Trabajo Práctico

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PROYECTO PIBE LECTOR es un blog de FICCIÓN. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

34. Trabajo práctico

Con cariño, para los últimos egresados de la 22

1. Escribir un relato fantástico en primera persona. Mínimo de extensión: 1 carilla

Estimada profesora:

Ahora que usted salió con eso de que se piensa quedar en la escuela, no nos quedó otra que contarle la verdad. Lo decidimos entre todas, reunidas en asamblea, así que si viene alguna con que nada que ver, ni ahí o que es un invento, no le dé cabida porque siempre va a haber una renegada y va a ser para confusiones. Quien avisa no traiciona, ¿se acuerda? Me encantó el refrán cuando nos lo enseñó.

Miró: "Vuelo de pájaros"

Miró: “Vuelo de pájaros”

Se habrá dado cuenta desde principio de año, porque sabemos que tonta no es aunque parezca a veces que se hace la tolola, que a veces no estamos. Puede ser cualquiera de nosotras, cinco minutos, diez, a veces más. El récord lo tuvo Sancholuz, que se fue como veinte minutos cuando le habló el moho de la pared de durlock, pero fue una excepción. En general es poquito tiempo y eso no molesta a nadie.

Me explico mejor: todas en la escuela sabemos qué hacer cuando pasa. Llevamos acá adentro muchos años y estamos curadas de espanto, por decirlo de alguna manera. Para nosotras es normal y vamos a comprender que le lleve un tiempo entenderlo, que no quiera participar con nuestro método y se quiera ir. Sería una pena, porque es tan simpática. Debe saber que nos llevó años perfeccionar la cosa y que cualquier sugerencia que se le ocurra para cambiar algo, por más ínfima que le parezca, ya se nos ocurrió y salió mal. Le aseguro que lo hacemos de la única manera, así como no encontramos otra que contárselo mediante esta carta, en este momento.

Lo que sucede es que hay en la escuela un yo que te narra. Te cuenta una historia, ordenada cronológicamente, para escuchar. El autor no quiere que la escribamos: nos dimos cuenta enseguida cuando algunas empezamos a armar una especie de diario o crónica y se armó una que para qué le voy a contar. Lo que hay que hacer es sentarse tranquilamente sobre lo que haya a mano, quedarse quieta y concentrarse en la voz, porque no es fácil, a veces por el volumen y otras por  culpa del canal elegido, que obedece a una lógica que desistimos comprender. Es así, qué le vamos a hacer.

Ya sé, ya sé, esta parte se volvió confusa. Vamos despacio. Una puede ir caminando por el pasillo y ahí empieza, saliendo de la rejilla de ventilación. ¿Nunca nos vio sentadas, sin hacer nada, en lugares insólitos? A mí este año me tocó con un pájaro: se posó en el mástil del patio y tuve que soportar la historia bajo el solazo del mediodía, ¿se acuerda, profesora, que me retó cuando me vio? Qué más podía hacer, con el bicharraco mirándome fijo y el cuento que se hacía largo. Ni le digo si empieza  del inodoro, o sale del cañito que sostiene la cortina de la ventana de la cocina, con el olor a guiso que hay ahí y en el otro lado. No queda otra: si empieza hay que sentarse y escuchar.

Usted se preguntará quién, qué, cómo puede ser posible. No se preocupe: si se queda con nosotras (como ya dijo ayer, delante de todo el mundo), va a tener que ser oyente también. La voz nunca es la misma, ni siquiera es una voz (¿qué voz podría tener un moho parlante, no es cierto?), pero te cuenta. A veces la historia está linda, es entretenida y te da fiaca cuando termina y tenés que volver. A veces da miedo, a veces es subidita de tono y volvés toda colorada de vergüenza. Hicimos la prueba de contarnos, para saber si era una sola historia congruente, coherente y verdadera. Se imaginará que se enojó: no hubo caso, pero bastó ese momento de indiscreción para que supiéramos que no concordaba, o, por lo menos, que si se suponía que iba todo junto era un producto experimental y vanguardista. Lo seguro es que respeta un orden cronológico: en estos momentos está en la etapa de la salida de la adolescencia del personaje protagonista.

Usted es joven: mire si se queda y tiene la suerte de llegar a la parte de la vejez. Pensar que ya no voy a estar me hace un nudo en la garganta, qué raros son los sentimientos cuando son encontrados, ¿vio?

Me voy despidiendo: ahora ya sabe el porqué de las chicas sentadas por ahí en horas incorrectas, ahora puede entender las miraditas, los rumores, los guiños. No puede decir que no le avisamos: cuando el relato comience, sólo tiene que quedarse quieta, sentarse y escuchar con atención. Después de leer esto será una decisión tomada con conciencia, ¿no es cierto? Eso es lo que decían las chicas ayer, que usted tenía que saber para poder elegir bien y que no hubiera reproches si salía algo mal con el relato y había represalias por parte del autor.

El trabajo práctico terminaba allí: 1 carilla exacta. Podría haberle dado más forma al final, hacerlo más interesante con la explicación de las consecuencias de la violación de las reglas, pensó mientras buscaba la lapicera. Obedecía la consigna, estaba bastante bien para una alumna del último año. “Experimental y vanguardista”, “el autor”… la chica prometía. Escribió al pie, con su apretada caligrafía manuscrita: ”¡Excelente relato! ¡Te felicito, continúa siendo aplicada y perseverante y llegarás a ser una extraordinaria escritora!”. Releyó sus palabras y recordó el par de aros de plástico que guardaba sin saber para qué; levantó la vista buscando el nombre de la alumna para personalizar el elogio y amortiguar el mal efecto. No había. Recordó que Sancholuz había desaparecido efectivamente unos veinte minutos de una de sus clases, hacia el mes de junio. Recordó haber sido observada por un pájaro durante un mediodía enceguecedor y pensó que la letra del trabajo práctico era admirablemente similar a la suya. Hasta parecía que el texto y la devolución que acababa de escribir al pie de la página habían sido garabateados con la misma lapicera… Observó detenidamente la inclinación de las “l”, los palitos sobre las “t”. No había dudas. Qué miedo. Mocosas insolentes, extrañas. Bromas de mal gusto, a ella. Tolola. Sintió que se le ponía la piel de gallina, guardó los trabajos prácticos en un folio y se prometió terminar de corregir por la mañana. Cinco minutos, diez, veinte, en la hora de Literatura, qué se pensaban. No tuvo más remedio que tomar una pastilla celeste y una rosa: el corazón se le salía por la garganta. Se durmió finalmente mientras unas ganas repentinas de no volver a pisar una escuela en su vida la invadían malsanamente, como era usual que le pasara a esa altura del año. Atrevidas, las mocosas. Ya iban a ver. Tuvo pesadillas.

 

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