidad de los sucesivos gobiernos para resolver el problema colonial desataron una crisis que culminó cuando De Gaulle fue llamado a hacerse cargo del poder. Se iniciaba la Vª República y una “política de grandeza” para Francia. Condujo el proceso de descolonización, no sólo de Argelia, sino también de las posesiones francesas en África. Preconizó una política de independencia nacional y sacó a Francia de la OTAN, puso un veto al ingreso de Inglaterra a la entonces Comunidad Europea, condenó la guerra de Vietnam y estableció relaciones con la China comunista. Fue presidente de Francia durante 10 años, de diciembre de 1958 a abril de 1969.
La crisis de mayo del 68 lo desgastó y cuando en 1969 llamó a un referéndum para relegitimar su mandato, fue derrotado y se retiró. Sólo vivió un año más. Está sepultado en Colombey-les-Deux-Églises, su pueblo natal.
Sobre esta salida suya del poder, Perón decía que a su amigo el general De Gaulle “se lo golpeó por izquierda, se utilizó hábilmente la rebeldía estudiantil”, pero que “sus grandes enemigos estaban a la derecha”. Así lo contó el ya fallecido Carlos Funes, en su libro Perón y la guerra sucia (otro libro que recomiendo, buscar en librerías de viejo). ”De Gaulle consideraba que la deuda por el Plan Marshall estaba ampliamente saldada y pedía la vuelta al patrón oro, escribió Funes, ante el deterioro del papel moneda -dólares- que llegaban a Europa en el marco de este plan”. Y agrega: “Mirando hacia París, el General Perón) creía ver esa mano, con guantes de banquero, que movía ambos extremos del péndulo ideológico para desestabilizar a los gobiernos que intentaban una vía alternativa”.
Son episodios que deberían hacer reflexionar a muchos…
A continuación, las primeras líneas del Tomo I de las Memorias de De Gaulle. Como dije, están traducidas al español, pero la que sigue es una versión mía. Las incluyo porque al leerlas no puedo evitar sentir que habla también de la Argentina y porque creo que son las palabras que todo patriota desearía escribir sobre su país. Él lo hace tan superlativamente que uno no puede menos que sentirse interpretado.
De Gaulle, sobre su Patria:
“Toda mi vida me hice una cierta idea de Francia… Me la inspira tanto el sentimiento como la razón. Lo que hay de afectivo en mí imagina naturalmente a Francia como la princesa de los cuentos o la Madona de los frescos en los muros, como consagrada a un destino eminente y excepcional. Por instinto, tengo la impresión de que la Providencia la ha creado para éxitos acabados o para desgracias ejemplares. Si acontece que la mediocridad marca sin embargo sus hechos y sus gestos, experimento la sensación de una absurda anomalía, imputable a las faltas de los franceses, no al genio de la Patria. Pero también, el lado positivo de mi espíritu me convence de que Francia no es realmente ella misma sino en primera fila; que sólo las vastas empresas son susceptibles de compensar los fermentos de dispersión que su pueblo porta en sí; que nuestro país, tal cual es, entre los demás, tal cual son, debe, bajo pena de peligro mortal, apuntar alto y mantenerse derecho. En síntesis, en mi opinión, Francia no puede ser Francia sin la grandeza”.
Texto del histórico llamado de De Gaulle
Los jefes que desde hace varios años están al mando del ejército francés, han formado un gobierno. Ese gobierno, alegando la derrota de nuestro ejército, estableció comunicación con el enemigo para cesar los combates.
Por supuesto, hemos estado, y estamos hundidos por la fuerza mecánica, terrestre y aérea del enemigo.
Infinitamente más que su número, son los tanques, los aviones, la táctica de los alemanes los que nos hacen retroceder. Son los tanques, los aviones, la táctica de los alemanes los que han sorprendido a nuestros mandos, al grado de llevarlos a la situación en la que hoy se encuentran.
Pero, ¿se ha dicho la última palabra? ¿La esperanza debe desaparecer? ¿La derrota es definitiva? ¡No!
Créanme, a mí, que les hablo con conocimiento de causa y les digo que nada está perdido para Francia. Los mismos medios que nos han vencido pueden darnos un día la victoria.
¡Pues Francia no está sola! ¡No está sola! Tiene un vasto imperio de su lado. Puede formar bloque con el Imperio Británico que domina el mar y continúa la lucha. Puede, como Inglaterra, utilizar sin límites la inmensa industria de los Estados Unidos.
Esta guerra no se limita al desgraciado territorio de nuestro país. Esta guerra no se decidió en la Batalla de Francia. Esta guerra es una guerra mundial. Todos los errores, todos los retrasos, todas los sufrimientos no impiden que haya, en el universo, todos los medios necesarios para aplastar un día a nuestros enemigos. Aplastados hoy por la fuerza mecánica, podemos vencer en el futuro con una fuerza mecánica superior. El destino del mundo está en juego.
Yo, el General De Gaulle, actualmente en Londres, invito a los oficiales y a los soldados franceses que se encuentren en territorio británico, o que ahí vinieran a encontrarse, con sus armas o sin ellas; invito a los ingenieros y obreros especialistas de la industria de armamento que se encuentren en territorio británico, a ponerse en contacto conmigo.
Pase lo que pase, la llama de la Resistencia Francesa no debe apagarse y no se apagará.
Mañana, igual que hoy, hablaré en la Radio de Londres.
Charles de Gaulle
18 de junio de 1940