Consigna imposible

PROYECTO PIBE LECTOR es un blog de FICCIÓN. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

59. Consigna imposible

(chat estilizado)

_¿Alguien?

_ Ya. ¿No estás en la escuela, a esta hora?

_ Sí. Necesito ayuda con una cosa.

_ Decime.

_ Estoy en Literatura. La pregunta dice: “El final del cuento, ¿sorprende al lector? ¿por qué?”

_ Y, fijate entonces. ¿Título?

_ Es que estamos con Tati revisando la fotocopia por centésima vez y no encontramos dónde dice eso. ¿Cómo sabés que estoy en la escuela? ¿Quién sos?

_ ¿Qué es lo que no encuentran? ¿El título del cuento?

_ Lo del lector. No está. Ni aparece.

imagen de la poetisa Safo

imagen de la poetisa Safo

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Anhedonia

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58. Anhedonia

En ese estado, lo sabemos todo. El tiempo no existe y no hay apuro alguno para realizar la elección. A causa de una razón que aquí no debe ser revelada, la única restricción que existe es parental: sólo podemos experimentar la vida guarecidos por las ramas de nuestros árboles genealógicos. Por ejemplo: se puede elegir ser hijo, hija, madre, tío, durante una vida. Y a la siguiente, cambiar: ser madre de quien era tu madre, hija de quien eras hijo, y así. Esta regla, que escrita puede parecer limitante, no lo es: las genealogías de espíritus son inconmensurables.

choque-galaxias

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La sartén hirviendo

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57. La sartén hirviendo

Carla y Marcia comparten el salón de 3er año de la secundaria. Ellas creen que sólo las une esa obligatoriedad de estar horas diarias, unos meses al año, en ese lugar escrito y roto, ruidoso y sucio, pero no es así. Lo voy a demostrar:

Dalí

Vladimir Kush

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Preferencias

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56. Preferencias

La puerta de su propia casa le pareció extraña.

Al tocarla, recibió una pequeña descarga eléctrica.

La habitación estaba en silencio. Por la persiana entraban delgados haces de sol.

Pensó en Dios. Bajó la vista y ahí estaba, desarticulada como una muñeca vieja.

Le miró las medias, el ruedo de la pollera, las várices inesperadamente opacas.

Pensó en esculturas.

Rozó con uno de sus dedos la mano de eso que había sido su abuela. Recordó un revolcón en la playa, la rodilla ensangrentada por el roce con la conchilla. “Te quedó una linda frutilla”, le había dicho ella, besando la herida.

Pintura de Joaquín Sorolla

Pintura de Joaquín Sorolla

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Sentido común

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54. Sentido común

Los elefantes. Dalí

Los elefantes. Dalí

Circulamos tranquilos porque somos seres provistos de una gran imaginación.  Por ejemplo: el simple hecho de conducir un vehículo, si no pensáramos que los demás conductores acatarán las normas presentes en el código de tránsito, sería una experiencia imposible de concebir. Cualquier persona más o menos sensata podría anticipar preguntas de este tipo: ¿Y si voy por una calle y el conductor que viene por la mano contraria se duerme y me choca? ¿Y si no se duerme, pero justo viene fumando y el viento hace que vuele una brasa y ésta cae sobre su brazo (o su pierna, o su entrepierna) y el extraño se quema y a causa del dolor pega un volantazo y… me choca? ¿Y si viene tomando café y se le derrama encima? Eso, siempre y cuando se trate de un sujeto relativamente normal y no de un loco, por supuesto. ¿Y si el que viene manejando está escapando de algo, o de alguien, y eso hace que sus facultades mentales se alteren y se transforme en un desequilibrado y me choca? ¿Y si no es un desquiciado él, pero hay uno en el interior de su vehículo y se enoja, le discute, le pega o le hace daño y ocasiona un accidente justamente en el instante en que yo paso? ¿Y si no es alguien sino una mascota que lleva y se suelta y, atemorizada, lo muerde? Pero no, en general, somos unos insensatos y no nos preguntamos nada. Ni siquiera luchamos contra esa vocecita irracional que indica que el extraño que viene como bólido hacia nosotros no se desviará de su carril en ninguna circunstancia. ¡Cuánto mejor es andar despojado de sentido común, cuando todo indica que es un milagro que sigamos con vida después de cada paso que damos! Será mejor detener la lista de preguntas aquí y bajar del auto, convencidos ya de la urgente necesidad de conseguir por lo menos tres quilos y medio de irracionalidad antes de continuar con el viaje, ya que en este estado de sentido común desatado, hasta nosotros mismos podríamos causar un accidente y chocar.

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#Ni Una menos. “Misoginia”

Esta semana, #ProyectoPibeLector se suma a la convocatoria contra el femicidio: #NiUnaMenos

53. Misoginia

El Diablo dedica su Tiempo sin Tiempo a tentar a Dios. Una manera de hacerlo es a través de la corrupción de la Humanidad. Consiguió que los pueblos olvidaran la identidad divina, que se confundieran y perdiesen el rumbo. Ensayó innumerables métodos hasta descubrir el mejor nutriente, el que llevó a los hombres hasta el extremo de la abominación: las demoníacas palabras. Así logró convertir a muchos en verdaderos monstruos.

Botticelli. "El nacimiento de Venus"

Botticelli. “El nacimiento de Venus”

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La lapicera mágica

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52. La lapicera mágica

Tengo unas lapiceras azules, negras, verdes y rojas, guardadas para casos especiales. No puedo revelar de dónde las saqué, quién me las dio. Fui elegida para su custodia. Las tengo, y debo ser juiciosa en la elección de quién o quiénes las usarán, o cuándo, ya que su tinta no durará eternamente y se gastan con el uso. Son unas lapiceras muy especiales: son mágicas.

Max Ernst "Mi amigo Pierrot"

Max Ernst “Mi amigo Pierrot”

Generalmente las presto cuando no queda otra alternativa. Y una sola vez, una solita, regalé una. Sucedió cuando la chica de nombre exótico no lograba poner en palabras lo que le pasaba. Hacía cincuenta minutos que estaba ante la página que le había dado (se había olvidado la mochila, la carpeta, el carnet del boleto secundario) y había escrito con bella caligrafía, con un pedacito de lápiz en el que había enrollado cuidadosamente un hilo: Me siento muy mal, estoy confundida, no sé qué me pasa, deben ser los cambios de la edad, mi corazón a veces late demasiado rápido, me peleo con todo el mundo, con la gente que más quiero, me va mal en la escuela, es imposible que les diga lo que me pasa a mis viejos, no sé qué me va a pasar. Me pareció que tenía condiciones. Decidí que la azul era la apropiada y que la ocasión justificaba el gasto.Por supuesto que no pensé en regalársela, esa idea vino después. Abrí mi cartera enorme, pronuncié las palabritas que harían efectivo el hechizo, me acerqué a mi alumna y le di la lapicera:

_ Probá con ésta. Capaz que te es más fácil si apoyás mejor los dedos… ese lapicito es chiquitín para vos.

La lapicera azul revela secretos, desatornilla roscas, desata nudos. La negra purifica, limpia, desempolva. La verde transforma y refleja; encandila. La roja incendia todo y es la más peligrosa. Le di la azul porque las palabras se anudan, igual que los hilos. Todo se enmaraña: el agua, el aire, la luz, las palabras. Me dedico a trabajar con las letras, a pulirlas, a exprimirlas, a sufrirlas, a amarlas. Al final de la clase, la hoja que entregó mi alumna continuaba el texto anterior; simplemente, repetía las frases “me siento mal”, “estoy confundida”, “no sé que me va a pasar”, pero escritas con la tinta de la lapicera mágica, se convertían en otra cosa gracias al sortilegio. Se podía leer lo que en realidad decía:

“Soy una chica común, pero vengo de lejos. Siento que mis raíces se extienden hacia mi patria, se estiran , se retuercen en un afán loco y fantasioso de permanecer allá, donde están los perfumes y sabores de mi niñez. Llegan, lo logran. Eso me enorgullece. Mi cuerpo está rodeado de esas raíces hermosas y fuertes que me recuerdan constantemente quién soy aunque todo el tiempo lo olvido. 

 Entrelazados en mis raíces, están mis papás y mis hermanos. Mis abuelos. Mis primos. Mis ancestros, vivos y muertos. Ellos me aman incondicionalmente, me acompañan, me comprenden, me protegen. Es por eso que mis raíces son tan luminosas: el amor de mis seres queridos es de un tono dorado y brillante, y algunas personas (las más audaces), logran ver ese brillo en mis ojos oscuros y dejan de creer que soy una chica común;  piensan que soy especial. También yo pienso, la mayor parte del tiempo, que soy especial. Sufro mucho cuando lo olvido. 

 Tanto de día como de noche me gusta escaparme dentro de mí misma para estar sola. Escucho el latir de mi corazón y me preocupo. Siento correr la sangre por mis venas y tengo miedo. Escucho el silencio que invade mi mente cuando estoy a punto de comenzar a soñar,  miro mis manos y creo que son las de otra persona, entrelazo mis dedos con mis propios dedos y finjo que una de mis manos no es la mía sino la de otro, y me estremezco. Me rodeo de personas todo el tiempo que puedo para no asustarme, pero constantemente me doy cuenta de que me olvido de que estoy en la calle, en la escuela, en mi casa, y que solamente estaba conmigo misma, adentro mío. Me espanto porque pienso que eso es ser egoísta. 

 Estoy en la escuela y no escucho nada. Tengo que hacer pruebas, exámenes, experimentos, buscar informaciones, investigar. No hago nada de eso, sólo miro para adentro y me quedo quieta, quieta, y sé que está muy mal y no tengo idea de porqué no hago nada hasta que me doy cuenta de que esto de quedarme quieta era lo que tenía que hacer en ese momento y sólo es cuestión de respirar, de dejar que el aire entre en mi cuerpo, que mis raíces me rodeen, que mis ancestros y el amor de mi familia me abrace, y sentirme bien, sentirme bien… Y adoptar así mi rol: ser hija de nuevo (nunca dejé de serlo, sólo crecí), ser alumna de nuevo (nunca dejé de serlo, sólo crecí), ser amiga de nuevo (nunca dejé de serlo, sólo crecí). 

 Me miro al espejo y no me gusto, pero creo que cuando crezca me voy a gustar. Mi cuerpo es un desastre. Quizás sea alta. Quizás no. Quizás mi piel se vuelva bella. Quizás sea bueno ser mujer, quizás sea bueno no ser alta, ser un desastre o no tener la piel bella. Sólo tengo que recordar que debo cerrar fuertemente mis ojos para sentir mis raíces y el amor de mis papás, y eso borra la palabra quizás y la convierte en otra. Mis papás, que hace poco me compraban hebillas brillantes y figuritas, ahora no saben qué comprarme. Quizás no necesite que me compren algo. Esta noche, cuando esté tranquila frente a mi espejo, voy a cerrar los ojos fuerte para ver si la palabra quizás, en la frase anterior, está de más. O no.”

Decidí dejar esa lapicera azul en poder de la alumna de nombre exótico. La lapicera que desanuda, que clarifica, que alisa lo retorcido. No sé qué habrá hecho con ella, si la tiró, si quedó en algún bolso guardado, si la gastó usándola escribiendo enrevesadas palabras desenrevesadas. Como todos los utensilios mágicos, las lapiceras son sólo herramientas, partecitas que ayudan, que uno puede ver o no. Quizás yo te haya prestado alguna vez una, por un ratito. Sería cuestión de recordar, de buscar en los viejos cuadernos y fijarse si hay algunas palabras escritas por allí que se desanudaron solas con el tiempo… Quizás las encontremos. O no.

 

 

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La Pequenina

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51. La Pequenina

para Rocío

La Pequenina es esa clase de chica que entra en los lugares tarde, cuando todos están ya ahí, gritando “Buenas…” e interrumpiendo cualquier cosa que cada uno esté haciendo para dar un beso sonoro, un manotazo o un golpe en la cabeza porque “es mi manera de decir hola, che, así soy yo”.

"La Gioconda" Leonardo da Vinci

“La Gioconda” Leonardo da Vinci

La Pequenina no pasa desapercibida en ninguna parte, a su pesar o a su favor, y eso ella lo sabe perfectamente. Si hay un mínimo atisbo de problema, ahí se va a escuchar la voz de la Pequenina. Si hay golpes, mejor para ella, no sólo se va a escuchar su voz sino que se la va a ver venir con el puñito cerrado y la expresión de Tigresa Acuña, y agarrate Catalina. Porque la Pequenina es chiquitísima, bajita, redondita, pero pega que da calambre.

Siempre que hay problemas, ahí está ella. Y si no hay problemas, los inventa para no aburrirse. Es por eso que a los 13 años ya tiene actas de todos colores en la escuela, prontuario policial y un acervo de historias coloridas que contar que puede entretener al público más desaprensivo. Porque la Pequenina es una excelente contadora de historias. Una excelente intérprete cuando lee relatos de su autoría o ajenos. Una excelente oyente. Una excelente persona.

Me conmueven enormemente las chicas que son como la Pequenina. Me generan entusiasmo, emoción, compasión, ganas de inventarles biografías pasadas y futuras. Acá va la de la Pequenina, en su honor:

“A Rosarito Pímpalo le dicen la Pequenina desde que tiene memoria y la explicación es que nació pesando 4 kilos y medio y fue una criaturita voraz y gigantesca durante toda su primera infancia, hecho que provocó que su abuela le colocara el irónico apodo. Venía con un “Guarda que ahí viene… la Pequenina” que la marcó para siempre, por lo que sus ingresos a cualquier ambiente se caracterizaron por algún tipo de escándalo ( y por lo que su estatura quedó resignada a un metro cincuenta).

La abuela se murió, la mami se fue y quedó la pobrecita Pequenina al cuidado de seis hermanastros de variados parentescos con ella, todos menores de seis años, cuando tenía 11. Al padre de la Pequenina lo conozco, se llama Juan y le gusta tomar vino hasta descerebrarse. Trabaja de changarín y la Pequenina y sus hermanos comen en la escuela, se visten gracias a lo que les da la escuela y adquieren toda su cultura a través de sus experiencias en la escuela (la Pequenina se anota y anota a sus hermanitos, los levanta, los viste, los trae, los lleva, se las rebusca para que todos tengan lápices, hojas y zapatillas, pero trata de que nadie se dé cuenta tapando sus acciones con gritos y mamporros y haciéndose la que “la escuela no me importa nada…”).

Rosarito Pímpalo jamás falta a la escuela. Anda en musculosa en pleno invierno, con pantalones cortados por arriba de las rodillas todo el año, y jamás se enferma. Es famosa por su capacidad de devorar cuatro alfajores Guaymallén en tres minutos y medio y desafía a cualquiera a romper su récord. Se las arregla para estar a la moda, como sus compañeras: ella misma se perforó en varios lugares la cara y el ombligo para poner improvisados piercings y se hizo extensiones pegando pelo cortado con o sin permiso a sus compañeras, con La Gotita, en la punta de su cabellera. Rosarito siempre se está riendo, o gritando, o haciendo lío, o peleando, todo en gerundio: la única vez que la vi quieta fue cuando se le había incendiado la casita precaria, hecho que logré que me contara después de varios meses de sucedido y que tuvo que confesar ante la evidencia de que ninguno de sus hermanos (ni ella) tenían más pertenencias de ningún tipo para vestirse y asistir a la escuela.

A los 14 la Pequenina se hartó de ser mamá de sus hermanastros y enfermera de su papá… y se las tomó. Se fue a la costa, andá a saber en qué tren, y anduvo vagando por allá a lo Alfonsina Storni a punto del suicidio. Decidió que allá no era la Pequenina sino acá, que allá había demasiado espacio como para llenarlo con su barullo y sus risas y sus manotazos y se volvió. A los 17 la encontré espiando la entrada de la escuela y se justificó con un “Quería ver cómo estaban mis hermanos…”, enjugándose las lágrimas con una manga que ya ni era manga de lo gastada y mugrienta.

A los 18 se enamoró. El pibe le pegaba. Y ella se dejaba pegar, aún sabiendo que si le devolvía el tortazo al desgraciado lo podía derribar con por lo menos la nariz rota. Porque así ella concebía el amor: “como sacrificio”.

A los 19 perdió un embarazo.

A los 23 empezó a estudiar Derecho en la Universidad Nacional de La Plata. Se recibió con honores. Se casó con un prestigioso médico a los 28, tuvo tres hijos que pesaron 4 kilos cada uno, “todos por parto natural”.

A los 46 fue feliz.

En la actualidad lo sigue siendo.”

Las chicas que son como La Pequenina pueden ser lo que quieran. Así como mis dedos tipearon esta historia inventada para una chica inventada esta tarde de sol en la que añoro mis escuelas, ellas pueden ir moldeando con sus decisiones y su imaginación las historias que quieran, con finales felices o infelices. La cosa es que darse cuenta de que uno es artífice de su propia vida, a veces lleva toda la vida.

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El nombre del ciruja

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50. El nombre del ciruja

 

Dicen que en el instante previo a la muerte, las personas tenemos que ver nuestra vida entera desfilar ante nuestros ojos. A mí me pasa eso en este momento.

Soy un niño pequeño, de pie ante las vías de la estación de Liniers. La marea de gente me atraviesa: van y vienen caras enojadas o preocupadas, hay ruido de pies, voces, bocinas, silbatos. Nadie me ve, porque no soy nadie. Mi pelo es lo único que se mueve en mi cuerpo; mis ojos están clavados en la nuca de ese hombre animalizado que también soy yo y que deambula vacilante en torno a las barreras, que están bajas. A él tampoco lo ve nadie: dejó de ser alguien hace mucho tiempo y las caras, brazos, pies, piernas de la marea de gente se escurren entre sus hendiduras acostumbradas a su no-presencia de ciruja mugriento y bestial, inofensivo y cubierto de silencio.

El nombre del ciruja

El nombre del ciruja

Sigo ahí: me veo hacia atrás. Estoy más joven, pero sucio y desnudo como antes, envuelto en una bolsa de consorcio negra que tiene agujeros por donde salen mis brazos (no sé quién hizo los agujeros, pero allí están). Mis pies sangran entre las costras de coágulos viejos, mi andar se detiene e impulsado por el hambre meto las manos en los contenedores de basura de la General Paz y me unto la boca con una pasta repugnante, fría y amarilla que quizás fue comida alguna vez. Hace frío.

Mis ojos están minados por la desesperación.

Yo, niño, doy gracias al Universo por tener que verme sin experimentar lo que sentía el hombre-bestia y tan exactamente recuerdo ahora que soy ése y estoy escuchando la campana que repica deambulando ante la barrera.

Me veo en la carnicería, metiendo carne cruda en el pozo que es mi boca; escucho las risotadas de los carniceros. No puedo pensar nada porque soy sólo sentir sin pensamiento, pero ahora que soy niño veo una chica que vomita en la vereda completando la escena. En la esquina, una mujer  disimula dudosas lágrimas y se oprime levemente el pecho.

Lástima que no puedo cerrar los ojos. Suerte que no tengo que sentirlo de nuevo.

Tan breve. Y a mí, que me pareció una eternidad.

Veo la primera vez del pegamento. Si pudiera moverme sonreiría, de pura autocompasión; el relámpago del sentir me atraviesa: soy de edad indefinida, estoy peludo, sucio, mal vestido; el mareo del alcohol me arrojó sobre la vereda y estoy ahí yaciendo, escupiendo espumarajos ácidos sobre dos baldosas ennegrecidas… y sucede: me caigo. Cierro los ojos sin párpados porque sí siento en los dos lugares ahora: experimento la angustia infinita… me caigo en picada en el pozo que rebalsa miel fría, me hundo, no hay bordes ni piso, la desesperación es tanta, qué hago, qué hago, ayúdenme, acá estoy…

No puedo hacer nada…

Unas voces que se oían lejanas me acercan una bolsita y escucho que alguien dice “olé” afuera o adentro y con fruición me aferro a ese plástico y me inundo y conozco el pico de ansiedad y caigo inconsciente sobre mi propia saliva.

No puedo hacer nada… es tan triste. Desde acá veo el cuadro completo de nuevo: mi cabeza golpea contra el piso, las voces que se ríen ensordecedoramente y me arrancan las zapatillas, el pantalón, el cinturón, me patean, me escupen, soy un perro muerto, soy un objeto repugnante sumergido en la basura… Recuerdo mi nombre ahora: me llamo Roberto.

Me es tedioso de ahí en más; eso de recordar me es tedioso. Pero falta poco.

El niño que soy ahora me ve niño, idéntico a mí mismo. Estoy en mi cama y la huelo y la experimento, mi pijama está remendado prolijamente, mi manito oprime un payasito de plástico caliente por mi calor y espero, espero, espero, pero llega el sueño antes de que llegue quien espero y sólo puedo murmurar su nombre justo en el instante en que me duermo: veo la luz, escucho el bocinazo. Es ahora. Digo “mami” con una voz casi sin voz y salto encandilado frente al tren.

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Consejos peligrosos para víctimas de bullying

#ProyectoPibeLector es un blog de ficción.Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

49. Consejos peligrosos para víctimas de bullying

 

El chico sale de la escuela e inmediatamente cambia su lenguaje corporal: en la calle, bañado por los rayos del sol del mediodía, ha dejado de ser alumno. Camina pensativo, tranquilo. Al llegar a su casa, golpea con firmeza la puerta de la habitación de su hermano mayor. 

_ ¿Qué?

_ Soy yo. Tengo un problema.

"El grito" Munch

“El grito” Munch

No es habitual que el chico hable con su hermano acerca de alguna cosa. Ni siquiera es común que hable con alguien. El mayor, sorprendido, hace girar la llave en la cerradura y lo deja pasar. La música es ensordecedora, pero el anfitrión no da signos de desear bajar el volumen ni de apagarla.

_ ¿Qué pasa?

_ Me están molestando mucho en la escuela.

_ ¿Quién? ¿Qué te hace? Seguro que te lo merecés, si siempre fuiste un mocoso insoportable y malcriado. Mirá la facha que tenés, la ropa que usás, mirate la cara. 

No es uno solo. Me tiran cosas, me revisan la mochila, me cargan. Me molestan. Ya no lo soporto más y no sé qué hacer.

_ ¿Le dijiste a mami? Pedazo de maricón, nenito de mamá, claro que le dijiste, para qué me gasto. 

Sí. Dos veces. Me estuvo acompañando y yendo a buscar, pero no puede ir todos los días y ya estoy grande para andar molestándola así. Me siento cada vez peor. No sé qué hacer.

_ Bueno, esto es lo que tenés que hacer: los agarrás bien a trompadas. Los machos se hacen a los golpes. Y si seguís dando vueltas y acompañado por tu mamita, va a ser peor. Nadie respeta a un nenito de mamá. Dejá que se arme bien y listo, aunque te ligues algunas piñas. No pretenderás que vaya yo a pegarle a unos nenes que deben tener tu edad…

_ No. Gracias.

El chico sale de la casa y se dirige hacia la de su padrino, que vive a unas cuadras. Toca el timbre y le contestan por el portero eléctrico.

- ¿Quién?

_ Soy yo.

_ Estoy ocupado ahora, ¿qué querés?

_ Tengo un problema en la escuela.

Silencio.

_ ¿Estás ahí?

_ Sí, pero estoy ocupado. ¿Qué dijiste que te pasa?

_ Tengo un problema en la escuela. Hay unos pibes que me molestan y no aguanto más.

Siempre pensé que eras un naboY bueno, querido, eso le pasa a todo el mundo, es más viejo que la humanidad. Cuando iba yo a la escuela, molestábamos a algunos (a los giles, a los cuatro ojos, a los mariquitas, a los gordos, a los negros, a los villeros, a los chetosy nadie murió por eso. Si nos habremos divertido con tu viejo. Agarrate a trompadas, dales una buena paliza y vas a ver cómo te dejan de joder.

_ Gracias.

El chico se queda en silencio, mirando el portero eléctrico. Unos minutos después, vuelve a su casa. Mientras está comiendo, llega su mamá. 

_ ¿Cómo te fue hoy? ¿Hablaste con la preceptora? Es todo culpa mía, por sobreprotegerlo. 

_ Hablé ya con todos. Me dicen que lo van a resolver dialogando, que van a hacer esto y lo otro, pero no hacen nada. Además, me mienten.

_ ¿Por qué te mienten? Claro que te mienten. Algo debés estar haciendo vos para que te molesten, pobre hijo mío. Te malcrié, te di todos los gustos. 

_ Porque me dicen una cosa y se les nota que están pensando lo contrario. El padrino me dijo que les pegue. Ya no doy más. Lo voy a hacer.

_ No, hijo. Dejá que los adultos lo arreglen. Mañana voy a ir a hablar de nuevo. Ahí voy a estar, en la puerta. Te amo tanto, pobre hijo mío. Qué no daría por vos. 

 

Es un mediodía soleado el que aguarda que los alumnos se conviertan en chicos, detrás de las rejas del viejo edificio. A pesar de que encandila la luz, se puede ver que un muchachito se destaca en el grupo. Tiene los puños cerrados, la cara desfigurada por la impotencia, o por el odio. La pelea comienza inmediatamente, sobre la vereda. Se hace una rueda de gente que grita, filma, saca fotos y patea. Una mujer que aguardaba pacientemente bajo un árbol se transfigura. En su brutal metamorfosis, desgarra su cartera y empuña un arma. 

El primer disparo hiere mortalmente a otra mujer, de aspecto insignificante, que con una fuerza sobrehumana intentaba rescatar a su hijo de una lluvia de patadas y golpes. 

El segundo y último disparo hiere al hijo de esa misma mujer, en el pecho.

Horas más tarde, la mujer devenida en asesina declaró en la comisaría lo siguiente: 

_ No sé porqué lo hice (No sé porqué lo hice). Todos sabíamos que iba a haber piñas en la puerta porque circulaba desde temprano el rumor. Fui a proteger a mis hijos.  A la señora le di sin querer (pobre mujer, ni siquiera la vi y dio la vida por su hijo). Al pibe le tiré por pura lástima, porque me miró como suplicándome que lo matara, empapado con la sangre de su madre muerta. (Al pibe, le tiré por lástima. Él quiso morir, me lo suplicó con los ojos). 

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