Consejos peligrosos para víctimas de bullying

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49. Consejos peligrosos para víctimas de bullying

 

El chico sale de la escuela e inmediatamente cambia su lenguaje corporal: en la calle, bañado por los rayos del sol del mediodía, ha dejado de ser alumno. Camina pensativo, tranquilo. Al llegar a su casa, golpea con firmeza la puerta de la habitación de su hermano mayor. 

_ ¿Qué?

_ Soy yo. Tengo un problema.

"El grito" Munch

“El grito” Munch

No es habitual que el chico hable con su hermano acerca de alguna cosa. Ni siquiera es común que hable con alguien. El mayor, sorprendido, hace girar la llave en la cerradura y lo deja pasar. La música es ensordecedora, pero el anfitrión no da signos de desear bajar el volumen ni de apagarla.

_ ¿Qué pasa?

_ Me están molestando mucho en la escuela.

_ ¿Quién? ¿Qué te hace? Seguro que te lo merecés, si siempre fuiste un mocoso insoportable y malcriado. Mirá la facha que tenés, la ropa que usás, mirate la cara. 

No es uno solo. Me tiran cosas, me revisan la mochila, me cargan. Me molestan. Ya no lo soporto más y no sé qué hacer.

_ ¿Le dijiste a mami? Pedazo de maricón, nenito de mamá, claro que le dijiste, para qué me gasto. 

Sí. Dos veces. Me estuvo acompañando y yendo a buscar, pero no puede ir todos los días y ya estoy grande para andar molestándola así. Me siento cada vez peor. No sé qué hacer.

_ Bueno, esto es lo que tenés que hacer: los agarrás bien a trompadas. Los machos se hacen a los golpes. Y si seguís dando vueltas y acompañado por tu mamita, va a ser peor. Nadie respeta a un nenito de mamá. Dejá que se arme bien y listo, aunque te ligues algunas piñas. No pretenderás que vaya yo a pegarle a unos nenes que deben tener tu edad…

_ No. Gracias.

El chico sale de la casa y se dirige hacia la de su padrino, que vive a unas cuadras. Toca el timbre y le contestan por el portero eléctrico.

- ¿Quién?

_ Soy yo.

_ Estoy ocupado ahora, ¿qué querés?

_ Tengo un problema en la escuela.

Silencio.

_ ¿Estás ahí?

_ Sí, pero estoy ocupado. ¿Qué dijiste que te pasa?

_ Tengo un problema en la escuela. Hay unos pibes que me molestan y no aguanto más.

Siempre pensé que eras un naboY bueno, querido, eso le pasa a todo el mundo, es más viejo que la humanidad. Cuando iba yo a la escuela, molestábamos a algunos (a los giles, a los cuatro ojos, a los mariquitas, a los gordos, a los negros, a los villeros, a los chetosy nadie murió por eso. Si nos habremos divertido con tu viejo. Agarrate a trompadas, dales una buena paliza y vas a ver cómo te dejan de joder.

_ Gracias.

El chico se queda en silencio, mirando el portero eléctrico. Unos minutos después, vuelve a su casa. Mientras está comiendo, llega su mamá. 

_ ¿Cómo te fue hoy? ¿Hablaste con la preceptora? Es todo culpa mía, por sobreprotegerlo. 

_ Hablé ya con todos. Me dicen que lo van a resolver dialogando, que van a hacer esto y lo otro, pero no hacen nada. Además, me mienten.

_ ¿Por qué te mienten? Claro que te mienten. Algo debés estar haciendo vos para que te molesten, pobre hijo mío. Te malcrié, te di todos los gustos. 

_ Porque me dicen una cosa y se les nota que están pensando lo contrario. El padrino me dijo que les pegue. Ya no doy más. Lo voy a hacer.

_ No, hijo. Dejá que los adultos lo arreglen. Mañana voy a ir a hablar de nuevo. Ahí voy a estar, en la puerta. Te amo tanto, pobre hijo mío. Qué no daría por vos. 

 

Es un mediodía soleado el que aguarda que los alumnos se conviertan en chicos, detrás de las rejas del viejo edificio. A pesar de que encandila la luz, se puede ver que un muchachito se destaca en el grupo. Tiene los puños cerrados, la cara desfigurada por la impotencia, o por el odio. La pelea comienza inmediatamente, sobre la vereda. Se hace una rueda de gente que grita, filma, saca fotos y patea. Una mujer que aguardaba pacientemente bajo un árbol se transfigura. En su brutal metamorfosis, desgarra su cartera y empuña un arma. 

El primer disparo hiere mortalmente a otra mujer, de aspecto insignificante, que con una fuerza sobrehumana intentaba rescatar a su hijo de una lluvia de patadas y golpes. 

El segundo y último disparo hiere al hijo de esa misma mujer, en el pecho.

Horas más tarde, la mujer devenida en asesina declaró en la comisaría lo siguiente: 

_ No sé porqué lo hice (No sé porqué lo hice). Todos sabíamos que iba a haber piñas en la puerta porque circulaba desde temprano el rumor. Fui a proteger a mis hijos.  A la señora le di sin querer (pobre mujer, ni siquiera la vi y dio la vida por su hijo). Al pibe le tiré por pura lástima, porque me miró como suplicándome que lo matara, empapado con la sangre de su madre muerta. (Al pibe, le tiré por lástima. Él quiso morir, me lo suplicó con los ojos). 

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Las imágenes reproducidas en este blog pertenecen a autores diversos. Respetamos los derechos de autor de cada uno de ellos, nuestra finalidad al utilizarlas es educativa y cultural.

Una noche en la Once. Capítulo final.

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Entrega N° 48

Una noche en la 11

Para leer los capítulos anteriores, hacé click aquí: Capítulo 1, Capítulo 2, Capítulo 3, Capítulo 4, Capítulo 5. El Capítulo 6 es el FINAL.

Capítulo 6.

Era un espectáculo de lo más extraño. El vestíbulo ancho y espacioso de la 11 se había llenado de gente que deambulaba, se saludaba, se abrazaba, se daba sonoros besos en ambas mejillas. Gente de los dos extremos: había muchos viejitos y muchos niñitos. Nada de adolescentes, casi. Nada de adultos. Algo tenían de raro, pero Larry no lograba darse cuenta qué era. Un no sé qué, qué sé yo… La sensación que le producía era inquietante.

Una noche en la 11

Una noche en la 11

Todo parecido a un acto escolar, prácticamente, excepto por la hora. La claridad de la luna se filtraba por los vidrios del gran portón enrejado de verde y las puertas de madera del salón de actos, abiertas de par en par, parecían ocultar efectos especiales sofisticados, que no eran más que los agujeros en el techo que dejaban pasar haces de rayos de luna, bellísimos, tenues, delicados. Larry no entraba allí desde que era chiquito, porque el salón de actos había sido clausurado precisamente a causa de esos agujeros. Sabía que estaba lleno de palomas durante el día, que sus cacas habían ensuciado el piso y las butacas antiquísimas cubriéndolas de indignidad. Y lo sabía porque una vez se había metido de incógnito, junto a sus amigos el Chispazo y El Piercing, en el palco del salón, y habían estado espiando y tirándole papelitos masticados con lapiceras usadas como cervatanas a las palomas. Obviamente no le habían pegado a ninguna, pero la habían pasado bárbaro y habían zafado de la hora de Física. 

 El salón lucía absolutamente diferente ahora. Era como si la oscuridad lo hubiera remozado, como si las sombras lo favorecieran ocultando las rasgaduras de las butacas plegables originales, el piso de madera, los escalones que llevaban al escenario, el telón. Las colgaduras parecían nuevas, intactas, aterciopeladas, y daban ganas de pasar la mano suavecito sobre ellas. De las palomas, ni noticias. El piano lucía solemne y bello, a un costado. Los cuadros colgaban derechitos. Y un run run de comienzo de espectáculo, de acomodadores, de función, inundaba la escena.

_ ¿Toda esta gente está acá porque hizo algo malo?

El Michi lo miró complacido. En el interior de Larry habían comenzado a encenderse los viejos mecanismos de inquietud, de curiosidad, de razonamiento ante lo incomprensible, ante lo nuevo y lo sorprendente. El Michi había estado al lado de Larry cuando su papá le revoleó la ropa, los cuadros, los libros, los maquillajes y la felicidad a Susana. Le había susurrado “tranquilo, tranquilo, no es con vos, tranquilo, tranquilo”, abajo de la cama, en donde Larry en esas épocas cabía y se había refugiado. Había estado junto al nene de los rulos rojos y la carita cubierta de lágrimas cuando la mamá juntó del piso lo que pudo, lo metió en una bolsa de consorcio, y se fue para siempre. Habían tardado años en decirle al chico que Susana se había ido a vivir a Paraguay. Y el chico, por su parte, había tardado años en vaciar su cabeza de cualquier recuerdo, de cualquier pensamiento, de cualquier ternura o caricia o sabor o perfume a madre. Para el padre había sido más fácil. Alcohol, drogarse hasta no dar más y llenarse de amigos, amigos, amigos de cualquier edad, irse, estar en la calle, no volver nunca a la casa, no pensar en nada. Y decían que Larry no se le parecía. Para el Michi, eran dos gotas de agua.

_ No, no es así. Cuando empieces a ver, si estás preparado para hacerlo, vas a descubrir la diferencia entre unos y otros. La mayoría está aquí porque amó muchísimo en algún momento de su vida a esta escuela, porque fue su casa, porque se sintió protegido y estuvo a gusto acá. Casi todos esos viejitos que ves ahí fueron alumnos de la 11, y añoran la sensación de ser niñitos de nuevo, de pasar la manito por el pasamanos, de respirar el aire embotado del salón y la mirada dulce de las maestras.  Las viejitas de allá trabajaron de alguna cosa durante decenas de años en este edificio… limpiaron mocos, consolaron lágrimas inconsolables, enseñaron a usar plumas y lapiceras, limpiaron la escalera, barrieron, atendieron el kiosquito, plantaron los árboles que ves en el patio, pintaron una pared o algo. Y los chicos que ves, son casi todos permisos especiales. Mirá, mirá el parque, Larry, mirá bien a ver si podés ver…

Larry miró fijamente las sombras del Parque Saavedra, escudriñando con atención. Una horda de siluetas pequeñísimas se dirigía hacia la 11 desde el otro lado, donde estaba el Hospital de Niños. Había siluetas jugando en las hamacas, en los toboganes, sentadas en los bancos y en el pasto. Una sensación de serenidad desconocida invadió el pecho de Larry, que murmuró…

_ Están todos muertos.

_ No, Larry. Están de permiso especial del director. Los deja venir a esta hora, desde el Hospital de Niños, para ver la función.

_ Algunos tienen una especie de luz… rodeándolos… Una luz que no ilumina pero que es como algo lindo…

_ Hacés progresos rápido, amigo. Vení, vamos a sentarnos antes de que se llene, que ya va a empezar.Y vos sos invitado especial. Ya vas a ver.

Se sentaron en primera fila. Larry pasó entre butacas colmadas de señoras y señores de pelo blanco, todos amables y con expresión bondadosa. Los niños no actuaban como niños, estaban demasiado quietos, eran demasiado respetuosos. La mayoría tenía las manos cruzadas sobre sus piernitas y esperaban en silencio, con los ojos cerrados. Larry tuvo un escalofrío. Así, con los ojos cerrados, había esperado debajo de la cama que no fuera cierto, que papá no se hubiera enojado tanto con mamá, que no la hubiera echado de la casa (¿a dónde se iba a ir? ¿a dónde se iba a ir?). Tuvo un sobresalto. Los viejitos también tenían los ojos cerrados.

_ ¿Y de qué es la obra? Yo nunca fui al teatro…

_ Shhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.

El telón se abrió con magnificencia; los engranajes de las cortinas corrieron silenciosos y sin fallas. Se hizo mayor la oscuridad que imperaba, y Larry se olvidó de los viejitos ciegos. En el escenario se veía una escenografía de salón de clases, con los banquitos chiquitos, las mesitas pequeñas, ventanales preciosos con cortinajes blancos y un escritorio que ostentaba un florerito sencillo, rebosante de fresias. El aroma de las flores le recordó a su mamá;  un nudo en la garganta le impidió decir nada. De un costado salió Yohana Ruiz Díaz del Vivar, haciendo malabares con unas naranjas.

_ Esa chica cometió un error inmundo. Ofrecía “protección” a cambio de las moneditas de los nenes de la primaria, en la puerta del kiosquito, y había montado una especie de mafia que fue muy difícil de desbaratar en la escuela. Es tan testaruda que todavía no entiende las consecuencias de lo que hizo, el dolor que ocasionó a centenares de nenes durante su estadía en la 11. El director le encargó este trabajo hasta que se haga cargo de sus actos, pero ella no lo sabe. Lleva mucho tiempo acá. Hasta parece disfrutarlo a pesar de que sabe que los nenes no la están viendo…

A Larry no le importaba nada lo de Yohana Ruiz Díaz del Vivar. Un nene pelirrojo, pequeñísimo, enfundado en un guardapolvo planchado y almidonado con amor, estaba sentado entre muchos otros nenes, ahí, en su banquito, e intentaba tomar una lapicera por primera vez con sus manos torpes. Y Laurita, la bellísima Laurita, estaba sentada a su lado.

- ¡Mirá, Michi! Ése soy yo. Esa lapicera me la había comprado mi papá, y era de las que si las inclinabas para un lado se veía un auto rojo, y si las inclinabas para el otro, uno azul. Me acuerdo de esto. Ahora le señorita Beatriz se va a sentar al lado mío y me va a ayudar… Tenía un montonazo de paciencia esa seño, yo la quería tanto que le hice un dibujo cuando terminó el año para que pusiera en el arbolito de navidad…

La segunda escena representaba a alumnos de años más grandes, en el recreo. Estaban todos en el pasillo y el pelirrojito se había escapado de la mirada vigilante de la seño Dora, que lo cuidaba tanto, y se había escondido en el baño de los chicos de la secundaria. Larry sintió que las lágrimas se le escapaban y le apretó la mano a Michi.

- Fue horrible, es horrible. Ahora entro al baño y está Facundo Escalante fumando un porro. Y me agarra de los pelos, y del cuello, y me mete la cabeza en el mingitorio y me dice que si digo algo me va a matar…

El Michi oprimió la mano de Larry, fuerte, muy fuerte, como hacía siempre cuando su amigo sufría mucho. Larry lloraba como hacía años no había llorado, igual a ese día escondido bajo la cama de sus padres viendo volar cuadros y ropas de mujer y pensando a dónde, a dónde se va a ir.  La escena siguiente tardó un poco más en aparecer… el telón quedó corrido, respetando el dolor profundo del chico. Hasta Yohana pareció retirarse un poco hacia un costado, sin parar de revolear sus naranjas.

La escena siguiente era en el salón de 1ero. Larry quedó asombrado ante el cambio. El escenario, tan bello y de ventanas limpias y aroma de flores, ahora mostraba un salón descuartizado a escrituras, a patadas, a bancos desvencijados y pizarrones vejados por liquid paper. Ahí estaba él, como en las escenas anteriores, tallando una rajadura con una trincheta. Los ojitos bellos que había visto en los Larrys niños habían desparecido bajo un velo de indiferencia y cansancio. El guardapolvo había desaparecido y su ropa colgaba raída y sucia, descuidada, sobre su cuerpo desmesurado. Los rulos rojos eran una maraña que intentaba tapar la cara y lo lograba. Las seños no estaban. Había una profesora que iba cambiando de cara y se iba transformando en muchas profesoras anónimas que le decían que se sentara, que se callara, que prestara atención, que era un irrespetuoso, que era una porquería de persona, que era un sucio, un desagradecido, un mal amigo, que era feo, que era malo, que iba a terminar mal, que iba a terminar con un prontuario…

Larry se vio entrando en la pecera esa tarde, todo mojado y con dolor de espalda, después de destrozar el baño a patadas. Se vio sentado al fondo, vio entrar a la directora y escuchó lo que ella decía. Levantó la vista hacia la profesora y vio en su mirada la misma mirada que tenía la seño Beatriz, cuando se sentó al lado suyo para enseñarle a agarrar bien la lapicera. La lapicera que le había regalado su papá.

El telón se corrió por fin. Todos los nenes, todos los viejitos, todas las paredes de la 11, las ventanas, las cortinas, las escaleras, todos estallaron en un aplauso al unísono. “¡Larry! ¡Larry!¡Larry!” vitoreaban. El chico, asombradísimo y emocionado hasta haber perdido absolutamente la voz, miró al Michi.

_ Es tu obra. Vos la escribiste, la dirigiste y la protagonizaste. Ahora quieren que subas y digas unas palabras.

Literalmente, Larry fue subido por centenares de brazos y llevado al escenario, que Yohana abandonó respetuosamente. Jamás había hablado en público y lo que había vivido recién era demasiado emocionante como para saber si aún le quedaba voz. Sin embargo subió, y desde arriba pudo ver a los niños de ojos cerrados, a los viejos; le pareció ver a Beatriz, a Dora, a Norma, a las preceptoras, a la de Física… a él mismo siendo niño sentadito en la primera fila al lado del Michi, con los rulos peinados y brillantes, con el guardapolvo planchado por su mamá. No dijo nada. Solamente cerró los ojos él también, inspiró hondo, lo más hondo que pudo, y se llenó los pulmones de la 11. Se sintió bien por primera vez en años: estaba en su casa, la 11 era su casa,  los aplausos eran para él  a pesar de que había hecho cosas malas… porque no era que las había hecho malas… era que le habían salido mal…

_ Pero eso va a cambiar.

Larry se sobresaltó. Su voz había sonado hueca y estridente en el salón de actos vacío. Sólo el Michi lo esperaba, de pie, apoyado en una de las paredes.

_ Vamos, Larry. Fue una noche intensa y hay muchas cosas sobre las que tenés que pensar.

_ ¿Vamos a dónde?

_ En unos minutos, tu abuela va a venir a buscarte junto con la directora y la portera. Cuando tu abuela llegó a tu casa y no te vio pensó en llamar a la policía, a los hospitales, a los bomberos, a la NASA, qué sé yo qué escándalo iba a armar. Pero le susurré que llamara al Chispazo, bajito, y las abuelas y las madres siempre me escuchan. El Chispazo te vio escondido atrás de la puerta de la pecera y se hizo el que no veía nada… No te enojes con él… es un buen amigo, pero a veces confunde lo que realmente quiere decir la verdadera amistad. La cosa es que el Chispazo confesó que estabas acá encerrado y ahí vienen tu abuela, la directora y la portera a buscarte, locas de preocupación porque saben que acá no hay agua ni luz gracias a tu macana de la tarde y esperando que estés bien porque te quieren muchísimo…

_ ¿Y qué hago? ¿Qué les digo?

Larry se encontró solo en el umbral de la 11. Pudo escuchar unas últimas palabras del Michi, pero ya no pudo verlo.

_ Yo estaba cuando te pasó lo de Facundo Escalante y te pido mil disculpas por no impedir lo que te pasó en el baño, cuando eras un chiquito indefenso. El director me acaba de levantar la pena: he cumplido. De vos depende, Larry, ser el hacedor de tu propio camino… Ya no voy a estar para cuidarte… acordate… De vos va a depender ahora todo…

Una luz de linterna provenía de afuera, y el clanc clinc conocidísimo de la portera, que venía con todos los pelos parados y el maquillaje  corrido, le produjo una sensación de bienestar incomparable. “Te perdono”, murmuró. “Gracias por todo”.

_ ¡Neeeeeeeeeeeegrooooo! ¡Acá está, señora, vivito y coleando, no se preocupe!

Su abuela lloraba y lo palpaba y lo besaba y la directora lo abrazaba y la portera lo zamarreaba para ver si estaba bien.

_ Estoy bien. No se preocupen. Vamos a casa, abuela. Señora directora, mañana voy a venir a hablar con usted junto a mi padre y veremos cómo hago para pagar los daños que le hice a la escuela.

La directora Norma sonrió misteriosamente, abrazó a Larry y le dijo en el oído:”Shhh, no te preocupes. Sé que una noche en la 11 puede ser una experiencia pesada. Andá a descansar, que preocupaste a toda la gente que te quiere”. 

Larry miró a la gente que lo quería, mientras entraba en el remís que lo llevaría a su casa. Miró a su abuela, miró a la portera, miró a la directora, y por último, miró a la 11, que lo observaba majestuosa y cálida, envuelta en un manto de sombras que ya empezaban a dejar entrever tonos cálidos y rosados del amanecer. Y se sintió muy feliz, porque allí estaría su escuela, esperándolo para recibirlo mañana, y después de mañana, y después de después de mañana, y después de después.


                                                           FIN

Imagen: Adriana Lara.

 

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Qué hacer en caso de Calificaciones

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33. Qué hacer en caso de calificaciones

Efraín es la persona que lleva más tiempo en la Isla del Alumno Autodidacta y la que mejor conoce su funcionamiento. Por esa razón es a quien se debe recurrir en caso de dudas de cualquier especie.

Un tema especialmente peliagudo en la Isla es el de las calificaciones. “Para los docentes”, piensa Efraín, “porque son unos ineptos”. El Auxiliar siente una especial mezcla de repugnancia y desprecio por los profesores del Universo, que se guarda bien de mostrar. Efraín sabe guardar secretos, disimular emociones, manipular hechos. Se considera a sí mismo como un estratega invencible, un soberano en su reino. Finge una pizca de servilidad, escudado tras sus lentes enormes, y contesta solícito cuando se lo requiere.

Efraín es el Auxiliar, con mayúsculas.

Dalí: "Dalí a los seis años"

Dalí: “Dalí a los seis años”

Existe una página especial en el campus virtual de la Isla que contiene las calificaciones personalizadas de los alumnos, y los docentes se desviven por mantenerla actualizada entregando sus planillas en tiempo y forma. No saben (nadie sabe) que jamás tuvo visitante alguno. Ni un cibernauta perdido, mísero. Tampoco saben que esa información es guardada y paladeada placenteramente por el administrador de los datos y recepcionador de planillas: nada más y nada menos, que Efraín.

En diciembre los docentes se agolpan, desesperados, frente a su pequeña oficina-depósito de escobillones y plumeros.

_ Efraín, dígame: ¿Un alumno que tuvo un aplazo en el primer trimestre, se lleva a diciembre la materia?

_ De ninguna manera. Puede tener un 1, otro 1 en el segundo trimestre y un 2 en el tercero y la nota final puede ser 7. Igualmente resultaría sospechoso un profesor que califique con aplazos; usted debería revisar su desempeño y andar con cuidado si quiere continuar aquí.

En voz baja, los alumnos cuentan que cuando era joven, Efraín se metió en una clase de Educación Física con una chancleta en la mano y le dejó el culo bordó a unos pibes que andaban molestando a uno de sus sobrinos, que estaba becado en la Isla. Murmuran: el profesor que estaba a cargo quiso parar los chancletazos justicieros y se ligó uno en la cara que lo dejó tuerto de por vida.

Anécdotas como ésa rodean al Auxiliar como un halo y lo hacen parecer más alto, espigado.

_ Efraín: ¿Los números  van promediados con centésimos en la nota final?

_ De ninguna manera. El educando puede tener un 4, un 3 y un 6 y tener un 7 como nota final. Queda a criterio del profesor, que, por supuesto, favorecerá al educando. No vaya a ser que no podamos festejar tranquilos las fiestas en la Isla por culpa de alguno de ustedes…

Durante el tercer año de su gestión, el director De Álzaga se enfermó. Gozó de una licencia extensa, y Efraín aprovechó con fuición su ausencia. La Isla se volvió su territorio por completo, fue invadiendo oficinas y salones y se desparramó, repatingó y dormitó en cada rincón. De Álzaga regresó, renovado, y no se dio cuenta de los cambios. La Isla había funcionado perfectamente durante su ausencia: Efraín se había encargado del papeleo, de la actividad virtual, de las preguntas frecuentes de los docentes. En su ceguera y nadando en su propio ego, De Álzaga se acomodó ante su escritorio y cerró la puerta, dejando a Efraín solitario, amo y señor de su pequeño imperio.

_ Efraín: ¿Cómo califico a un alumno que vino una sola vez a mis clases-guía de “Administración de la Economía Hogareña”?

_ Con una sola vez, alcanza y sobra. ¿Qué hizo el chico ese día?

_ Nada. Le pregunté cómo se llamaba y me contestó.

_ Bueno. Si dijo su nombre en forma vacilante y usando tono bajo, merece un 7. Si alzó la voz y la miró a los ojos, póngale un 10.

“Universitarios”, piensa Efraín mientras contesta con sorna. “Son los peores”.

_ Efraín: ¿Tengo que calificar a Pérez? Se pasó las 100 horas de mi curso anual de “Prevención de Adicciones” durmiendo como una morsa …

_ Más morsa será usted, señor. No descalifique al chico. Póngale un 10. Uno mientras duerme no se puede hacer adicto a nada.

La lógica del Auxiliar, formidable. Con el tiempo, hasta había encontrado su propio Efraín: un nuevo profesor, doctor en Ingeniería Civil, poseía una personalidad tímida y había aceptado limpiar el edificio a cambio de que intercediera ante los alumnos para que no lo insultaran ni golpearan. “Mucho doctorado y cero manejo de grupo”, le había lanzado el Auxiliar, junto con una escoba.

_ Efraín: ¿Califico a los que figuran en el listado, pero no vinieron nunca?

_ Por supuesto. ¿Usted quiere que nos manden al Continente por falta de matrícula? ¿Quiere que nos cierren la Institución? De ninguna manera. Un 7 a todo el mundo ahorra problemas y todos contentos.

_ Efraín: Tengo a este caso que no sabe leer ni escribir y yo enseño “Discurso persuasivo para tener éxito en las ventas”. ¿Qué hago? No sabe ni escribir su nombre…

_ En primer lugar: no le diga “caso” al alumno; no estigmatice. En segundo lugar, hombre… la escritura está sobrevaluada en este mundo loco… Apruébelo y listo. Se lo merece por ser valiente y desafiar al sistema capitalista.

Efraín es un hombre de muchos secretos. Se rumorea que posee estrategias que los docentes ignoran para manejar situaciones difíciles; dicen que se desliza durante la noche por la Isla y espía y vigila…

_ Efraín: Este grupo de alumnos se pasó el año entero jugando al Call of Duty en mi cara y mandándome a la mierda. Amenazaron con matarme, con torturar a mis hijos, con desfigurar a mi mujer…

_ ¿Y por qué usted no me avisó antes?

_ Yo escribí unos sesenta informes y los dirigí a De Álzaga…

_   Pero no, hombre, al director no, de ninguna manera. Me tiene que avisar… Usted déjemelos a mí. Apruebe a todos y listo. Va a ver cómo lo dejan en paz.

Los “viejos” le cuentan a los “nuevos” que Efraín avanza despacito entre las camas donde duermen su sueño los alumnos, durante la noche isleña. Pone sus manos de dedos largos sobre los cuellos de los que califica en secreto de “rebeldes”, “patoteros”, “cabecillas”…y aprieta, aprieta, hasta que los ojos que miraban el sueño plácido lo miran a él, desorbitados, enrojecidos. Su estrategia es sencilla: aseguran que suelta cuando las venas de su presa están gruesas y oscuras como tronco de árbol.

“Shhhhhhhhhhhh”, les dice. “Ojito con joderme la vida”.

Eso basta.

Los “nuevos” se estremecen.

Jamás un alumno lo ha denunciado ni ha hecho un comentario, en voz alta o por escrito, sobre los terrores nocturnos asociados al Auxiliar.

Eso sí, una vez alguien descubrió el punto débil de Efraín, hecho que le costó el trabajo en la Isla.

Era una profesora nueva, que enseñaba-guiaba sobre “Control de la Natalidad”. Quiso saber qué hacer en caso de calificaciones porque un alumno se negaba a participar de sus clases por motivos religiosos. Le dijeron que le preguntara a Efraín, naturalmente. Tenía una vocecita aguda que se oyó por encima del ruido a adolescencia, cocoteros y mar:

_ Señor portero, ¿puedo hacerle una pregunta?

La Isla se detuvo. Fue como la caída de un rayo.

La despidieron al anochecer. Por la madrugada ya estaba en el Continente.

Su experiencia no fue en vano. Desde ese día, todos en la Isla aprendieron la importancia de no decir jamás delante de un auxiliar la palabra “portero”.

 

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Qué hacer en caso de pibe permeable o impermeable

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23. Qué hacer en caso de pibe permeable o impermeable

Resultados aproximados para un primer estudio formal 

 

1. Adquisición de impermeabilidad 

 Obviamente, en caso de pibe impermeable, la culpa es de la madre (a esta altura todos sabemos que la madre tiene la culpa de todo, siempre). El pequeñín ha de haber sido consentido en demasía durante sus  años de lactante (y posteriores), y habrá escuchado e incorporado el siguiente mensaje reiteradamente: “Hacé lo que quieras”, acompañado de variadas gamas de: “Total, para qué lo vas a hacer”, “Dejá, no hagas nada que yo lo hago por vos”, “Vos sabés más que yo, para qué te voy a decir algo”, etc. 

 Una vez que el niño ha ingresado en la etapa escolar, el mensaje reiterado será más sofisticado: “No le hagas caso a nadie porque no saben nada”, “Vos avisame si alguien te molesta que voy y lo mato”, “Si te dice algo rompele la cara a patadas”, pueden ser ejemplos estándar. Con sólo sumar múltiples aparatos y una conexión a internet, la impermeabilidad ya incipiente se perfeccionará así hasta el extremo característico de los niños nacidos en este siglo.

Bruno Amadio "El niño que llora"

Bruno Amadio “El niño que llora”

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El Fierro, Latícher y la rata

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16. El Fierro, Latícher y la rata

(chat estilizado)

 

Estoy con mi primo, en Entre Ríos. Supe que baleaste una rata, contame.

Holaaaaaaaaa!! Si ya sabés para qué te voy a contar. Qué hay allá.

Contame que mi primo no me cree.

Qué no te cree.

Lo del fierro.

Eso es lo de menos. Martínez me andaba molestando y ya le había dicho a todo el mundo que me iba a agarrar, con los pibes del barrio de él y todo. Así que fui y le dije a mi padrino qué hacía y me dio el fierro, pero no andaba.

¿Era de mentira?

"Noche estrellada sobre el Ródano" Vincent van Gogh

“Noche estrellada sobre el Ródano” Vincent van Gogh

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Es bullying, no bowling, ¡bruto!

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8. Es bullying, no bowling, ¡bruto!

El de Filosofía es nuevo y no sabe, por eso hay que explicarle. Fue un cambio fenomenal: Nelson entró en la escuela y mejoró. Los más grandes nos dimos cuenta enseguida, y nos daba una bronca… tardamos como mil años en animarnos a hablar de eso y ahora, justo, cuando estábamos bien piola, se le ocurre al profe hacernos decir cosas y me meto en flor de quilombo.

 

Ilustración: Aylén Giraudo

Ilustración: Aylén Giraudo

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Ese muchachito, solitario.

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4. Ese muchachito, solitario.

para Mili

Miraba la vidriera distraído, haciendo girar la moneda ya tibia entre los dedos, cuando vio la caja al lado del anillo: unos simples lentes de contacto bastarían para cambiar la situación. Estaba llegando al punto sin retorno: todos lo molestaban, los compañeros, los profesores, las preceptoras… Cuando era chico se lo había dicho a las señoritas, a la directora, a su mamá (la moneda le pareció aún más caliente cuando resonó “mamá”; cerró los ojos y disfrutó el reverberar de la sonora palabra un instante). Ahora era la secundaria, ya no había padres y si no hacía algo rápido, no habría remedio.

Ilustración: Aylén Giraudo

Ilustración: Aylén Giraudo

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