Dragones

#SoySolo

Tenemos miedos. Muchos. Miedos que nos enceguecen, que nos paralizan, que nos hacen pensar que no vale la pena intentar ser feliz. Convivir con esos miedos es, quizás, el trabajo más arduo de nuestras vidas. Porque el miedo se presenta todos los días, es el enemigo más porfiado e insistente, más cruel y sanguinario, más feroz y fatal. El miedo es miedo a lo desconocido, porque el temor a ser dañados por aquello que nunca creímos capaz es lo que nos hace sentir más vulnerables. Le tenemos miedo al abandono de quien más necesitamos, a la traición del lobo con piel de cordero, a la violencia de ese monstruo agazapado en la oscuridad. Pero al miedo solamente lo vence la valentía, y no hay nada en este mundo que nos dé más valor que el amor. Porque el amor te transforma en un caballero medieval, te protege con una armadura que parece indestructible y te infla el pecho haciéndote capaz de enfrentarte a lo que sea por conseguirlo. Porque por amor uno termina haciendo cosas que nunca jamás imaginó.

Por vos me enfrento a tu viejo que larga humo por las narices cada vez que te paso a buscar por tu casa, que me escupe su aliento de fuego cuando me pregunta de qué trabajo, cuántas materias me faltan para recibirme en la facultad y cómo voy a hacer para darte todo lo que te merecés con mi miserable existencia. A tu vieja que me larga un hechizo desde la cocina cuando me invitás a cenar y me convida sus pócimas extrañas para envenenarme poquito a poco porque no soporta verme feliz junto a vos. Ya fue, no te enojes, pero no le acepto nunca más una manzana a la bruja ponzoñosa de mi suegra.

Por vos arranco la espada de Excalibur con los dientes, para protegerte de tus fantasmas del pasado, de esas almas abandonadas que te quieren hacer creer que no vale la pena conocernos. Espíritus solitarios que te mintieron, que te traicionaron, que te hirieron el cuerpo y el alma cuando les entregaste tu corazón latiendo en carne viva. Cuando fuiste vulnerable y bajaste la guardia creyendo que aquel príncipe encantador jamás te podría lastimar, descubriendo al final del cuento que lo único que le interesaba era pasearte como un trofeo por su reino heredado para darle envidia a sus bufones de chistes sin gracia.

Por vos atravieso desiertos ardientes en pantuflas e inviernos helados en sunga para poder verte. Porque no hay distancia que no justifique el sacrificio de cruzar el mundo entero para estar con vos. Pondría a prueba una y mil veces mi equilibrio en ese puente colgante sobre lava ardiente y traspasaría muros de piedra indestructibles vigilados por siete enanos guardabosques para probarte el zapato que te identifique, darte el beso que te despierte o jurarte amor eterno aún después de que tu hada madrina, junto con lo envidiosa de tu madrastra y las histéricas de tus hermanastras, conviertan todo los regalos que te compré con la tarjeta de mis viejos en una gran calabaza.

Por vos arranco las agujas de todos los relojes jamás fabricados para detener el paso imparable del tiempo, entendiendo que no hay raza, religión ni color que nos haga indignos de ser amados. No hay horas, minutos ni segundos que esperar, porque siempre el tiempo de ser felices es hoy, y es ahora el momento de hacer que las cosas sucedan. Así que cuando llegue a tu castillo con mi caballo cansado de tanto andar, te entregaré mi espada, me sacaré el casco, tiraré mi escudo y dejaré caer mi armadura oxidada frente a vos. Y ya sin fuerzas aún sabré que me queda una última batalla por pelear.

Es que el amor es así, macho: a cada princesa tenés que salvarla de algún dragón.