La sartén hirviendo

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57. La sartén hirviendo

Carla y Marcia comparten el salón de 3er año de la secundaria. Ellas creen que sólo las une esa obligatoriedad de estar horas diarias, unos meses al año, en ese lugar escrito y roto, ruidoso y sucio, pero no es así. Lo voy a demostrar:

Dalí

Vladimir Kush

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La lapicera mágica

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52. La lapicera mágica

Tengo unas lapiceras azules, negras, verdes y rojas, guardadas para casos especiales. No puedo revelar de dónde las saqué, quién me las dio. Fui elegida para su custodia. Las tengo, y debo ser juiciosa en la elección de quién o quiénes las usarán, o cuándo, ya que su tinta no durará eternamente y se gastan con el uso. Son unas lapiceras muy especiales: son mágicas.

Max Ernst "Mi amigo Pierrot"

Max Ernst “Mi amigo Pierrot”

Generalmente las presto cuando no queda otra alternativa. Y una sola vez, una solita, regalé una. Sucedió cuando la chica de nombre exótico no lograba poner en palabras lo que le pasaba. Hacía cincuenta minutos que estaba ante la página que le había dado (se había olvidado la mochila, la carpeta, el carnet del boleto secundario) y había escrito con bella caligrafía, con un pedacito de lápiz en el que había enrollado cuidadosamente un hilo: Me siento muy mal, estoy confundida, no sé qué me pasa, deben ser los cambios de la edad, mi corazón a veces late demasiado rápido, me peleo con todo el mundo, con la gente que más quiero, me va mal en la escuela, es imposible que les diga lo que me pasa a mis viejos, no sé qué me va a pasar. Me pareció que tenía condiciones. Decidí que la azul era la apropiada y que la ocasión justificaba el gasto.Por supuesto que no pensé en regalársela, esa idea vino después. Abrí mi cartera enorme, pronuncié las palabritas que harían efectivo el hechizo, me acerqué a mi alumna y le di la lapicera:

_ Probá con ésta. Capaz que te es más fácil si apoyás mejor los dedos… ese lapicito es chiquitín para vos.

La lapicera azul revela secretos, desatornilla roscas, desata nudos. La negra purifica, limpia, desempolva. La verde transforma y refleja; encandila. La roja incendia todo y es la más peligrosa. Le di la azul porque las palabras se anudan, igual que los hilos. Todo se enmaraña: el agua, el aire, la luz, las palabras. Me dedico a trabajar con las letras, a pulirlas, a exprimirlas, a sufrirlas, a amarlas. Al final de la clase, la hoja que entregó mi alumna continuaba el texto anterior; simplemente, repetía las frases “me siento mal”, “estoy confundida”, “no sé que me va a pasar”, pero escritas con la tinta de la lapicera mágica, se convertían en otra cosa gracias al sortilegio. Se podía leer lo que en realidad decía:

“Soy una chica común, pero vengo de lejos. Siento que mis raíces se extienden hacia mi patria, se estiran , se retuercen en un afán loco y fantasioso de permanecer allá, donde están los perfumes y sabores de mi niñez. Llegan, lo logran. Eso me enorgullece. Mi cuerpo está rodeado de esas raíces hermosas y fuertes que me recuerdan constantemente quién soy aunque todo el tiempo lo olvido. 

 Entrelazados en mis raíces, están mis papás y mis hermanos. Mis abuelos. Mis primos. Mis ancestros, vivos y muertos. Ellos me aman incondicionalmente, me acompañan, me comprenden, me protegen. Es por eso que mis raíces son tan luminosas: el amor de mis seres queridos es de un tono dorado y brillante, y algunas personas (las más audaces), logran ver ese brillo en mis ojos oscuros y dejan de creer que soy una chica común;  piensan que soy especial. También yo pienso, la mayor parte del tiempo, que soy especial. Sufro mucho cuando lo olvido. 

 Tanto de día como de noche me gusta escaparme dentro de mí misma para estar sola. Escucho el latir de mi corazón y me preocupo. Siento correr la sangre por mis venas y tengo miedo. Escucho el silencio que invade mi mente cuando estoy a punto de comenzar a soñar,  miro mis manos y creo que son las de otra persona, entrelazo mis dedos con mis propios dedos y finjo que una de mis manos no es la mía sino la de otro, y me estremezco. Me rodeo de personas todo el tiempo que puedo para no asustarme, pero constantemente me doy cuenta de que me olvido de que estoy en la calle, en la escuela, en mi casa, y que solamente estaba conmigo misma, adentro mío. Me espanto porque pienso que eso es ser egoísta. 

 Estoy en la escuela y no escucho nada. Tengo que hacer pruebas, exámenes, experimentos, buscar informaciones, investigar. No hago nada de eso, sólo miro para adentro y me quedo quieta, quieta, y sé que está muy mal y no tengo idea de porqué no hago nada hasta que me doy cuenta de que esto de quedarme quieta era lo que tenía que hacer en ese momento y sólo es cuestión de respirar, de dejar que el aire entre en mi cuerpo, que mis raíces me rodeen, que mis ancestros y el amor de mi familia me abrace, y sentirme bien, sentirme bien… Y adoptar así mi rol: ser hija de nuevo (nunca dejé de serlo, sólo crecí), ser alumna de nuevo (nunca dejé de serlo, sólo crecí), ser amiga de nuevo (nunca dejé de serlo, sólo crecí). 

 Me miro al espejo y no me gusto, pero creo que cuando crezca me voy a gustar. Mi cuerpo es un desastre. Quizás sea alta. Quizás no. Quizás mi piel se vuelva bella. Quizás sea bueno ser mujer, quizás sea bueno no ser alta, ser un desastre o no tener la piel bella. Sólo tengo que recordar que debo cerrar fuertemente mis ojos para sentir mis raíces y el amor de mis papás, y eso borra la palabra quizás y la convierte en otra. Mis papás, que hace poco me compraban hebillas brillantes y figuritas, ahora no saben qué comprarme. Quizás no necesite que me compren algo. Esta noche, cuando esté tranquila frente a mi espejo, voy a cerrar los ojos fuerte para ver si la palabra quizás, en la frase anterior, está de más. O no.”

Decidí dejar esa lapicera azul en poder de la alumna de nombre exótico. La lapicera que desanuda, que clarifica, que alisa lo retorcido. No sé qué habrá hecho con ella, si la tiró, si quedó en algún bolso guardado, si la gastó usándola escribiendo enrevesadas palabras desenrevesadas. Como todos los utensilios mágicos, las lapiceras son sólo herramientas, partecitas que ayudan, que uno puede ver o no. Quizás yo te haya prestado alguna vez una, por un ratito. Sería cuestión de recordar, de buscar en los viejos cuadernos y fijarse si hay algunas palabras escritas por allí que se desanudaron solas con el tiempo… Quizás las encontremos. O no.

 

 

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Una noche en la Once. Cap. 5

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Entrega N° 48

Una noche en la 11

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Capítulo 5.

El Michi era demasiado flaco, pálido y ojeroso, pero en la oscuridad total de la escuela vacía, resultaba buena compañía. Hablaba mucho, eso sí, como Roberto, y utilizaba muchas palabras que Larry no comprendía y que, por primera vez en su vida, lamentaba no entender. Seguramente, Esteban, el que se sacaba 10 en todas las materias y era siempre abanderado, entendería lo que estos decían. O Laura, la escolta, agrandada y estirada, toda vestida con ropa de marca y tan linda que era una tortura tratar de no mirarla. Se puso colorado al pensar en Laura. Pegó un salto al escuchar la risa del Michi cargándolo.

 

Una noche en la 11

Una noche en la 11

 

_ Esa mina no te va a dar nunca ni bola si seguís haciéndote el vivo y mantenés la cabeza hueca…

Larry lo miró asombradísimo. ¿Habría estado hablando solo en lugar de pensar? Si lo de Laura no lo sabía nadie, ni su propia almohada… Se había dedicado a insultarla, a empujarla, a tirarle las hojas y a humillarla de todas las formas que se le habían ocurrido desde 1er grado para que no se dieran cuenta de que le gustaba…

_ ¿Qué mina? ¿Qué sos, adivino?

_ Algo así_ contestó Michi, misteriosamente. Además, Larry, sigo tus pasos desde que pusiste tu piececito por primera vez en este edificio, piececito que, obviamente, ha crecido… ¡y cómo!

 Larry no pudo evitar ponerse otra vez colorado. Su estatura desmesurada lo avergonzaba, sus pies parecían no parar de crecer y se chocaba con todo, pisaba a todo el mundo, derribaba sillas, mesas, gente; era la torpeza personificada. No era su culpa. En menos de un año había pasado de ser un chico normal a una especie de adulto con cara de chico, se había llenado de granitos imposibles de tapar por más flequillo gigante que se pusiese, su pelo rojo y enrulado no ayudaba en nada y solía revolverlo todo y echárselo sobre la cara para que no lo viesen. Su abuela no había tenido plata para pagarle la ortodoncia que todos los dentistas que había visto habían recomendado con seriedad extrema, y ahí estaba, con la cara brotada como un choclo, los rulos rojos todos enredados sobre la cara, los dientes torcidos apuntando para todos lados, chocando la cabeza contra los marcos de las puertas de lo alto que era y calzando 45. Un desastre. Cómo lo iba a mirar siquiera, la hermosísima Laura…

 _ No sos un desastre, Larry. Sos un adolescente. Estás creciendo, y a todos los adolescentes les pasa. Lo único que deberías hacer es poner un poco de voluntad y mejorar… Por ejemplo: podrías bañarte todos los días. Laura lo apreciaría, y los demás también…

A Larry, Michi ya le parecía, a esta altura, INSOPORTABLE. Odiaba a Michi. Se dio vuelta y le gritó: 

 _ Cortala, chabón, no sé quién sos pero ya me cansaste, qué te pensás. Yo me baño cuando quiero, y qué te hacés el que sabés de mi vida si ni te conozco, sos más fantasma…

 Michi sonrió y le dio unas palmaditas en el hombro. 

 _ Tranquilo, amigo. Ya llegamos al patio. Primero te voy a mostrar a la Adoquinada, después el paredón del Enamorado Eterno y después, apenas nos queda tiempo para llegar a la función del salón de actos, así que no peleemos, que la noche no es tan larga como parece y acá hay mucho que ver. Mirá fijo para allá y la vas a ver.

_ ¿Al qué y dónde? ¿El qué?

_ Le decimos la Adoquinada porque lleva tanto tiempo acá que nos olvidamos del nombre. Su tarea es llevar los adoquines que están al lado de la entrada del otro patio hasta el borde del paredón y, una vez que ya tiene una linda montaña, ir arrojándolos hacia el otro lado.

_ ¿Pero eso no es peligroso? Digo, si hay alguien del otro lado del paredón se podría ligar un adoquín en el medio de la cabeza …

Larry parecía haberse vuelto juicioso con el pasar de las horas de la noche de la 11. Michi sonrió divertido, pero no se lo hizo notar.

_ Sí, claro que es peligroso. Y era peligroso. El día que a la Adoquinera se le ocurrió que sería gracioso hacer el experimento no pensó en el Terciario que funcionaba al lado de la 11. Tiró el adoquín con todas sus fuerzas, haciéndose la fortachona delante de sus compañeras de 2do año. Y le dio en pleno cráneo a una pobre chica que estudiaba para maestra en el Instituto de al lado.

Larry miraba el patio pensativo. Estaba oscuro, pero menos que el interior de la escuela, ya que una luna considerable iluminaba la escena en forma algo fantasmagórica. La Adoquinera se parecía a Marta, a Claudia, a Mariela, a cualquiera de sus compañeras. Iba y venía con andar de laboriosa hormiga, con una expresión de pesar en su rostro, una expresión de pesar casi plagado de indiferencia. Hacía su montículo de cuadrados grises y luego, uno a uno, comenzaba y recomenzaba a arrojar el peso. Asombrosamente, la montaña que la esperaba allá lejos, a unos metros, no parecía disminuir cuando ella tomaba los bloques. El trabajo debía ser agotador, pero ni una gota de sudor corría por el rostro de la anónima chica.

_ Los más cultos le dicen Sísifo. Su tarea consiste en levantar adoquines, acumularlos y arrojarlos, hasta que el director lo decida.

Pero Larry ya paseaba la mirada por otros lugares del patio. Las paredes, cubiertas de murales coloridos durante el día, ostentaban algo parecido a letras escritas con aerosol. “Anto te amo”, decía la 11, “Anto te amo”, gritaban todas las paredes y paredones de la 11. Un chico alto y flaco, también de guardapolvo, pintaba con seriedad cada espacio vacío, cada segmento de pared, cada vestigio de blanco. Y mientras pintaba un paredón, el otro se despintaba como si la tinta se derritiera o se desvaneciera… o se volviera invisible.

_ Muy poético. Como el amor: intangible_ dijo el Michi. Ése es Yony, y su tarea es declarar su amor a Antonela hasta que le levanten la sanción. Parecería un daño mínimo el que hizo, ¿no? Él sólo se trepó por las paredes de la 11 en la década del 90 para pintar unos graffitis para su novia, esperando sorprenderla al otro día. Se cayó del paredón y ahí empezó la sanción. Porque el amor no es cosa que pueda a tomarse a la ligera, y menos cuando es amor adolescente. El corazón a los 15 años palpita y siente como un corazón virgen de desconfianzas, de amarguras, de reparos, de traiciones. El corazón adolescente es nuevo en el amor, y Yony inauguró el de Anto, su chica, causándole una herida tremenda que no se cerrará fácilmente. El director fue claro: el día que esa mujer deje de recordarlo, las paredes dejarán de borrarse y podrá finalizar su tarea. Pero ella recuerda, y recuerda, y recuerda… Pero uy, ¿escuchás, Larry? Me distraje demasiado, corré que vamos a perdernos el comienzo de la función del salón de actos y no vamos a conseguir asiento, dale vamos.

El Michi tomó de la mano a Larry y lo arrastró por el pasillo, mientras éste se sentía como un largo y flotante barrilete rojo…

 

Continuará… y finalizará el próximo viernes

 

Una noche en la 11 es un relato contado en 6 capítulos. Leé la última parte el viernes, cuando actualice #ProyectoPibeLector

 

 

Imagen: Adriana Lara.

 

 

 

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¿Tu primer amor?

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El siguiente relato pertenece al Libro de las Respuestas Imaginadas.

Leé atentamente. Luego, imaginá cuál sería tu respuesta. Usá  #ProyectoPibeLector y compartí lo que se te ocurrió con fotos, videos, canciones, cuentos y todo lo que quieras. 

46. ¿Tu primer amor?

Fue durante una tarde de sábado y verano, en la casa de mi abuela. A la hora la siesta, por más que hice caso y clavé los ojos en las cortinas de la ventana, incandescentes en su afán de ocultar el sol, el sueño no llegó nunca. El único que vino fue el aburrimiento. Había una puerta ruidosa que daba a un baño compartido por las otras piezas: no me quedó más remedio que romper un poco más el mosquitero de alambre y escapar por la ventana.

Bouguereau "Love on the look out"

Bouguereau “Love on the look out”

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Sin vuelta atrás

PROYECTO PIBE LECTOR es un blog de FICCIÓN. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

39. Sin vuelta atrás

4:00 a.m.

Se realizó un allanamiento en el Barrio. Hubo un tiroteo que dejó como resultado cuatro heridos y dos muertos. Un argentino de sesenta años y tres jóvenes extranjeros quedaron detenidos. Serán acusados por poseer armas de guerra y dedicarse al narcotráfico. Ninguno saldrá del penal hasta muchos años después de esta madrugada.

 

Dalí: "Los relojes blandos"

Dalí: “Los relojes blandos”

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Qué hacer en caso de Calificaciones

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33. Qué hacer en caso de calificaciones

Efraín es la persona que lleva más tiempo en la Isla del Alumno Autodidacta y la que mejor conoce su funcionamiento. Por esa razón es a quien se debe recurrir en caso de dudas de cualquier especie.

Un tema especialmente peliagudo en la Isla es el de las calificaciones. “Para los docentes”, piensa Efraín, “porque son unos ineptos”. El Auxiliar siente una especial mezcla de repugnancia y desprecio por los profesores del Universo, que se guarda bien de mostrar. Efraín sabe guardar secretos, disimular emociones, manipular hechos. Se considera a sí mismo como un estratega invencible, un soberano en su reino. Finge una pizca de servilidad, escudado tras sus lentes enormes, y contesta solícito cuando se lo requiere.

Efraín es el Auxiliar, con mayúsculas.

Dalí: "Dalí a los seis años"

Dalí: “Dalí a los seis años”

Existe una página especial en el campus virtual de la Isla que contiene las calificaciones personalizadas de los alumnos, y los docentes se desviven por mantenerla actualizada entregando sus planillas en tiempo y forma. No saben (nadie sabe) que jamás tuvo visitante alguno. Ni un cibernauta perdido, mísero. Tampoco saben que esa información es guardada y paladeada placenteramente por el administrador de los datos y recepcionador de planillas: nada más y nada menos, que Efraín.

En diciembre los docentes se agolpan, desesperados, frente a su pequeña oficina-depósito de escobillones y plumeros.

_ Efraín, dígame: ¿Un alumno que tuvo un aplazo en el primer trimestre, se lleva a diciembre la materia?

_ De ninguna manera. Puede tener un 1, otro 1 en el segundo trimestre y un 2 en el tercero y la nota final puede ser 7. Igualmente resultaría sospechoso un profesor que califique con aplazos; usted debería revisar su desempeño y andar con cuidado si quiere continuar aquí.

En voz baja, los alumnos cuentan que cuando era joven, Efraín se metió en una clase de Educación Física con una chancleta en la mano y le dejó el culo bordó a unos pibes que andaban molestando a uno de sus sobrinos, que estaba becado en la Isla. Murmuran: el profesor que estaba a cargo quiso parar los chancletazos justicieros y se ligó uno en la cara que lo dejó tuerto de por vida.

Anécdotas como ésa rodean al Auxiliar como un halo y lo hacen parecer más alto, espigado.

_ Efraín: ¿Los números  van promediados con centésimos en la nota final?

_ De ninguna manera. El educando puede tener un 4, un 3 y un 6 y tener un 7 como nota final. Queda a criterio del profesor, que, por supuesto, favorecerá al educando. No vaya a ser que no podamos festejar tranquilos las fiestas en la Isla por culpa de alguno de ustedes…

Durante el tercer año de su gestión, el director De Álzaga se enfermó. Gozó de una licencia extensa, y Efraín aprovechó con fuición su ausencia. La Isla se volvió su territorio por completo, fue invadiendo oficinas y salones y se desparramó, repatingó y dormitó en cada rincón. De Álzaga regresó, renovado, y no se dio cuenta de los cambios. La Isla había funcionado perfectamente durante su ausencia: Efraín se había encargado del papeleo, de la actividad virtual, de las preguntas frecuentes de los docentes. En su ceguera y nadando en su propio ego, De Álzaga se acomodó ante su escritorio y cerró la puerta, dejando a Efraín solitario, amo y señor de su pequeño imperio.

_ Efraín: ¿Cómo califico a un alumno que vino una sola vez a mis clases-guía de “Administración de la Economía Hogareña”?

_ Con una sola vez, alcanza y sobra. ¿Qué hizo el chico ese día?

_ Nada. Le pregunté cómo se llamaba y me contestó.

_ Bueno. Si dijo su nombre en forma vacilante y usando tono bajo, merece un 7. Si alzó la voz y la miró a los ojos, póngale un 10.

“Universitarios”, piensa Efraín mientras contesta con sorna. “Son los peores”.

_ Efraín: ¿Tengo que calificar a Pérez? Se pasó las 100 horas de mi curso anual de “Prevención de Adicciones” durmiendo como una morsa …

_ Más morsa será usted, señor. No descalifique al chico. Póngale un 10. Uno mientras duerme no se puede hacer adicto a nada.

La lógica del Auxiliar, formidable. Con el tiempo, hasta había encontrado su propio Efraín: un nuevo profesor, doctor en Ingeniería Civil, poseía una personalidad tímida y había aceptado limpiar el edificio a cambio de que intercediera ante los alumnos para que no lo insultaran ni golpearan. “Mucho doctorado y cero manejo de grupo”, le había lanzado el Auxiliar, junto con una escoba.

_ Efraín: ¿Califico a los que figuran en el listado, pero no vinieron nunca?

_ Por supuesto. ¿Usted quiere que nos manden al Continente por falta de matrícula? ¿Quiere que nos cierren la Institución? De ninguna manera. Un 7 a todo el mundo ahorra problemas y todos contentos.

_ Efraín: Tengo a este caso que no sabe leer ni escribir y yo enseño “Discurso persuasivo para tener éxito en las ventas”. ¿Qué hago? No sabe ni escribir su nombre…

_ En primer lugar: no le diga “caso” al alumno; no estigmatice. En segundo lugar, hombre… la escritura está sobrevaluada en este mundo loco… Apruébelo y listo. Se lo merece por ser valiente y desafiar al sistema capitalista.

Efraín es un hombre de muchos secretos. Se rumorea que posee estrategias que los docentes ignoran para manejar situaciones difíciles; dicen que se desliza durante la noche por la Isla y espía y vigila…

_ Efraín: Este grupo de alumnos se pasó el año entero jugando al Call of Duty en mi cara y mandándome a la mierda. Amenazaron con matarme, con torturar a mis hijos, con desfigurar a mi mujer…

_ ¿Y por qué usted no me avisó antes?

_ Yo escribí unos sesenta informes y los dirigí a De Álzaga…

_   Pero no, hombre, al director no, de ninguna manera. Me tiene que avisar… Usted déjemelos a mí. Apruebe a todos y listo. Va a ver cómo lo dejan en paz.

Los “viejos” le cuentan a los “nuevos” que Efraín avanza despacito entre las camas donde duermen su sueño los alumnos, durante la noche isleña. Pone sus manos de dedos largos sobre los cuellos de los que califica en secreto de “rebeldes”, “patoteros”, “cabecillas”…y aprieta, aprieta, hasta que los ojos que miraban el sueño plácido lo miran a él, desorbitados, enrojecidos. Su estrategia es sencilla: aseguran que suelta cuando las venas de su presa están gruesas y oscuras como tronco de árbol.

“Shhhhhhhhhhhh”, les dice. “Ojito con joderme la vida”.

Eso basta.

Los “nuevos” se estremecen.

Jamás un alumno lo ha denunciado ni ha hecho un comentario, en voz alta o por escrito, sobre los terrores nocturnos asociados al Auxiliar.

Eso sí, una vez alguien descubrió el punto débil de Efraín, hecho que le costó el trabajo en la Isla.

Era una profesora nueva, que enseñaba-guiaba sobre “Control de la Natalidad”. Quiso saber qué hacer en caso de calificaciones porque un alumno se negaba a participar de sus clases por motivos religiosos. Le dijeron que le preguntara a Efraín, naturalmente. Tenía una vocecita aguda que se oyó por encima del ruido a adolescencia, cocoteros y mar:

_ Señor portero, ¿puedo hacerle una pregunta?

La Isla se detuvo. Fue como la caída de un rayo.

La despidieron al anochecer. Por la madrugada ya estaba en el Continente.

Su experiencia no fue en vano. Desde ese día, todos en la Isla aprendieron la importancia de no decir jamás delante de un auxiliar la palabra “portero”.

 

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La Revolución del Agua Humana

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32. La Revolución del Agua Humana

 

El niño se detuvo. Tomó aire, dirigió su mirada límpida hacia el cielo transparente. Desplegó el material sobre la Revolución del Agua Humana. Comenzó a indagar.

Al cabo de unos minutos un señor se le acercó, amable, para preguntar si necesitaba ayuda. El niño contestó apresuradamente que sería un honor escuchar la palabra de uno de sus mayores. El señor, entonces, habló:

Dalí "Yang y Yin ampurdaneses"

Dalí “Yang y Yin ampurdaneses”

_ En el año 2036 un investigador de la UNLP, en Argentina, hizo un descubrimiento que le pareció fenomenal: logró sintetizar el líquido que denominó “Agua Humana”, el néctar esencial, el maná, la fuente de la juventud, anhelada, buscada e imaginada por alquimistas y artistas durante milenios. La fórmula aún era imperfecta, pero la subió a internet en su blog personal.

En 2042 un jovencito hizo pruebas en su cuerpo basándose en la fórmula del Agua Humana. Incorporó el Inhibidor del Apetito y la perfeccionó. Quiso pasar a la posteridad como un héroe anónimo: no sólo envió la fórmula renovada a cada gobernante, a cada laboratorio, a cada universidad, sino que usó las redes sociales con tal habilidad que los datos se viralizaron. La gente de esa época estaba obsesionada con su imagen: seducida por la promesa de la pérdida de grasa corporal, fabricó la fórmula y empezó la Revolución.

El Agua Humana adelgazó a las personas, pero además las volvió sanas. Desaparecieron los problemas de los dientes, de los pulmones, de los riñones, del corazón… ya nadie se enfermó. Los organismos funcionaron como debían y la gente se volvió perfecta. Eso trajo consecuencias que el joven dadivoso jamás pudo imaginar, ya que fue asesinado por una horda enfurecida el mismo año en que la Revolución comenzó.

Ya no hubo necesidad de comer ni de beber. Hasta ese momento, la humanidad giraba en torno a la comida: a producirla, a consumirla. Ser comensal era un ritual social. Restaurantes, fábricas, supermercados, vida familiar, horarios, modos de crianza: todo cambió y se produjo un inmenso desconcierto.  A medida que la gente se desintoxicaba de milenios de consumir comida se volvía sagaz: nadie dudó acerca de la importancia de abandonar el paradigma obsoleto y las naciones, unidas, comenzaron a buscar nuevas formas para que la economía no estallara del todo.

El mundo cambió vertiginosamente: tampoco se necesitaban abogados, psicólogos, agricultores, ganaderos… Millares de máquinas, en meses, se transformaron en chatarra. Lo relativo a la estética era vestigio de una época olvidable. Fue demasiado. Hubo que reorganizar todo. La naturaleza se erguía, triunfante: dejaba de ser explotada. El ser humano asumía finalmente su rol como eslabón, como engranaje ínfimo perteneciente al Reino Animal. La gente no sólo no se dejaba engañar, sino que había perdido las ganas de engañar a otra gente. El Agua Humana rasgó el velo que mantenía la Humanidad en la oscuridad y la corrupción; fue un renacer después de una especie de Sodoma y Gomorra. La gente se volvió reflexiva y crítica, y dejó de preocuparse por el consumo. ¿Desplegaste alguna vez el Museo del s. XX?

El niño escuchaba atentamente. “Sí”, contestó.

_ ¿Y qué te pareció?

_ Me dio vergüenza ajena y compasión. Las personas vivían embrutecidas, pendientes de frivolidades. Trabajaban para comprar objetos innecesarios, sufrían por cosas carentes de sentido.

_ No sientas vergüenza. Es parte de nuestra historia. No olvides que estaban intoxicados por la alimentación. Gracias al Agua Humana

_ Sí, es suficiente. Muchas gracias por su tiempo, señor. ¿Usted llegó a tener padres con coincidencia biológica?

_ No, soy muy joven. Ni siquiera mis bisabuelos hubieran vivido esa época. ¿Querés que te hable de la Revolución Igualitaria?

_ No hace falta, muchas gracias. Fue cuando se decidió que tener hijos biológicos restaba igualdad de oportunidades a la Humanidad y los niños se volvieron comunitarios. Luego quedamos solos.

_ Exactamente. La Historia de la Humanidad fue siempre un baño de sangre, pero somos afortunados ahora. Que tengas un buen día, niño.

El niño cerró los ojos y la información desapareció. Se borraron las ciudades, las personas que caminaban apresuradas, los carteles de neón. En el siglo del niño, la gente no necesitaba nada. Mientras contemplaba nuevamente la serenidad diáfana del cielo, se preguntó si el señor que le había hablado amablemente sobre el Agua Humana pertenecía a la realidad o a los materiales históricos que se le había ocurrido curiosear. No supo qué pensar. Se le ocurrió que quizás hubiera soñado todo, que existía la posibilidad de que en ese exacto momento estuviera planteándose acertijos dentro de un sueño. Se le ocurrió que el soñador podía ser el señor, y él mismo, tal vez, fuese el producto de un sueño ajeno, en la soledad de unas ruinas con forma de círculo. Tampoco supo explicar el porqué del sentimiento de nostalgia que lo invadió al pensar todo eso.

Movió sus manos y desplegó el Agua Humana. Se sintió reconfortado. Había olvidado el episodio y los laberintos oníricos cuando comenzó a beber.

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Estafa educativa

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31. Estafa educativa

Fantasía en un acto

En escena, una enorme entrada de edificio. Puertas cerradas, una puerta de ascensor. Un sillón. Una planta ornamental, de plástico. 

Un hombre se acerca a la puerta con timidez. Su preocupación es grande y se le va hacia las piernas, hacia los brazos. Una vez dentro del edificio no sabe qué hacer. No hay nadie; ningún cartel. Al rato baja de un ascensor un señor de lentes descomunales, que se queda mirándolo unos minutos. Se acerca al desconocido, que experimenta un alivio tal que parece a punto de llorar.

_ ¿Usted es…?

_ Soy el padre de Juan Pérez. El director me espera.

El señor de lentes parece sorprendido. Hace un gesto al padre de Pérez para que tome asiento en el sillón y se sienta a su lado.

Estafa educativa

Estafa educativa

_ Así que el padre de Pérez…

_ Sí.

_ Egresó hace ya cuatro meses, Juan Pérez. Acá no está.

_ Ya sé. Está en el continente, en mi casa. Viajé personalmente porque quiero entender qué pasó con mi hijo antes de presentar mi denuncia formal.

El de lentes permanece imperturbable. El padre de Juan Pérez, algo desconcertado ante la falta de reacción ante sus palabras, prosigue:

_ Juancito llegó y no supimos qué hacer. Mi señora y yo estamos desesperados. No sabemos quién es ese jovencito, realmente. Imagínese que hasta le hicimos un ADN para ver si era nuestro hijo, de lo cambiado que nos lo devolvieron. Esta institución…

_ La Isla del Alumno Autodidacta.

_ Sí, ya sé, la Isla. Bueno, se suponía que el chico iba a poder ingresar a la universidad, que iba a tener intereses definidos, que iba a poder conseguir un trabajo estable y decente… El nene se niega a ponerse un traje para trabajar en mi empresa, se niega a salir de la casa, no quiere hacer nada que no sea estar en su habitación encerrado con su computadora y ni siquiera me mira a los ojos cuando le hablo…

_ Dijo que tiene una empresa…

_ Sí, soy empresario gastronómico.

_ ¿Y por qué mandó al chico a educarse a la Isla, entonces?

El padre de Juan Pérez parece desconcertado. El de lentes aprovecha su silencio y continúa:

_ Usted firmó un contrato con la Isla del Alumno Autodidacta para que se hiciera cargo de su hijo, ¿no es verdad? Bueno, aquí estuvo Juan Pérez viviendo durante los 16 años que duró su autoeducación formal, y jamás tuvimos ningún problema con él. Los problemas que usted enumera tienen que ver con la letra chica del contrato, que evidentemente no leyó.

_ ¿Letra chica? ¿Usted dice que el chico pasó acá 16 años y no sabe buscar trabajo en los clasificados del diario, las tablas de multiplicar, quién descubrió América y es MI CULPA por no leer una letrita en un contrato? ¿Ahora resulta que soy yo el estafador y no ustedes con su bendita Isla?

_ Exactamente. La Isla del Alumno Autodidacta se ocupa de la educación formal. Usted se comprometió a mantener un contacto virtual de … por lo menos tres veces semanales con su hijo para conversar con él sobre sus intereses, transmitirle valores, mostrarle afecto, interés y cariño. Si el chico resultó un huraño inseguro de sí mismo e inadaptado social es exclusivamente su culpa. Imagínese enseñarle el teorema de Tales a una persona así… imposible.

_ ¿Pero qué está diciendo?

_ Y lo que es peor: usted es un pésimo padre. Está descalificando a su hijo, hablando mal de él. Que no sepa las tablas de multiplicar no significa nada: él es un nativo digital y puede buscarlas en su celular en dos segundos si las necesita. Existen las calculadoras, ¿sabe? Cada jovencito tiene sus tiempos y aquí en la Isla la heterogeneidad de nuestros alumnos, sus intereses y particularidades, son lo más importante… Lo que pasa con el chico es SU CULPA. Nosotros no hacemos magia, sólo guiamos en la autoeducación…

_ Pero el chico no sabe ni hacer un huevo frito, y si le quiero enseñar me contesta cosas irreproducibles y se va a seguir durmiendo, que es lo único que parece gustarle hacer…

_ ¿Ve? Ya me voy acordando de Juancito… Usted va descubriendo lo que le gusta hacer. No se apresure, señor, ya van a ir conociéndose. ¿Hay necesidad de que el chico trabaje? Si a usted le va bien, se le ve en la ropa que lleva… ¿Demandar a la Isla? Pero hombre, relájese. No tiene por qué sentirse culpable, nadie nace sabiendo ser padre. La próxima vez que firme un contrato, lea la letra chica. La Isla podría demandarlo a usted si esto sale a la luz: nos dejó un chico durante 16 años, aquí, abandonado. ¿Qué es lo que ha hecho? ¿Ser un padre horrible es peor que no saber quién fue Colón? Hombre, pare un poquito con esta situación, reflexione, vaya a su casa… Hágase cargo: sea padre. Y si tiene otro hijo: no lo abandone en una Isla, edúquelo mejor. Podríamos demandarlo nosotros… por estafa educativa.

Confundido, el señor Pérez se pone de pie. Le da la mano al hombre  y se marcha apresuradamente. El de lentes se dirige hacia un cuartito que se ve al fondo y sale vestido con un mameluco, empuñando un escobillón enorme. Se pone a barrer. Se abre una puerta y aparece un hombre enorme, imponente, muy bien vestido.

_ ¿Con quién hablaba, Efraín?

_ Con un pobre hombre que andaba perdido, señor director… se fue rápido para no perder el avión de las seis.

_ Ah. Estaba esperando a un padre, pero ya no creo que venga. Una vez que iba a venir uno…

_Iba a ser un momento histórico, señor.

_ No sea impertinente, Efraín. Deje esto impecable, por favor. Hasta mañana.

 Fin

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Mentiras piadosas

PROYECTO PIBE LECTOR es un blog de FICCIÓN. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

30. Mentiras piadosas

Cuando nació Catita, su familia no supo qué pensar. Decidieron esperar un tiempo, para asegurarse de que la criatura era realmente así… darle un changüí. Pero no pasó nada, la chica fue creciendo y cada vez fue más evidente que no se parecía en nada a sus parientes.

_ Los niños son crueles- dijo el abuelo.

_ Debemos protegerla- dijo la mamá.

Decidieron esconder a Catita de la sociedad, para evitar daños. Elaboraron un catálogo entero de mentiras piadosas. En la casa no había espejos ni superficies que reflejaran.

Albert Anker "Louise y su muñeca"

Albert Anker “Louise y su muñeca”

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Wasapeame la papariola

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26. Wasapeame la papariola

El siguiente texto es una adaptación de una conversación por chat. Se han reemplazado palabras y símbolos con el fin de volverla inteligible. Los nombres de sus protagonistas se mantendrán en reserva, porque son menores de edad. 

_ Hola

_¿Quién sos?

_ ¿Vos, quién sos?

 _ Ése es mi número de teléfono, tenés mi celular, ¿quién sos? 

_ Y quién voy a ser, gatoooo.

_ ¿Cómo supiste este número? ¿Cómo que “quién voy a ser”? Gato tu vieja, loco, ¿quién sos?

_ Eeeeh, no agredas, gato. Quién voy a ser, pibe, soy el de la semana pasada, el que te sacó el celular. Tengo algunas preguntas.

WhatsApp. Imagen tomada de internet

WhatsApp. Imagen tomada de internet

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