Entramos al pediatra con pie de plomo. No sabemos bien qué nos va a deparar: el consultorio puede llegar a ser una pesadilla llena de pestes, el terror de la madre germofóbica. Y ahí te encontrás con la realidad de la consulta pediátrica: horas de espera, niños aburridos (y con razón), padres exasperados (y con razón), juguetes de dudosa procedencia e higiene, recepcionistas de mal humor, teléfonos que estallan, bebés que lloran.