La Mola salió del Clóset

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22. La Mola salió del Clóset

Cuando la Mola pudo comprender la diferencia entre su cuerpo y lo que no lo era, la tragedia y la decadencia se habían desplomado sobre los Verdún. La tienda de antigüedades que los había colocado en el Club Social, en las fiestas de privilegio y en los mejores salones de Salinas, se cubrió de polvo, primero, y luego de la indignidad de la lata, el cacharro y la presunción de demencia. La abuela Verdún, viuda temprana, cuando la muerte se llevó a su única hija no pudo conservar el brillo de los bronces y abrió las bellas puertas ornamentadas a las excentricidades, primero, y luego (dicho francamente y sin eufemismos), a la baratija y a la basura. La colección de libros antiguos se fue mezclando con manuales del alumno bonaerense de sobados lomos, tocadiscos rotos desplazaron en los estantes a los cristales de Murano; había frascos con lombrices solitarias en formol, un feto con dos cabezas de dudosa autenticidad, vajilla descartable usada y mal lavada, muebles podridos, zapatos gastados y, finalmente, ropa vieja. Toneladas de prendas usadas, en valijas, en bolsas, en percheros abigarrados que formaban bloques impenetrables de telas harapientas y hediondas.

Arcimboldo: "La Tierra"

Arcimboldo: “La Tierra”

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Booz, inmigrante, busca inventar casa

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20. Booz, inmigrante, busca inventar casa

Allá lejos, Booz subió al micro con lentitud estudiada. Intentaba no exteriorizar lo que sentía; la mirada de la gente le molestaba. La sensación de estar en ridículo, de algo vergonzoso, lo apresuraba. Hundido en su asiento y en sus auriculares, el viaje de 40 horas se le hizo una pesadilla. “Te espera tu padrino, con los primos”, había dicho su abuelo. “En las vacaciones te van a buscar tus papis. Sé bueno, Pórtate bien”.

Con doce años, un viaje solitario puede convertirse en aventura. Para Booz sólo significó tener hambre, sed feroz, frío y desconcierto. El asiento se le pegó a la piel. Recién cuando llegó se dio cuenta de que no había ido al baño. Ignoraba que existía uno en el micro y, por miedo a que partieran sin él, no se había bajado en el camino ni una sola vez. 

Georges Braque "Casas en I' Estaque"

Georges Braque “Casas en I’ Estaque”

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Delicia de velorio

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19. Delicia de velorio

Quienes conocieron a Delicia sintieron algo inquietante al enterarse de la noticia de su muerte. Parecía mentira; era infinitamente vieja y la gente se había resignado. La hora llegó cuando la mujer se había convertido en una arruga color beige clarito, de ojos como bolitas verde agua, brillantes, bajo pestañas ralas. Siempre impoluta, enfundada en su guardapolvo tieso, engalanado por los años de blancura. La directora Delicia. Falleció. Lamentamos el deceso. ¿Se murió? Nuestras sinceras condolencias.   

"El Aquelarre" detalle. Goya

“El Aquelarre” detalle. Goya

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La Bestia Peluda

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18.

La Bestia Peluda

 

El primer registro de la existencia de la Bestia Peluda data de 1962: una empleada lavaba las tazas del personal y vio un extraño ser observándola desde el ventiluz que da al patio de la 11, entre las ramas de una higuera. Presa de una crisis nerviosa, la mujer corrió hacia las escaleras, con tanta mala suerte que cayó y se lastimó seriamente. En el libro de actas, bajo la fecha, figura el siguiente relato, de puño y letra de la directora de ese momento: “Rita describió detalladamente al animal que le provocó el susto relacionado con su accidente. Dijo que tenía el cuerpo de un gato mediano, la parte superior de la cabeza parecida a la de una nutria, ojos como avellanas, relucientes, dientes amarillos, corvos, grandes, orejas parecidas a las de un ser humano. Las patas eran perrunas, y sobresalían garras de todas ellas. Una cola finita y larga, como de rata, pero prensil, envolvía parte de su cuerpo. Por supuesto, estamos seguros de que ningún animal existente tiene semejante aspecto y esperamos que los médicos que atiendan a nuestra compañera encuentren la explicación para semejante confusión, ya que nada parecido a eso existe en la escuela”.

Goya "El sueño de la razón produce monstruos"

Goya “El sueño de la razón produce monstruos”

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Reproches a un mal padre

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 17. Reproches a un mal padre

(fantasía en un acto)

 Memento mori

Habitación de clínica, sencilla, limpia. Por la ventana se ve un atardecer violáceo y bello que, a medida que transcurren los minutos, se transforma en noche.  Un hombre de cincuenta años está en la única cama, arropado, con suero, inmóvil. Es el moribundo. Una mesita de luz con velador, jarra y vaso de agua completan la escena. En una silla, la esposa teje al crochet sin cesar, absorta en el tejido y sus pensamientos.  Tiene la quietud de la araña, sólo mueve imperceptiblemente sus dedos. El hijo del hombre que está por morir se pasea por el escenario, gesticula, acompaña  los movimientos de la luz del atardecer que se vuelve incandescente a medida que avanza la escena  y al final se apaga. Tiene poco más de treinta años, viste traje, camisa, corbata. Monologa: 

_Me preguntás, viejo, qué tengo para reprocharte. Considerás que tengo permitido hasta eso… te metés en una cama y con el último aliento que te queda, en lugar de declarar algo, de decir la frase que te haga inmortal en el recuerdo, cedés la palabra y el protagonismo. Voy a contestarte, entonces, diré lo que no debería jamás haberse dicho. Al articular lo que se piensa y siente, viejo, uno se convierte en autor y crea una historia. Qué tengo para reprocharte, para recriminarte en tus últimos momentos. Estás dispuesto a resignar el concentrarte en el ritmo de tu respiración para dejarte llevar por un marasmo emocional, pedís que sea yo el que desencadene los titanes primigenios.

"Los miserables" Picasso

“Los miserables” Picasso

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Qué hacer en caso de pibe que rebota

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14. Qué hacer en caso de pibe que rebota

Folleto informativo hallado en la sala de espera de una salita de primeros auxilios


INTRODUCCIÓN:

Existen los pibes que rebotan.

Algunos tienen la suerte de nacer en el seno de familias amorosas y atentas, que detectarán de inmediato que su niñito no deja de rebotar y lo abrazarán fuertemente, le darán té de tilo, lo llevarán a practicar básquet, a estudiar batería, a la iglesia o al pediatra. La familia en primer lugar y, luego, las señoritas, los profesores, los especialistas, harán las veces, para él, de suave y elástica red contenedora, juntos, unidos, acompañando su crecimiento. Para ellos, el futuro será más que promisorio. Serán eximios artistas, deportistas, profesionales exitosos, escalarán el Everest. Esos jovencitos no nos preocupan en absoluto.

Otros pibes no tendrán esa suerte. A pesar de que el sentido común indique que todas las familias son amorosas y atentas, en la realidad eso no sucede. El niño, entonces, no dejará de rebotar; como si fuera el pato Lucas, dará tumbos para el deleite de sus espectadores y desesperación de los adultos transitoriamente responsables. Lo hará entre redes improvisadas, nada elásticas ni suaves, o sin red.

Nota: Cabe destacar que, como no todo es blanco ni negro, en el medio existe una serie de matices que ayudará o entorpecerá la situación de los rebotes. 

 

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“El momento en que te hiciste mujer”

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10. “El momento en que te hiciste mujer”

El juego consistía en formular preguntas en papelitos, arrugarlos y luego ir sacando de a uno, fingir sorpresa y escribir brevemente, contestando “la verdad”.  ”¿Cuál fue el momento más terrible de tu vida?”, “¿Tu mayor miedo?”, “¿Tu deseo más secreto?”; pasaban las frasecitas y matábamos el aburrimiento entre chicas, durante las horas libres en la nocturna. “El momento en que te hiciste mujer”. Nos habíamos reído, pudorosas. No recuerdo a quién le tocó contestar. La jornada finalizó como todas, pero entre las hojas que quedaron sobre mi mesa apareció una con el siguiente relato, escrito con caligrafía extraña. Si es verídico, hasta ahora no lo he podido saber (de lo que tengo certeza es que ninguna de las presentes lo hubiera escrito de esa manera). Transcribo la historia; la he corregido apenas ( han pasado tantos años que no creo cometer una indiscreción al publicarla):

Ilustración: Aylén Giraudo

Ilustración: Aylén Giraudo

“Cuando estaba en tercer año de la primaria, me enfermé gravemente. En la escuela pidieron explicaciones y certificados médicos; no hubo manera de ocultar que había pescado un virus raro en un avión. Se armó un escándalo considerable cuando las señoritas se enteraron de mis viajes, y terminé de buenas a primeras en otra institución. Según mis recuerdos, asustada ante el enojo de mi mamá, prometí guardar nuestro secreto.

En esa época no me importaba mucho: diferentes lugares, diferentes compañeras. Yo pensaba que era normal, que todos tenían valijas y bolsos, se subían a aviones, la gente nunca llegaba a conocerse del todo. Las personas eran buenas. Si me sentía sola, bastaba con preguntarle a alguna chica: “¿Querés ser mi amiga?”. La amistad duraba un rato de plaza o de conversación sobre ropita de muñecas y nada rompía la armonía de estar siempre atravesando algo… de estar en proceso, en tránsito, llegando a algún lugar.

La maestra de quinto se dio cuenta. Ella era más atrevida, más curiosa que las demás. Leyó con atención uno de mis trabajos prácticos y afirmó en voz alta que era un hermoso hotel el de mi descripción. Entré como un caballo. Dije: “Sí, es el de España”. Por primera vez tomé conciencia de que lo único que conocía de ese país, era el hotel. El mismo, catorce veces (infinitas, para mí).

_ ¿Y te gustó la comida de allá?

_ ¿Hacía frío?

_¿Cómo andaban vestidas las chicas por la calle?

_¿Fuiste a ver algún museo?

_¿Es verdad que hay toros corriendo sueltos por las plazas?

_¿Se le entiende a la gente cuando habla?

Nada. Ni la posibilidad de inventar respuestas para ellos, para mí. Descubrí que mi cabeza estaba absolutamente vacía, que mi vida consistía en dar la mano para cruzar la calle, abrigarme bien en invierno y armar la mochila, que sólo yo conocía la palabra pasaporte y que algo raro había en el tema de los viajes como para que mi mamá no me dejara decir nada y mis recuerdos se limitaran a una habitación de hotel.

El día que nos detuvieron en el aeropuerto, la despiadada mujer que me trajo un vaso de agua me explicó por qué era malo para mí “ser mula”. Ése fue el preciso, el exacto momento, en que me hice mujer. Entendí que mi mamá me estaba haciendo algo innombrable, adiviné su vergüenza indigna. Finalmente, comprendí.

No la perdoné en ese momento, no la perdono ahora. El final de mi infancia coincide con el nacimiento de mi desprecio por los adultos, con la repugnancia que me inspiran sus traiciones, infamias que los niños son incapaces de cometer.  El final de mi historia es tan banal que opaca el relato: me detuve finalmente, dejé de ser cosa al mismo tiempo que niña, pasé a ser persona y me limito a vivir.”

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En la puerta de la escuela, el Paco espera

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9. En la puerta de la escuela, el Paco espera

La primera vez que lo vio era un cachorrito; salía de una caja de cartón, debajo del banco de una plaza. Le pareció feo y defectuoso, rengo, con la panza desmesurada por los parásitos, perfecto. Dejó de mirar hacia adentro, interrumpió el monólogo interior miserable y odioso, se detuvo para ver al perro. Bastó con un chiflido. Juan Moreira lo miró, movió la cola, caminaron y crecieron juntos a partir de ese momento.

 

Ilustración: Aylén Giraudo

Ilustración: Aylén Giraudo

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