La sartén hirviendo

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57. La sartén hirviendo

Carla y Marcia comparten el salón de 3er año de la secundaria. Ellas creen que sólo las une esa obligatoriedad de estar horas diarias, unos meses al año, en ese lugar escrito y roto, ruidoso y sucio, pero no es así. Lo voy a demostrar:

Dalí

Vladimir Kush

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La lapicera mágica

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52. La lapicera mágica

Tengo unas lapiceras azules, negras, verdes y rojas, guardadas para casos especiales. No puedo revelar de dónde las saqué, quién me las dio. Fui elegida para su custodia. Las tengo, y debo ser juiciosa en la elección de quién o quiénes las usarán, o cuándo, ya que su tinta no durará eternamente y se gastan con el uso. Son unas lapiceras muy especiales: son mágicas.

Max Ernst "Mi amigo Pierrot"

Max Ernst “Mi amigo Pierrot”

Generalmente las presto cuando no queda otra alternativa. Y una sola vez, una solita, regalé una. Sucedió cuando la chica de nombre exótico no lograba poner en palabras lo que le pasaba. Hacía cincuenta minutos que estaba ante la página que le había dado (se había olvidado la mochila, la carpeta, el carnet del boleto secundario) y había escrito con bella caligrafía, con un pedacito de lápiz en el que había enrollado cuidadosamente un hilo: Me siento muy mal, estoy confundida, no sé qué me pasa, deben ser los cambios de la edad, mi corazón a veces late demasiado rápido, me peleo con todo el mundo, con la gente que más quiero, me va mal en la escuela, es imposible que les diga lo que me pasa a mis viejos, no sé qué me va a pasar. Me pareció que tenía condiciones. Decidí que la azul era la apropiada y que la ocasión justificaba el gasto.Por supuesto que no pensé en regalársela, esa idea vino después. Abrí mi cartera enorme, pronuncié las palabritas que harían efectivo el hechizo, me acerqué a mi alumna y le di la lapicera:

_ Probá con ésta. Capaz que te es más fácil si apoyás mejor los dedos… ese lapicito es chiquitín para vos.

La lapicera azul revela secretos, desatornilla roscas, desata nudos. La negra purifica, limpia, desempolva. La verde transforma y refleja; encandila. La roja incendia todo y es la más peligrosa. Le di la azul porque las palabras se anudan, igual que los hilos. Todo se enmaraña: el agua, el aire, la luz, las palabras. Me dedico a trabajar con las letras, a pulirlas, a exprimirlas, a sufrirlas, a amarlas. Al final de la clase, la hoja que entregó mi alumna continuaba el texto anterior; simplemente, repetía las frases “me siento mal”, “estoy confundida”, “no sé que me va a pasar”, pero escritas con la tinta de la lapicera mágica, se convertían en otra cosa gracias al sortilegio. Se podía leer lo que en realidad decía:

“Soy una chica común, pero vengo de lejos. Siento que mis raíces se extienden hacia mi patria, se estiran , se retuercen en un afán loco y fantasioso de permanecer allá, donde están los perfumes y sabores de mi niñez. Llegan, lo logran. Eso me enorgullece. Mi cuerpo está rodeado de esas raíces hermosas y fuertes que me recuerdan constantemente quién soy aunque todo el tiempo lo olvido. 

 Entrelazados en mis raíces, están mis papás y mis hermanos. Mis abuelos. Mis primos. Mis ancestros, vivos y muertos. Ellos me aman incondicionalmente, me acompañan, me comprenden, me protegen. Es por eso que mis raíces son tan luminosas: el amor de mis seres queridos es de un tono dorado y brillante, y algunas personas (las más audaces), logran ver ese brillo en mis ojos oscuros y dejan de creer que soy una chica común;  piensan que soy especial. También yo pienso, la mayor parte del tiempo, que soy especial. Sufro mucho cuando lo olvido. 

 Tanto de día como de noche me gusta escaparme dentro de mí misma para estar sola. Escucho el latir de mi corazón y me preocupo. Siento correr la sangre por mis venas y tengo miedo. Escucho el silencio que invade mi mente cuando estoy a punto de comenzar a soñar,  miro mis manos y creo que son las de otra persona, entrelazo mis dedos con mis propios dedos y finjo que una de mis manos no es la mía sino la de otro, y me estremezco. Me rodeo de personas todo el tiempo que puedo para no asustarme, pero constantemente me doy cuenta de que me olvido de que estoy en la calle, en la escuela, en mi casa, y que solamente estaba conmigo misma, adentro mío. Me espanto porque pienso que eso es ser egoísta. 

 Estoy en la escuela y no escucho nada. Tengo que hacer pruebas, exámenes, experimentos, buscar informaciones, investigar. No hago nada de eso, sólo miro para adentro y me quedo quieta, quieta, y sé que está muy mal y no tengo idea de porqué no hago nada hasta que me doy cuenta de que esto de quedarme quieta era lo que tenía que hacer en ese momento y sólo es cuestión de respirar, de dejar que el aire entre en mi cuerpo, que mis raíces me rodeen, que mis ancestros y el amor de mi familia me abrace, y sentirme bien, sentirme bien… Y adoptar así mi rol: ser hija de nuevo (nunca dejé de serlo, sólo crecí), ser alumna de nuevo (nunca dejé de serlo, sólo crecí), ser amiga de nuevo (nunca dejé de serlo, sólo crecí). 

 Me miro al espejo y no me gusto, pero creo que cuando crezca me voy a gustar. Mi cuerpo es un desastre. Quizás sea alta. Quizás no. Quizás mi piel se vuelva bella. Quizás sea bueno ser mujer, quizás sea bueno no ser alta, ser un desastre o no tener la piel bella. Sólo tengo que recordar que debo cerrar fuertemente mis ojos para sentir mis raíces y el amor de mis papás, y eso borra la palabra quizás y la convierte en otra. Mis papás, que hace poco me compraban hebillas brillantes y figuritas, ahora no saben qué comprarme. Quizás no necesite que me compren algo. Esta noche, cuando esté tranquila frente a mi espejo, voy a cerrar los ojos fuerte para ver si la palabra quizás, en la frase anterior, está de más. O no.”

Decidí dejar esa lapicera azul en poder de la alumna de nombre exótico. La lapicera que desanuda, que clarifica, que alisa lo retorcido. No sé qué habrá hecho con ella, si la tiró, si quedó en algún bolso guardado, si la gastó usándola escribiendo enrevesadas palabras desenrevesadas. Como todos los utensilios mágicos, las lapiceras son sólo herramientas, partecitas que ayudan, que uno puede ver o no. Quizás yo te haya prestado alguna vez una, por un ratito. Sería cuestión de recordar, de buscar en los viejos cuadernos y fijarse si hay algunas palabras escritas por allí que se desanudaron solas con el tiempo… Quizás las encontremos. O no.

 

 

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Las imágenes reproducidas en este blog pertenecen a autores diversos. Respetamos los derechos de autor de cada uno de ellos, nuestra finalidad al utilizarlas es educativa y cultural.

Una noche en la Once. Capítulo final.

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Entrega N° 48

Una noche en la 11

Para leer los capítulos anteriores, hacé click aquí: Capítulo 1, Capítulo 2, Capítulo 3, Capítulo 4, Capítulo 5. El Capítulo 6 es el FINAL.

Capítulo 6.

Era un espectáculo de lo más extraño. El vestíbulo ancho y espacioso de la 11 se había llenado de gente que deambulaba, se saludaba, se abrazaba, se daba sonoros besos en ambas mejillas. Gente de los dos extremos: había muchos viejitos y muchos niñitos. Nada de adolescentes, casi. Nada de adultos. Algo tenían de raro, pero Larry no lograba darse cuenta qué era. Un no sé qué, qué sé yo… La sensación que le producía era inquietante.

Una noche en la 11

Una noche en la 11

Todo parecido a un acto escolar, prácticamente, excepto por la hora. La claridad de la luna se filtraba por los vidrios del gran portón enrejado de verde y las puertas de madera del salón de actos, abiertas de par en par, parecían ocultar efectos especiales sofisticados, que no eran más que los agujeros en el techo que dejaban pasar haces de rayos de luna, bellísimos, tenues, delicados. Larry no entraba allí desde que era chiquito, porque el salón de actos había sido clausurado precisamente a causa de esos agujeros. Sabía que estaba lleno de palomas durante el día, que sus cacas habían ensuciado el piso y las butacas antiquísimas cubriéndolas de indignidad. Y lo sabía porque una vez se había metido de incógnito, junto a sus amigos el Chispazo y El Piercing, en el palco del salón, y habían estado espiando y tirándole papelitos masticados con lapiceras usadas como cervatanas a las palomas. Obviamente no le habían pegado a ninguna, pero la habían pasado bárbaro y habían zafado de la hora de Física. 

 El salón lucía absolutamente diferente ahora. Era como si la oscuridad lo hubiera remozado, como si las sombras lo favorecieran ocultando las rasgaduras de las butacas plegables originales, el piso de madera, los escalones que llevaban al escenario, el telón. Las colgaduras parecían nuevas, intactas, aterciopeladas, y daban ganas de pasar la mano suavecito sobre ellas. De las palomas, ni noticias. El piano lucía solemne y bello, a un costado. Los cuadros colgaban derechitos. Y un run run de comienzo de espectáculo, de acomodadores, de función, inundaba la escena.

_ ¿Toda esta gente está acá porque hizo algo malo?

El Michi lo miró complacido. En el interior de Larry habían comenzado a encenderse los viejos mecanismos de inquietud, de curiosidad, de razonamiento ante lo incomprensible, ante lo nuevo y lo sorprendente. El Michi había estado al lado de Larry cuando su papá le revoleó la ropa, los cuadros, los libros, los maquillajes y la felicidad a Susana. Le había susurrado “tranquilo, tranquilo, no es con vos, tranquilo, tranquilo”, abajo de la cama, en donde Larry en esas épocas cabía y se había refugiado. Había estado junto al nene de los rulos rojos y la carita cubierta de lágrimas cuando la mamá juntó del piso lo que pudo, lo metió en una bolsa de consorcio, y se fue para siempre. Habían tardado años en decirle al chico que Susana se había ido a vivir a Paraguay. Y el chico, por su parte, había tardado años en vaciar su cabeza de cualquier recuerdo, de cualquier pensamiento, de cualquier ternura o caricia o sabor o perfume a madre. Para el padre había sido más fácil. Alcohol, drogarse hasta no dar más y llenarse de amigos, amigos, amigos de cualquier edad, irse, estar en la calle, no volver nunca a la casa, no pensar en nada. Y decían que Larry no se le parecía. Para el Michi, eran dos gotas de agua.

_ No, no es así. Cuando empieces a ver, si estás preparado para hacerlo, vas a descubrir la diferencia entre unos y otros. La mayoría está aquí porque amó muchísimo en algún momento de su vida a esta escuela, porque fue su casa, porque se sintió protegido y estuvo a gusto acá. Casi todos esos viejitos que ves ahí fueron alumnos de la 11, y añoran la sensación de ser niñitos de nuevo, de pasar la manito por el pasamanos, de respirar el aire embotado del salón y la mirada dulce de las maestras.  Las viejitas de allá trabajaron de alguna cosa durante decenas de años en este edificio… limpiaron mocos, consolaron lágrimas inconsolables, enseñaron a usar plumas y lapiceras, limpiaron la escalera, barrieron, atendieron el kiosquito, plantaron los árboles que ves en el patio, pintaron una pared o algo. Y los chicos que ves, son casi todos permisos especiales. Mirá, mirá el parque, Larry, mirá bien a ver si podés ver…

Larry miró fijamente las sombras del Parque Saavedra, escudriñando con atención. Una horda de siluetas pequeñísimas se dirigía hacia la 11 desde el otro lado, donde estaba el Hospital de Niños. Había siluetas jugando en las hamacas, en los toboganes, sentadas en los bancos y en el pasto. Una sensación de serenidad desconocida invadió el pecho de Larry, que murmuró…

_ Están todos muertos.

_ No, Larry. Están de permiso especial del director. Los deja venir a esta hora, desde el Hospital de Niños, para ver la función.

_ Algunos tienen una especie de luz… rodeándolos… Una luz que no ilumina pero que es como algo lindo…

_ Hacés progresos rápido, amigo. Vení, vamos a sentarnos antes de que se llene, que ya va a empezar.Y vos sos invitado especial. Ya vas a ver.

Se sentaron en primera fila. Larry pasó entre butacas colmadas de señoras y señores de pelo blanco, todos amables y con expresión bondadosa. Los niños no actuaban como niños, estaban demasiado quietos, eran demasiado respetuosos. La mayoría tenía las manos cruzadas sobre sus piernitas y esperaban en silencio, con los ojos cerrados. Larry tuvo un escalofrío. Así, con los ojos cerrados, había esperado debajo de la cama que no fuera cierto, que papá no se hubiera enojado tanto con mamá, que no la hubiera echado de la casa (¿a dónde se iba a ir? ¿a dónde se iba a ir?). Tuvo un sobresalto. Los viejitos también tenían los ojos cerrados.

_ ¿Y de qué es la obra? Yo nunca fui al teatro…

_ Shhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.

El telón se abrió con magnificencia; los engranajes de las cortinas corrieron silenciosos y sin fallas. Se hizo mayor la oscuridad que imperaba, y Larry se olvidó de los viejitos ciegos. En el escenario se veía una escenografía de salón de clases, con los banquitos chiquitos, las mesitas pequeñas, ventanales preciosos con cortinajes blancos y un escritorio que ostentaba un florerito sencillo, rebosante de fresias. El aroma de las flores le recordó a su mamá;  un nudo en la garganta le impidió decir nada. De un costado salió Yohana Ruiz Díaz del Vivar, haciendo malabares con unas naranjas.

_ Esa chica cometió un error inmundo. Ofrecía “protección” a cambio de las moneditas de los nenes de la primaria, en la puerta del kiosquito, y había montado una especie de mafia que fue muy difícil de desbaratar en la escuela. Es tan testaruda que todavía no entiende las consecuencias de lo que hizo, el dolor que ocasionó a centenares de nenes durante su estadía en la 11. El director le encargó este trabajo hasta que se haga cargo de sus actos, pero ella no lo sabe. Lleva mucho tiempo acá. Hasta parece disfrutarlo a pesar de que sabe que los nenes no la están viendo…

A Larry no le importaba nada lo de Yohana Ruiz Díaz del Vivar. Un nene pelirrojo, pequeñísimo, enfundado en un guardapolvo planchado y almidonado con amor, estaba sentado entre muchos otros nenes, ahí, en su banquito, e intentaba tomar una lapicera por primera vez con sus manos torpes. Y Laurita, la bellísima Laurita, estaba sentada a su lado.

- ¡Mirá, Michi! Ése soy yo. Esa lapicera me la había comprado mi papá, y era de las que si las inclinabas para un lado se veía un auto rojo, y si las inclinabas para el otro, uno azul. Me acuerdo de esto. Ahora le señorita Beatriz se va a sentar al lado mío y me va a ayudar… Tenía un montonazo de paciencia esa seño, yo la quería tanto que le hice un dibujo cuando terminó el año para que pusiera en el arbolito de navidad…

La segunda escena representaba a alumnos de años más grandes, en el recreo. Estaban todos en el pasillo y el pelirrojito se había escapado de la mirada vigilante de la seño Dora, que lo cuidaba tanto, y se había escondido en el baño de los chicos de la secundaria. Larry sintió que las lágrimas se le escapaban y le apretó la mano a Michi.

- Fue horrible, es horrible. Ahora entro al baño y está Facundo Escalante fumando un porro. Y me agarra de los pelos, y del cuello, y me mete la cabeza en el mingitorio y me dice que si digo algo me va a matar…

El Michi oprimió la mano de Larry, fuerte, muy fuerte, como hacía siempre cuando su amigo sufría mucho. Larry lloraba como hacía años no había llorado, igual a ese día escondido bajo la cama de sus padres viendo volar cuadros y ropas de mujer y pensando a dónde, a dónde se va a ir.  La escena siguiente tardó un poco más en aparecer… el telón quedó corrido, respetando el dolor profundo del chico. Hasta Yohana pareció retirarse un poco hacia un costado, sin parar de revolear sus naranjas.

La escena siguiente era en el salón de 1ero. Larry quedó asombrado ante el cambio. El escenario, tan bello y de ventanas limpias y aroma de flores, ahora mostraba un salón descuartizado a escrituras, a patadas, a bancos desvencijados y pizarrones vejados por liquid paper. Ahí estaba él, como en las escenas anteriores, tallando una rajadura con una trincheta. Los ojitos bellos que había visto en los Larrys niños habían desparecido bajo un velo de indiferencia y cansancio. El guardapolvo había desaparecido y su ropa colgaba raída y sucia, descuidada, sobre su cuerpo desmesurado. Los rulos rojos eran una maraña que intentaba tapar la cara y lo lograba. Las seños no estaban. Había una profesora que iba cambiando de cara y se iba transformando en muchas profesoras anónimas que le decían que se sentara, que se callara, que prestara atención, que era un irrespetuoso, que era una porquería de persona, que era un sucio, un desagradecido, un mal amigo, que era feo, que era malo, que iba a terminar mal, que iba a terminar con un prontuario…

Larry se vio entrando en la pecera esa tarde, todo mojado y con dolor de espalda, después de destrozar el baño a patadas. Se vio sentado al fondo, vio entrar a la directora y escuchó lo que ella decía. Levantó la vista hacia la profesora y vio en su mirada la misma mirada que tenía la seño Beatriz, cuando se sentó al lado suyo para enseñarle a agarrar bien la lapicera. La lapicera que le había regalado su papá.

El telón se corrió por fin. Todos los nenes, todos los viejitos, todas las paredes de la 11, las ventanas, las cortinas, las escaleras, todos estallaron en un aplauso al unísono. “¡Larry! ¡Larry!¡Larry!” vitoreaban. El chico, asombradísimo y emocionado hasta haber perdido absolutamente la voz, miró al Michi.

_ Es tu obra. Vos la escribiste, la dirigiste y la protagonizaste. Ahora quieren que subas y digas unas palabras.

Literalmente, Larry fue subido por centenares de brazos y llevado al escenario, que Yohana abandonó respetuosamente. Jamás había hablado en público y lo que había vivido recién era demasiado emocionante como para saber si aún le quedaba voz. Sin embargo subió, y desde arriba pudo ver a los niños de ojos cerrados, a los viejos; le pareció ver a Beatriz, a Dora, a Norma, a las preceptoras, a la de Física… a él mismo siendo niño sentadito en la primera fila al lado del Michi, con los rulos peinados y brillantes, con el guardapolvo planchado por su mamá. No dijo nada. Solamente cerró los ojos él también, inspiró hondo, lo más hondo que pudo, y se llenó los pulmones de la 11. Se sintió bien por primera vez en años: estaba en su casa, la 11 era su casa,  los aplausos eran para él  a pesar de que había hecho cosas malas… porque no era que las había hecho malas… era que le habían salido mal…

_ Pero eso va a cambiar.

Larry se sobresaltó. Su voz había sonado hueca y estridente en el salón de actos vacío. Sólo el Michi lo esperaba, de pie, apoyado en una de las paredes.

_ Vamos, Larry. Fue una noche intensa y hay muchas cosas sobre las que tenés que pensar.

_ ¿Vamos a dónde?

_ En unos minutos, tu abuela va a venir a buscarte junto con la directora y la portera. Cuando tu abuela llegó a tu casa y no te vio pensó en llamar a la policía, a los hospitales, a los bomberos, a la NASA, qué sé yo qué escándalo iba a armar. Pero le susurré que llamara al Chispazo, bajito, y las abuelas y las madres siempre me escuchan. El Chispazo te vio escondido atrás de la puerta de la pecera y se hizo el que no veía nada… No te enojes con él… es un buen amigo, pero a veces confunde lo que realmente quiere decir la verdadera amistad. La cosa es que el Chispazo confesó que estabas acá encerrado y ahí vienen tu abuela, la directora y la portera a buscarte, locas de preocupación porque saben que acá no hay agua ni luz gracias a tu macana de la tarde y esperando que estés bien porque te quieren muchísimo…

_ ¿Y qué hago? ¿Qué les digo?

Larry se encontró solo en el umbral de la 11. Pudo escuchar unas últimas palabras del Michi, pero ya no pudo verlo.

_ Yo estaba cuando te pasó lo de Facundo Escalante y te pido mil disculpas por no impedir lo que te pasó en el baño, cuando eras un chiquito indefenso. El director me acaba de levantar la pena: he cumplido. De vos depende, Larry, ser el hacedor de tu propio camino… Ya no voy a estar para cuidarte… acordate… De vos va a depender ahora todo…

Una luz de linterna provenía de afuera, y el clanc clinc conocidísimo de la portera, que venía con todos los pelos parados y el maquillaje  corrido, le produjo una sensación de bienestar incomparable. “Te perdono”, murmuró. “Gracias por todo”.

_ ¡Neeeeeeeeeeeegrooooo! ¡Acá está, señora, vivito y coleando, no se preocupe!

Su abuela lloraba y lo palpaba y lo besaba y la directora lo abrazaba y la portera lo zamarreaba para ver si estaba bien.

_ Estoy bien. No se preocupen. Vamos a casa, abuela. Señora directora, mañana voy a venir a hablar con usted junto a mi padre y veremos cómo hago para pagar los daños que le hice a la escuela.

La directora Norma sonrió misteriosamente, abrazó a Larry y le dijo en el oído:”Shhh, no te preocupes. Sé que una noche en la 11 puede ser una experiencia pesada. Andá a descansar, que preocupaste a toda la gente que te quiere”. 

Larry miró a la gente que lo quería, mientras entraba en el remís que lo llevaría a su casa. Miró a su abuela, miró a la portera, miró a la directora, y por último, miró a la 11, que lo observaba majestuosa y cálida, envuelta en un manto de sombras que ya empezaban a dejar entrever tonos cálidos y rosados del amanecer. Y se sintió muy feliz, porque allí estaría su escuela, esperándolo para recibirlo mañana, y después de mañana, y después de después de mañana, y después de después.


                                                           FIN

Imagen: Adriana Lara.

 

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Una noche en la Once. Cap. 4

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Entrega N° 48

Una noche en la 11

Para leer el Capítulo 1 hacé click aquí.

Para leer el Capítulo 2 hacé click aquí. 

Para leer el Capítulo 3 hacé click aquí. 

Capítulo 4.

Roberto resultó ser muy, pero muy, pero muy simpático. Todos los pensamientos desoladores sobre la sanción, el acta, su abuela llegando a la casa vacía, la noche, la soledad, la sed y la espalda se desvanecieron en segundos gracias a la locuacidad del nuevo amigo, a su risa estridente que no hacía eco pero se desparramaba por los pasillos desiertos de la 11 como Pancha por su casa, a sus anécdotas. Porque Roberto parecía una fuente inagotable de relatos; sabía la historia de la escuela desde sus inicios, los secretos de miles de alumnos, de profesores, de maestros, de directivos. Historias picantes, escabrosas, guardadas por generaciones. Larry estaba fascinado, escuchando y escuchando.

 Una noche en la 11

Una noche en la 11

_ ¿Por qué estabas golpeando ese caño hace un rato? Me asustaste…

_ ¿El caño? Tengo que golpearlo sí o sí. Me hiciste acordar. Si paro determinado lapso de tiempo me pueden sancionar más y no estoy ni ahí…

 Larry lamentó haber preguntado. El chico se había parado como por un resorte, pálido y sombrío, y se había puesto a hacer clanc clanc otra vez con todas sus fuerzas. 

Tuvo que gritar para continuar la conversación: 

_ ¿El qué? ¿Qué sanción con el caño? Y además no me acuerdo de haber visto ese caño de día…

 Roberto contestó sin dejar de golpear. Era una historia corta y simple: Una tarde, cuando él estaba en 8vo, en la época en que existía 8vo, durante uno de los recreos había arrancado el caño de gas que estaba en la escalera. Y lindo lío. Había empezado a salir gas, obviamente, la escuela se había llenado de gritos de alarma, un olor espantoso que subía y se metía y se te metía, gente corriendo desesperada hacia el parque de enfrente,  tironeos de mangas, chicos que se caían y se golpeaban, miedo, miedo, uy, qué hice. Fue cuando tuvo el accidente de la cadera el gordito Pereyra, que quedó usando bastón de por vida. Él no había pensado que iba a salir gas. Y no era ningún tonto, tenía un 8 en Matemáticas y en Inglés estaba casi aprobado ese año. Pero bueno, hubo que evacuar la escuela y había intoxicados que fueron llevados al Hospital de Niños. Él también estuvo ahí unos días. Pero no se pudo hacer nada. Así que ahora le tocaba golpear el caño todo el tiempo hasta que el director avisara. 

 _ Es directora. Se llama Norma.

 _ No, ya sé, no ésa. El de verdad, el director. 

 Larry estaba en una edad en la que las preguntas estaban de más. Roberto usaba algunas palabras que no entendía, pero lo de romper un caño no le parecía nada escandaloso a un adolescente que esa misma tarde había arrancado un lavatorio de cuajo y roto una puerta a las patadas. 

 _ ¿Y por qué nunca vi el caño?

 Roberto sonrió misteriosamente.

 _ Aunque no lo veamos, el caño está. Tonto, lo embutieron en la pared después de que me mandé ese mocazo. Era un peligro.

 _ ¿Y no podés parar de hacer eso, que me estás haciendo gritar, me estás dejando sordo y me estoy aburriendo?

 Roberto meditó unos instantes. 

_ Bueno, pero por vos nada más. Te voy a presentar al Michi. Te va a hacer un tour, seguramente, porque le encantan los de tu 2do. Él fue el que te salvó el año pasado cuando se cayó el ventilador de techo derechito sobre tu cabeza…

 Larry lo miró asombrado. El año anterior, durante la hora de Geografía, el ventilador de techo se había desprendido y había caído sobre su mesa haciendo tal ruido que los profesores de los otros salones habían corrido para ver qué pasaba. La de Geografía había tenido una crisis nerviosa; hubo que llamar la ambulancia y eso había estado muy bueno, ver a la vieja toda blanca y con las medibachas al aire, pataleando en el suelo. Acordarse de eso y tentarse de risa fue una sola cosa. Estuvo ahí riéndose hasta que le dolió la cara.

 _ No puedo más, Roberto, pará de hacerme reír. No me salvó ningún Michi ese día, si el ventilador me pasó raspando, pero no me hice nada…

 Larry se detuvo en la mitad de la frase. Ya no tuvo ganas de reírse. Los clanc clanc habían cesado mientras él carcajeaba como un desenfrenado, al igual que Roberto y el caño. Pasó la mano por el borde de la escalera, de los dos lados. Nada, no había ni señales de agujero, de revoque, de caño, de Roberto. En eso estaba, meditabundo, cuando oyó un chistido que venía desde adentro de la pecera. Pero antes de que pudiera ni siquiera asustarse, apareció en la puerta (tijera en mano en lugar de picaporte, naturalmente), un chico altísimo, flaquísimo y blanquísimo que dijo sonriendo: “Hola, soy Michi, vos debés ser el amigo nuevo de Roberto. Él se tuvo que ir porque lo llamó el director, pero vení, dale, que yo soy buena compañía también. ¿Damos una vuelta por la escuela?”. 

 _ Y sí, dale, vamos…, murmuró Larry, mientras pensó: “no me queda otra”.

 

Continuará…

 Una noche en la 11 es un relato contado en 6 capítulos. Leé la próxima parte el viernes, cuando actualice #ProyectoPibeLector

 

Imagen: Adriana Lara.

 

 

 

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¿Tu primer amor?

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El siguiente relato pertenece al Libro de las Respuestas Imaginadas.

Leé atentamente. Luego, imaginá cuál sería tu respuesta. Usá  #ProyectoPibeLector y compartí lo que se te ocurrió con fotos, videos, canciones, cuentos y todo lo que quieras. 

46. ¿Tu primer amor?

Fue durante una tarde de sábado y verano, en la casa de mi abuela. A la hora la siesta, por más que hice caso y clavé los ojos en las cortinas de la ventana, incandescentes en su afán de ocultar el sol, el sueño no llegó nunca. El único que vino fue el aburrimiento. Había una puerta ruidosa que daba a un baño compartido por las otras piezas: no me quedó más remedio que romper un poco más el mosquitero de alambre y escapar por la ventana.

Bouguereau "Love on the look out"

Bouguereau “Love on the look out”

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Solita por la calle

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45. Solita por la calle

 

La nena es la mimada de la casa. Primera nieta, primera hija. La alegría del hogar.

La familia gira en torno a sus horarios, sus actividades, sus deseos, sus gustos. Como una flor delicada, ella crece saludable y sana, inocente y a salvo.

A los doce años, la nena quiere ir a pileta libre. Argumenta larga y consistentemente. Dice que ya está grande para jugar en la colonia, que se aburre. A su mejor amiga la van a dejar ir.

Piranesi. Carceri XIV

Piranesi. Carceri XIV

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Amores de verano

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44. Amores de verano

La conversación declinaba. Rendidos ante la serenidad de la playa a esa hora, se limitaron a caminar mirando cómo sus pies provocaban pequeñas catástrofes de espuma en la arena mojada. Ella le parecía bonita, un poco patética en su afán de gustarle. Fruncía las cejas graciosamente cuando su maquinita emitía sonidos de delfín, vencedora estoica del impulso de sacarla de su bolsillo. Había algo metódico, prolijo, aplicado, en cada una de sus estrategias de conquista. Lo había mirado con intensidad hasta hacer surgir una semilla de relación futura. Con el transcurrir de las horas había bailado y sonreído; terminaba la noche y el proyecto de planta bullía dentro de una coqueta maceta colmada de barro fértil, atesorado cuidadosamente, sin duda alguna.

El hombre sintió sueño. Dentro de su cabeza, parte de su cerebro se apagaba. Imaginó su cama, su almohada. Recordó a su hijita.

Magritte: "El hijo del hombre"

Magritte: “El hijo del hombre”

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Con olor a mandarinas

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42. Con olor a mandarinas

Los pasillos del barrio son su privilegio: nadie osa entrar por ahí. Ni la gente “de afuera”… ni los médicos, remiseros, taxistas, deliverys, policías, bomberos. Los miran desde lejos, desde arriba de los puentes, desde el confortable asiento de sus autos. Están protegidos por lo intrincado y por el miedo.

van Gogh: "Naturaleza muerta"

van Gogh: “Naturaleza muerta”

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Sin vuelta atrás

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39. Sin vuelta atrás

4:00 a.m.

Se realizó un allanamiento en el Barrio. Hubo un tiroteo que dejó como resultado cuatro heridos y dos muertos. Un argentino de sesenta años y tres jóvenes extranjeros quedaron detenidos. Serán acusados por poseer armas de guerra y dedicarse al narcotráfico. Ninguno saldrá del penal hasta muchos años después de esta madrugada.

 

Dalí: "Los relojes blandos"

Dalí: “Los relojes blandos”

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Trabajo Práctico

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34. Trabajo práctico

Con cariño, para los últimos egresados de la 22

1. Escribir un relato fantástico en primera persona. Mínimo de extensión: 1 carilla

Estimada profesora:

Ahora que usted salió con eso de que se piensa quedar en la escuela, no nos quedó otra que contarle la verdad. Lo decidimos entre todas, reunidas en asamblea, así que si viene alguna con que nada que ver, ni ahí o que es un invento, no le dé cabida porque siempre va a haber una renegada y va a ser para confusiones. Quien avisa no traiciona, ¿se acuerda? Me encantó el refrán cuando nos lo enseñó.

Miró: "Vuelo de pájaros"

Miró: “Vuelo de pájaros”

Se habrá dado cuenta desde principio de año, porque sabemos que tonta no es aunque parezca a veces que se hace la tolola, que a veces no estamos. Puede ser cualquiera de nosotras, cinco minutos, diez, a veces más. El récord lo tuvo Sancholuz, que se fue como veinte minutos cuando le habló el moho de la pared de durlock, pero fue una excepción. En general es poquito tiempo y eso no molesta a nadie.

Me explico mejor: todas en la escuela sabemos qué hacer cuando pasa. Llevamos acá adentro muchos años y estamos curadas de espanto, por decirlo de alguna manera. Para nosotras es normal y vamos a comprender que le lleve un tiempo entenderlo, que no quiera participar con nuestro método y se quiera ir. Sería una pena, porque es tan simpática. Debe saber que nos llevó años perfeccionar la cosa y que cualquier sugerencia que se le ocurra para cambiar algo, por más ínfima que le parezca, ya se nos ocurrió y salió mal. Le aseguro que lo hacemos de la única manera, así como no encontramos otra que contárselo mediante esta carta, en este momento.

Lo que sucede es que hay en la escuela un yo que te narra. Te cuenta una historia, ordenada cronológicamente, para escuchar. El autor no quiere que la escribamos: nos dimos cuenta enseguida cuando algunas empezamos a armar una especie de diario o crónica y se armó una que para qué le voy a contar. Lo que hay que hacer es sentarse tranquilamente sobre lo que haya a mano, quedarse quieta y concentrarse en la voz, porque no es fácil, a veces por el volumen y otras por  culpa del canal elegido, que obedece a una lógica que desistimos comprender. Es así, qué le vamos a hacer.

Ya sé, ya sé, esta parte se volvió confusa. Vamos despacio. Una puede ir caminando por el pasillo y ahí empieza, saliendo de la rejilla de ventilación. ¿Nunca nos vio sentadas, sin hacer nada, en lugares insólitos? A mí este año me tocó con un pájaro: se posó en el mástil del patio y tuve que soportar la historia bajo el solazo del mediodía, ¿se acuerda, profesora, que me retó cuando me vio? Qué más podía hacer, con el bicharraco mirándome fijo y el cuento que se hacía largo. Ni le digo si empieza  del inodoro, o sale del cañito que sostiene la cortina de la ventana de la cocina, con el olor a guiso que hay ahí y en el otro lado. No queda otra: si empieza hay que sentarse y escuchar.

Usted se preguntará quién, qué, cómo puede ser posible. No se preocupe: si se queda con nosotras (como ya dijo ayer, delante de todo el mundo), va a tener que ser oyente también. La voz nunca es la misma, ni siquiera es una voz (¿qué voz podría tener un moho parlante, no es cierto?), pero te cuenta. A veces la historia está linda, es entretenida y te da fiaca cuando termina y tenés que volver. A veces da miedo, a veces es subidita de tono y volvés toda colorada de vergüenza. Hicimos la prueba de contarnos, para saber si era una sola historia congruente, coherente y verdadera. Se imaginará que se enojó: no hubo caso, pero bastó ese momento de indiscreción para que supiéramos que no concordaba, o, por lo menos, que si se suponía que iba todo junto era un producto experimental y vanguardista. Lo seguro es que respeta un orden cronológico: en estos momentos está en la etapa de la salida de la adolescencia del personaje protagonista.

Usted es joven: mire si se queda y tiene la suerte de llegar a la parte de la vejez. Pensar que ya no voy a estar me hace un nudo en la garganta, qué raros son los sentimientos cuando son encontrados, ¿vio?

Me voy despidiendo: ahora ya sabe el porqué de las chicas sentadas por ahí en horas incorrectas, ahora puede entender las miraditas, los rumores, los guiños. No puede decir que no le avisamos: cuando el relato comience, sólo tiene que quedarse quieta, sentarse y escuchar con atención. Después de leer esto será una decisión tomada con conciencia, ¿no es cierto? Eso es lo que decían las chicas ayer, que usted tenía que saber para poder elegir bien y que no hubiera reproches si salía algo mal con el relato y había represalias por parte del autor.

El trabajo práctico terminaba allí: 1 carilla exacta. Podría haberle dado más forma al final, hacerlo más interesante con la explicación de las consecuencias de la violación de las reglas, pensó mientras buscaba la lapicera. Obedecía la consigna, estaba bastante bien para una alumna del último año. “Experimental y vanguardista”, “el autor”… la chica prometía. Escribió al pie, con su apretada caligrafía manuscrita: ”¡Excelente relato! ¡Te felicito, continúa siendo aplicada y perseverante y llegarás a ser una extraordinaria escritora!”. Releyó sus palabras y recordó el par de aros de plástico que guardaba sin saber para qué; levantó la vista buscando el nombre de la alumna para personalizar el elogio y amortiguar el mal efecto. No había. Recordó que Sancholuz había desaparecido efectivamente unos veinte minutos de una de sus clases, hacia el mes de junio. Recordó haber sido observada por un pájaro durante un mediodía enceguecedor y pensó que la letra del trabajo práctico era admirablemente similar a la suya. Hasta parecía que el texto y la devolución que acababa de escribir al pie de la página habían sido garabateados con la misma lapicera… Observó detenidamente la inclinación de las “l”, los palitos sobre las “t”. No había dudas. Qué miedo. Mocosas insolentes, extrañas. Bromas de mal gusto, a ella. Tolola. Sintió que se le ponía la piel de gallina, guardó los trabajos prácticos en un folio y se prometió terminar de corregir por la mañana. Cinco minutos, diez, veinte, en la hora de Literatura, qué se pensaban. No tuvo más remedio que tomar una pastilla celeste y una rosa: el corazón se le salía por la garganta. Se durmió finalmente mientras unas ganas repentinas de no volver a pisar una escuela en su vida la invadían malsanamente, como era usual que le pasara a esa altura del año. Atrevidas, las mocosas. Ya iban a ver. Tuvo pesadillas.

 

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