“Farsantes” y una gran historia de amor

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Farsa

Un abrazo apresurado. Un toque de manos distinto. Besos a la entrada, a la salida, en el medio, muy seguido. Un vínculo constituido con naturalidad y rapidez. Fraternalidad, confianza, admiración, silencios, secretos; todo junto, de golpe, como amigos de toda la vida. Parecería que Guillermo (Julio Chávez) y Pedro (Benjamín Vicuña) se conocen desde siempre, pero no. Se gustan desde un principio y se nota.

Desde hace un buen tiempo, fruto de una gran decisión, los autores de telenovelas, comedias y unitarios incluyen en sus guiones personajes heterosexuales y homosexuales. Como fruto de las batallas ganadas en el mundo real, la ficción también pone el foco en quienes, desde siempre, deberían haber estado naturalmente incluidos: gays, lesbianas, transexuales, travestis, bisexuales.

Laisa” (Florencia De la V) en “Los Roldán” y Marisa (Carolina Peleritti) y Silvina (Eugenia Tobal) en “099 Central”.  Froilán Ponce (Luis Machín), poderoso médico de “La Cruz” y sus dificultades para salir del clóset en “Padre coraje”. Greta (Mónica Antónopulos) y su perturbadora contradición -libertad vs. progreso- en “El elegido”.  Y arribando más a nuestro presente, Guillermo (Juan Gil Navarro) en “Graduados”, Brenda (Gimena Accardi) en “Sos mi hombre” y Reina (Juan Pablo Geretto) en “Vecinos en guerra”.

Ellos y todos los que se escapan hoy y ahora de la memoria a largo plazo. Muchos o pocos, pero básicamente queribles; atormentados por su elección sexual, en algunos casos, libres, en otros.

No obstante, existe una particularidad que hace que “Farsantes” se gane hoy el rótulo de ficción más gay friendly: nunca antes la historia principal fue un romance homosexual. Nunca hasta ahora en que el gran Julio Chávez se pone el traje de Guillermo Graziani para contarle al mundo acerca de su vida pública y callarle a ese mismo mundo lo que hace en su vida privada, su reducto más íntimo, la esfera real que vive a medias.

Por eso mismo es que uno de los grandes aciertos del eximio guión que escriben Mario Segade y Carolina Aguirre es el conocimiento parcial que tiene Ana (Ingrid Pelicori) de ese reducto sutil (y alevoso a la vez) en el que su marido comparte la cama con hombres. Lo sabe, lo tiene claro, y aunque le duele, se la banca y llora su tristeza a bordo de un vaso de whisky.

Guillermo le promete que nunca su vida privada los va a afectar a ella y a su hijo (Chino Darín), sin reconocer que lo esencial es invisible a los ojos y que lo que llora Ana es tenerlo sin tenerlo; una suerte de presencia/ausencia que, sabe, no se modificará.

Pero como sabe sin ver, se da cuenta al instante que algo le sucede a su “Guille” con Pedro. De hecho se lo advierte a Camila (Julieta Cardinali) antes de que algo pase, y aunque Camila ni siquiera pueda tragarlo, el instinto no le falla a Ana porque algo pasa, se respira, se percibe, se ahoga en la pantalla.

Chávez y Vicuña interpretan a la pareja principal de la ficción de Pol-ka; son ellos y no Griselda Siciliani (Gabriela) y Facundo Arana (Alberto), los más elegidos por la cámara a la hora de narrar un cuento de amor; un amor distinto, pero intenso, doloroso, real.

Porque Guillermo ha salido del placard en su “vida privada”, pero Pedro no. Seguramente no le gusten los hombres, sino Guillermo, un tipo al que admira, con el que quiere estar cada vez más, al que aveces entiende y aveces no, con el que ocasionalmente no comparte gustos (a él le gusta el campo, a Graziani, no), pero al que quiere sentir cerca cada vez más.

Desde que empezó a estar con él, cada vez menos quiere estar con su esposa. No se quiso casar, pero lo hizo. “Se llama represión”, oímos decir. “Se llama miedo”, leemos.  Y encima para Guillermo, el “deber ser” es regla en su vida pública, y entonces dice que lo mejor es que se case, pero en realidad sólo quiere abrazarlo, besarlo, irse lejos con él, gritarle al mundo su amor.

Por lo pronto no lo hará, porque el mandato, la abogacía, la mirada social, pesa mucho, y aunque es una mochila, la siente necesaria, la necesita por si acaso, le brinda herramientas, lo ayuda a vivir.

Y en medio de lo que viven y lo que quisieran vivir, lo que es y lo que no es, los miedos, lo que debe ser, las vidas públicas y privadas, Guillermo no puede ver dormir a Pedro porque le da miedo no aguantar, mientras Pedro se siente incómodo y contenido en una bocanada de cigarro.

Mientras Guillermo le cuenta sus “manías de viejo”, Pedro relata sus aventuras juveniles. Guillermo le cuenta que nunca fue a un boliche, Pedro se sorprende y le dice que él sí, y al rato Guillermo retoma el tema para decirle que le gustaría ir a bailar; le dice con todos, pero seguramente quiere ir sólo con él.

Y así, de lunes a jueves, la historia de amor principal de “Farsantes” se convierte día tras día en la predilecta del público, simplemente porque el día en que Pedro se casó, Guillermo corrió y lloró; quizás queriendo escapar de lo que no puede, quizás soñando que se escapa con él; llorando un mundo tan privado; sintiendo que lo que se va, no vuelve.

Si eso no es amor; ¿de qué hablamos cuando hablamos de amor?